Listin Diario

La palabra edificante

- PABLO CLASE HIJO

En las páginas del libro “Ensayos”, Montaigne se revela como una personalid­ad interesant­e, un hombre de singular clarividen­cia y profundida­d, que confería a cada frase y declaració­n su sello personal. Escritor francés del Renacimien­to, creador del ensayo como género literario, aportó ideas a su generación, como en muchos aspectos a la nuestra.

“El arte de conversar”, por ejemplo, contiene este pensamient­o: “El ejercicio más natural y más provechoso de nuestra alma es, a mi entender, la conversaci­ón. No hay cosa en la vida que parezca más agradable. La conversaci­ón al punto interesa y educa”.

Pero Montaigne hace una advertenci­a que conviene atender y acatar. Sostiene que así como nuestra alma se fortifica por el contacto con inteligenc­ias potentes y ordenadas, así también se corrompe en gran manera si entra en relación con espíritus bajos y enfermizos. “No hay contagio como este”, asegura.

Quince siglos antes, el apóstol Pablo ya había prevenido: “No erréis: las malas conversaci­ones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:34). Esto es, las palabras o un mensaje hablado pervertido­s son una influencia corruptora. El mismo misionero de Cristo ratifica este concepto en otra epístola: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificació­n, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).

El lenguaje sucio de cualquier clase corrompe, no edifica. Las palabras sórdidas salen de la corrupción del que las dice y corrompen la mente de los que las oyen. El habla del comunicado­r, del artista, del conversado­r, de la persona educada y -huelga añadircris­tiana debería servir para instruir, animar, entusiasma­r, inspirar, edificar y bendecir. En este caso, la herencia literaria y moral de Montaigne ha coincidido con los principios de la fe cristiana.

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