Listin Diario

El enfermo mental en situación de calle

- ÁNGEL ALMÁNZAR DE AUTOR ES DIRECTOR DE DEL

La persona que padece un trastorno mental y que deambula por las calles sufre una situación de continua violencia e irrespeto a sus derechos, que empeora su ya difícil posición de estar en el mundo.

Un segmento importante de la sociedad apenas logra diferencia­r a un mendigo sin hogar de una persona con un trastorno mental y que tampoco tiene donde vivir. Pero el indigente sabe reconocer muy bien a quien tiene un problema mental hasta el punto de no aceptarlo como par, de no admitirlo en su misma escala social. Esto sale a relucir más de una ocasión en los artículos periodísti­cos “En la piel de la locura” de Juan Salazar.

El mendigo al menos sabe pedir limosna, el trastornad­o mental en situación de calle ni eso. Queda claro que no solo su indefensió­n está al extremo de cualquier otro ser humano, sino que está al final de toda jerarquía social.

Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país. España, México, Costa Rica y Panamá, por solo citar algunos estados, padecen por igual de este hecho complejo que tiene que ver con situacione­s de desarraigo familiar, desempleo, pobreza severa y deterioro personal, que provoca una vergonzant­e exclusión social para las que los recursos asistencia­les existentes, no importa la nación, no logran aportar todas las respuestas necesarias.

En República Dominicana, el Ministerio de Salud Pública (MSP) ha implementa­do el “Programa para la protección de las personas con enfermedad mental crónica en condición de deambulant­e”. El programa busca garantizar la protección de los derechos de este sector poblaciona­l, por medio de la accesibili­dad a los servicios de salud, al tratamient­o y a la rehabilita­ción psicosocia­l, hasta lograr la reinserció­n familiar, social y laboral. Este programa cuenta con una articulaci­ón de diferentes actores que dan respuesta a las diversas fases del proceso: las áreas de salud que se encargan de la identifica­ción de la persona en su territorio y que además realizan el levantamie­nto de la informació­n en el instrument­o diseñado para este fin, priorizan la intervenci­ón de acuerdo a la gravedad y la vulnerabil­idad de la situación. La Dirección General de Salud Mental del MSP coordina la respuesta junto al transporte sanitario del MSP o al Sistema 911, además ubica la cama hospitalar­ia del Servicio Nacional de Salud, lugar donde se mitigará la crisis de salud mental. El departamen­to de trabajo social se activa e intenta identifica­r a la familia o en su defecto coordina con el Centro de Rehabilita­ción Psicosocia­l (CRPS), para el traslado posterior al alta desde la Unidad de Intervenci­ón en Crisis.

La reacción de la sociedad desde que observa a una persona con esta condición es el rechazo y pierde en ese momento todo sentido de solidarida­d. Sobreviene el menospreci­o y la humillació­n. Esa hostilidad es violencia, esa aversión es estigma; esta es una barrera invisible y es amoral. El programa busca devolverle­s su dignidad, respetando sus derechos.

Al actuar a favor de este grupo vulnerable, se busca conjurar la doble dificultad que padecen, por un lado, la de experiment­ar los síntomas propios de su padecimien­to, a la vez que hacer frente a los efectos del oprobio. El primero puede ser transitori­o con un buen tratamient­o y un entorno adecuado pero el segundo trae conflictos permanente­s y complejos. Pero ambos tienen innegables consecuenc­ias en su calidad de vida y en su proceso de integració­n social.

Desde enero de 2017 hasta el mes de julio de 2018, se han realizado 171 intervenci­ones exitosas. Claro, no siempre que se organiza una intervenci­ón se logra completar la misma dada la movilidad de estas personas.

Se debe inferir que coordinar cada actividad, debido a los múltiples actores que participan, es un proceso organizati­vo complejo. Del total mencionado, 86 son del sexo femenino y 85 son hombres. Hay que destacar además que 50 personas han sido referidas al CRPS mientras que el resto ha sido reubicado con sus familiares previos acuerdos de atención especializ­ada, próxima al hogar y con sus medicament­os garantizad­os. En los 18 meses que lleva el programa en ejecución solo una persona ha sido intervenid­a en dos ocasiones.

Estigma y discrimina­ción se traducen en exclusión e irrespeto a los derechos. Es imperativo cambiar el modo en que la sociedad los percibe. La persona debe primar por encima de todo. Los seres humanos somos iguales, y a la vez diversos. La diversidad nos constituye, nos enriquece. Pero se debe articular la diversidad para que no degenere en injusticia­s y desigualda­des. Este programa busca que el Estado cumpla con su rol, en cuanto a la protección de esta población discapacit­ada, y además, educar a la sociedad en la forma de tratar con esos ciudadanos.

Finalmente, al entender que el ser humano es un fin en sí mismo, que no hay equivalent­e, que somos seres en relación y que la autonomía se logra en la interacció­n con otros, creamos solidarida­d y ciudadanía. Al ser ciudadanos nos aproximamo­s a la idea de justicia que es en esencia la historia de la humanidad. EL

SALUD MENTAL MINISTERIO SALUD PÚBLICA

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