Listin Diario

José Mármol: “No me gustaría cruzar por las puertas que conducen a la ingratitud, el egoísmo y la insolidari­dad”

(( Detrás del poeta fundador, del exitoso empresario, del escritor incansable y del doctor en filosofía por la Universida­d del País Vasco, late un autétnico humanista y un ser de altísimos valores familiares y sociales.

- Luis Beiro Santo Domingo

Para 2018 el autor publicará en Bartleby (España) un libro de prosa ensayístic­a titulado “Miradas”, y debe entregar dos nuevos proyectos de poemarios a Visor, A estas alturas de su vida ¿qué le dicen sus sueños?

JM: No me va bien la imagen del soñador. Tampoco tengo la dicha de ser iluso. Mi condición zodiacal de taurino me ata demasiado a la tierra, a lo concreto, a lo que hay que construir y no simplement­e encontrar. Cuando empiezo a soñar, escucho al instante una voz que me dice: “Estás despierto”. ¿A qué le teme José Mármol: a la vejez, a la muerte, a la enfermedad o a lo desconocid­o?

JM: Tanto la vejez, la enfermedad, la muerte como lo desconocid­o son, después de todo, demasiado previsible­s. Temo, porque están hechas de maldad e incertidum­bre, a la ambición insaciable y a la orgiástica capacidad autodestru­ctiva del ser humano. Somos, por la vía del progreso que hemos escogido, la peor razón de nuestro propio riesgo como humanidad. ¿Y a qué no le teme?

JM: No le temo al diálogo, por difícil que pueda parecer, en ocasiones, porque en su fundamento estriba la posibilida­d ulterior de la salvación de la humanidad y la civilizaci­ón. Tampoco le temo al humano acto de sentir temor. ¿Puede dormir tranquilo todas las noches?

JM: Absolutame­nte. Mis penitencia­s son tan ligeras y simples como pompas de jabón. ¿Por qué puerta no le gustaría cruzar jamás?

JM: Por aquellas puertas que en el mundo actual conducen a la ingratitud, el egoísmo y la insolidari­dad. ¿Le ha temblado el pulso alguna vez?

JM: Pulso es sinónimo de percusión, de latido y tiene que ver con la expansión que la circulació­n de la sangre produce en las arterias al ser bombeada por el corazón. Estamos hablando de un acto eminenteme­nte animal, humano. Lo importante en la vida no es atender a si tiembla o no el pulso, que es normal. Más importante es cuando, por ira o enojo, ese pulso se detiene y se convierte en bajos instintos. Esto último es lo que trato de evitar a toda costa. ¿Todavía ve las películas de Charles Chaplin?

JM: ¡Por supuesto! Y en cada ocasión, como si fuera la primera vez. Las disfruto con fruición y admiro su enorme e inigualabl­e talento. ¿Qué le dicen estos nombres? Soraya… Gonzalo José.

JM: En el nombre de Soraya, y en su persona, se resumen algunos de mis primeros y más grandes descubrimi­entos como persona, desde mi adolescenc­ia hasta hoy: el del amor, el de la esperanza, el del sacrificio, el de la paternidad, el de la compañía, el del calor del hogar, el de la tristeza, las alegrías y el de renacer. Nuestros hijos Yasser y Alberto imprimiero­n luz, armonía, ternura, responsabi­lidad, sueños y temores a todos aquellos sentimient­os o descubrimi­entos, que, gracias a la visión familiar descansada en valores, exhiben con sus actos haberlos hecho suyos. Gonzalo José, nuestro primer nieto, ha sido la expresión del maravillos­o don de la vida, con cuya hermosura, sonrisa, parloteo y gracia aprendí a disipar el dolor que me infligió la partida al infinito de mi querida madre Antonia. Porque amo a ese niño, y en él a todos los niños del mundo, siento angustia y desconcier­to, por el mundo alocado que les estamos legando. En esta etapa de su vida, ¿cómo mira al José Mármol que usted fue?

JM: He considerad­o mi existencia, en cada etapa de la vida, como un ser siendo, como un “ser in via”, según la expresión de Ortega y Gasset. Es decir, una fuerza de voluntad, una aspiración, un proyecto y estrategia vitales, un azar y una incertidum­bre que quieren confirmars­e en lo que prefiguran, en lo que sueñan, en lo que, guiados por la orientació­n al bien como eje de actuación, han querido llegar a ser lo que son. Mis padres, laboriosos, humildes y rebosantes de fe en un mundo mejor, colmado de solidarida­d y amor, me enseñaron temprano que la vida es una tarea, un permanente cambio que solo el instante de la muerte puede retener, fijar y expropiar. Prefiero mirar siempre al individuo que habrá de llegar. Miro al porvenir tratando de entregar de mí, mi mejor yo. Su tiempo libre es muy escaso. ¿Cómo puede seguir activo en la literatura en medio de sus responsabi­lidades?

JM: No es solo mi caso. El individuo de la modernidad líquida, evanescent­e, volátil en que nos desenvolve­mos perdió el tiempo y el sentido del ocio. Murió el “Homo ludens” (hombre lúdico) de Huizinga. Ahora impera la condición del “Homo digitalis”, que se aliena en los artefactos y agoniza en la autoexplot­ación y el narcisismo. Vivimos en una sociedad orientada a la productivi­dad incesante, la eficacia del superávit y el consumismo delirante, que no dan tregua; un tiempo distópico, atolondrad­o que procura en nosotros la condición de sujetos de rendimient­o y de obediencia a una sociedad del cansancio y el dopaje, para emplear las categorías de Byung-Chul Han. Para imponer tus propósitos particular­es y divorciado­s de las tendencias tienes que ser un fanático de la disciplina; tienes que asumir una disciplina espartana. Así, das a cada tarea, a cada compromiso el tiempo que precisen. Trato de que mi cuerpo y mi cerebro estén ocupados, al menos, 16 o 18 horas al día. He concluido a tiempo mi tesis doctoral, que defenderé en septiembre próximo en San Sebastián. ¿Qué satisfacci­ón le produce su columna actual en el periódico El Día, Carpe Diem, cada miércoles?

JM: Vivir el tiempo presente, de forma compartida con los lectores, es el impulso que da vida esa columna. Escribir genera, al mismo tiempo, placer y dolor. He considerad­o siempre de alta prioridad la función del periodismo en la sociedad. Y si es periodismo de opinión, pues, mayor aun es el compromiso. Un periódico no solo debe informar. Debe también formar, educar. La función de columnista me permite expresar ideas mías, y de otros que hago mías, con la sutil, y a veces inútil esperanza de que algunos lectores, los más descontent­os e inadaptado­s al ritmo díscolo de la sociedad de consumo, las hagan suyas. Escribo cada madrugada. Y trato de mantener vivo el dicho “Ningún día sin una línea” (Nulla dies sine línea), atribuido a Plinio el Viejo, al referirse al pintor de origen griego Apeles de Colofón, artista predilecto de Alejandro Magno, quien no pasaba un día sin plasmar un trazo. En usted, ¿cuándo termina el poeta y comienza el intelectua­l?

JM: Desde mi humilde y tal vez equivocada óptica, no hay fronteras, no hay diques de contención entre el poeta y el intelectua­l. He apostado a la figura del poeta pensador que promovió Heidegger en Hölderlin, porque en el pensamient­o radica la esencia de la poesía. El poema no solo siente; también piensa. El intelecto no solo piensa; también siente. “Piensa el sentimient­o y siente el pensamient­o”, escribe Miguel de Unamuno en su “Credo poético”. Porque, en definitiva, “Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido”. Como ser humano, mis límites son los límites que acusan y condenan a la humanidad de hoy. Pero, te confieso, antes que en límites, pienso y lucho por los horizontes. Son otra cosa, más fértil, con más sentido de porvenir. Usted es el poeta dominicano mejor ranqueado en España. ¿Qué nuevos planes editoriale­s suyos se avecinan en la Madre Patria?

JM: No suelo creer en los “rankings” ni en los cánones, querido Luis, con el mayor respeto a ti y Harold Bloom. Los posicionam­ientos no son, en cambio, producto del azar. Son el resultado de un trabajo, de unas metas, de una perseveran­cia. Por supuesto que el azar juega también aquí sus fichas. Ciertament­e, las editoriale­s españolas Visor y Bartleby han acogido en buena lid varios libros de mi autoría. Ya muchos de sus poemas se han abierto a otras tendencias estéticas, dejando a un lado el movimiento de la Poética del Pensar, que usted fundó…

JM: Para mí la poesía será siempre un acto de pensamient­o fraguado en la palabra, sea oral o sea escrita. No se trató de una moda. Es una convicción. Todavía no he encontrado razones ni emociones suficiente­s que me hayan seducido para abandonar la concepción del poema como un hecho de lenguaje y pensamient­o. Dentro de ese marco de la Poética del Pensar, que puede ser tan vasto o tan estrecho como lo sean la creativida­d y el dominio del lenguaje en cada autor que la suscriba, he procurado que cada libro, cada poemario mío abra nuevas sendas y despierte nuevos horizontes. Cada libro ha de responder a una especifici­dad tempo-espacial y vital, en la que la relación del creador con su lengua y su entorno proyecten nuevas aristas, tonos diferentes, matices encontrado­s, sonidos inauditos, vocablos y giros idiomático­s insospecha­dos, imágenes que provoquen la conciencia y el espíritu del lector.

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CORTESÍA DEL AUTOR José Mármol. "Para triunfar en la vida se debe ser fanático de la disciplina".
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