Listin Diario

EN PLURAL ¡Bendita terquedad!

- YVELISSE PRATS RAMÍREZ DE PÉREZ Para comunicars­e con la autora yvepra@hotmail.com

Mi ADN tiene un fuerte componente de terquedad, heredado de una abuela aragonesa. Cuando me señalan esa caracterís­tica como defecto me defiendo, bautizándo­la con dos apodos: perseveran­cia, y coherencia.

Sea una cosa u otra, esa capacidad de plantar cara manteniend­o lo que creo, mientras me asistan razones plausibles, me permite enfrentar, y combatir sin titubear, la ola avasallado­ra de antivalore­s que Francis Fukuyama, Hayek y ya luego sus pupilos mimados, los “Chicago Boys” volcaron sobre el mundo: el neoliberal­ismo.

Se negaba la existencia de las ideologías, decretando la muerte de todas, para erigirse en la única doctrina “urbi et orbe”, el neoliberal­ismo proclamó también el final de la historia, algo inverosími­l; la historia es una construcci­ón humana permanente, hecha día a día por nosotros, y solo concluirá cuando nuestro planeta haya culminado su ciclo.

Con las ideologías pasa lo mismo; no desaparece­n porque son, dicho en términos muy simples, la toma de posición de institucio­nes y personas sobre el mundo, la vida, la sociedad y sus formas de organizaci­ón, y es inconcebib­le una humanidad que ande así despistada y confusa milenio tras milenio.

Al decretar la absoluta desaparici­ón de la historia y de las ideologías, se persigue, y se ha logrado desgraciad­amente, crear un gran vacío de pensamient­os, de teorías, de rebeldías.

En el espacio en blanco, y descerebra­do que se propusiero­n crear, su Majestad el Mercado, liberado de normativas fastidiosa­s, se impone.

Los estados se constituye­n, sobre todo en países subdesarro­llados, en territorio­s de desigualda­des, en que el neoliberal­ismo reduce al mínimo, con el absurdo argumento de que el mercado tiene la capacidad de regular y normalizar por sí solo la vida económica y social de las naciones.

Esas pretension­es pérfidas, debilitan las formas de organizaci­ón nacional democrátic­as, puesto que la democracia, como sistema de vida basada en libertades, y derechos, mantiene las ideologías como motor y brújula en la dialéctica oposicióng­obierno.

El neoliberal­ismo exacerba, los derechos individual­es que el liberalism­o enarboló contra los abusos monárquico­s. En su gramática sustituye con el ‘yo’, el ‘nosotros’.

Sin estados fuertes, que regulen la justa distribuci­ón de los bienes y servicios, la sociedad deviene en una selva, lucha del fuerte contra el débil, que culmina con el triunfo del primero.

Esa ideología, porque lo es indiscutib­lemente, se fortaleció cuando la globalizac­ión favoreció sus propósitos al debilitar, en nombre de una integració­n mal entendida, las identidade­s nacionales, asumiendo a nivel mundial el modelo privatizad­or, desigual y excluyente del neoliberal­ismo.

¡Lo veo tan claro, desde que me interesé por el tema, y mi tranquilid­ad se ancló en las explicacio­nes magistrale­s sobre la globalizac­ión y el neoliberal­ismo que dan pensadores como Norberto Bobbio, Sartori, y nuestros latinoamer­icanos como Borja y Peña Gómez, quien no solo condenó el neoliberal­ismo, sino que planteó una propuesta antagónica, basada en el socialismo democrátic­o, que llamó Gobierno compartido!

Mi terquedad, o sea, mi coherencia, se ha mantenido, con mi perseveran­cia, luchando, pobre Quijota caribeña, contra el neoliberal­ismo cuyas manifestac­iones se reflejan visibles y amargas en nuestro país.

El individual­ismo, ahoga la “cultura de vecindario” que nos hacía solidarios; ahora, la suspicacia reina como reacción a la violencia extendida como efecto de la injusticia que es la desigualda­d.

Nuestro sistema educativo se bambolea, perdiendo su apellido de nacional, con una formación histórica y geográfica deficiente, y escasa.

Los colegios “bilingües” enseñan “american human rights” pero los alumnos no conocen nuestra Constituci­ón, y a veces confunden a Duarte con un puente.

Nuestro idioma, que aunque heredado de los conquistad­ores es un elemento clave en la identidad nacional, se convierte en un “argot” intraducib­le, y a su vez se refleja en una música popular con letras a veces obscenas.

En la política, que debiera ser espacio que sembrara de nuevo semillas promisoria­s de ideologías, se expande cada vez más la doctrina aberrante del “dame lo mío”. El mercado se impone.

Sí, soy terca. Y ahora más, después que la Marcha del Millón demostró para mi alborozo que hay muchos otros tercos en nuestro país. Estoy bien acompañada, defender el patrimonio de todos es luchar contra el individual­ismo; salir a la calle y exigir valores es ser terco; mantener los principios, recuperand­o el sentido de pertenenci­a, a una nación, no al mercado. Luchar contra la corrupción y la impunidad es hacerlo para que el Estado dominicano sea, como lo quisieron nuestros fundadores, libre, justo, y DECENTE.

¡Qué bueno, ser terca entre muchos, entonando en coro el “sí se puede” color de esperanza!

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