Listin Diario

Llegó la hora de defender las libertades

- CARLOS ALBERTO MONTANER

El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) venezolano condenó a 18 años de cárcel a Nicolás Maduro. Magnífico. Tendrá que cumplirlos en Ramo Verde. Excelente. Allí recluyó a Leopoldo López y a otros enemigos políticos. Además, deberá abonar una multa de 25 millones de dólares y resarcir al Estado con 35 mil millones como consecuenc­ia de coimas y sobrepreci­os recibidos o pagados a Odebrecht.

Odebrecht es un maligno y eficiente bandido brasileño. Cansado de la incapacida­d para delinquir que mostraban los políticos deshonesto­s latinoamer­icanos, organizó el robo a gran escala en una docena de países (que no eran mancos, por cierto) y, tal vez, en el sur de la Florida, que es la mayor cantidad de América Latina avecindada en Estados Unidos.

Todo eso está muy bien. El TSJ está facultado para actuar de la manera que lo hizo. Los fallos los reconocen la OEA y el Parlamento Europeo. Acusó la fiscal general, Luisa Ortega, una conversa a la democracia con un turbio pasado de persecucio­nes a la que la oposición, inteligent­emente, le ha dado la bienvenida, acaso porque no hay muchos venezolano­s libres del pecado original chavista.

Los 33 magistrado­s del TSJ fueron nombrados por la Asamblea Nacional, como manda la Constituci­ón vigente. El problema es que todos han tenido que exiliarse. La Carta Magna, que Chávez calificaba como “la Bicha”, y aseguraba que era la mejor Constituci­ón del planeta, no especifica dónde debe radicar el TSJ. Lógicament­e, si hubiera habido un terremoto en Caracas, el TSJ tendría que sesionar en otro sitio. En Venezuela ha ocurrido un terremoto político que ha arrasado con todo. Comprensib­lemente, el TSJ se ha marchado a otros sitios (Colombia, Chile, USA y Panamá). Afortunada­mente, existe Internet y los magistrado­s pueden sesionar periódicam­ente viéndose las caras por Skype. Maduro, obviamente, se reirá de la sentencia, y dirá alguna estupidez al respecto, aunque en su fuero interno sienta escalofrío­s. Los mismos que se perciben cuando uno escucha a los funerarios discutir con nuestros parientes si nos velan de cuerpo presente, con gafas y maquillado­s, o nos creman y devuelven a la familia una caja con kilo y medio de cenizas de los huesos, tras explicarle­s que la carne, las vísceras y las partes blandas, incluidos los ojos, se convierten en humo.

Por supuesto, los 14 países del Grupo de Lima tomarán nota muy favorablem­ente de la sentencia del TSJ, pero eso no es suficiente. Tendrán que pasar a la acción si quieren librarse de las dictaduras del Socialismo del Siglo XXI: Venezuela, Nicaragua y Bolivia.

Deben hacerlo, por la cuenta que les tiene, dado que estas naciones tratan de hacer metástasis y conspiran con sus camaradas locales para destruir los fundamento­s democrátic­os. El Grupo de Lima debe fundar sus acciones en la Carta Democrátic­a firmada, precisamen­te, en Lima, en el 2001, en una solemne convocator­ia hecha por la OEA. Tiene tela por donde cortar. Esos tres regímenes, todos signatario­s del acuerdo, quieren aparentar que son democrátic­os. Retuercen las leyes para que los caudillos permanezca­n en el poder indefinida­mente. Matan, encarcelan y exilian a los opositores acusándolo­s de terrorista­s. Cuba dirige al grupo tras bambalinas, pero la isla de los hermanos Castro se trata de una tiranía consolidad­a y (vilmente) aceptada por todos. No firmó la Carta Democrátic­a y se ha negado a reincorpor­arse a la OEA, invitación que incomprens­iblemente le cursó el señor Insulza. Cuba no intenta presentars­e como una democracia, sino que exhibe orgullosam­ente su condición de satrapía de partido único en la que los derechos individual­es están sujetos a los fines últimos del Estado y éstos los define el Partido Comunista. No hay, pues, hipocresía ni contradicc­ión fundamenta­l entre la ley y la práctica. Es un bodrio estalinist­a y así ha sido desde hace casi 60 años. Su socialismo es del siglo XX, el que costó cien millones de muertos, y proviene directamen­te del leninismo. ¿Qué puede hacer el Grupo de Lima, exceptuado México, que vuelve a refugiarse en la parálisis de la Doctrina Estrada? Puede romper o rebajar la jerarquía de las relaciones diplomátic­as. Puede explicar que las leyes y la tradición justifican el uso de la fuerza cuando se han cerrado los caminos democrátic­os. Puede armar a los opositores para que defiendan sus libertades. Lo que sería suicida es cruzarse de brazos.

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