Listin Diario

AÑOS DE SILENCIO POR SALVAR A SU HERMANA

Adriana aguantó por nueve años ser víctima de incesto por parte de su padre para evitar que su hermanita también pasara por lo mismo.

- Marta Quéliz martha.queliz@listindiar­io.com Santo Domingo

La segunda vez que su padre abusó de ella fue aun más traumática, dice Adriana, la joven que hoy con 24 años se ha atrevido a compartir su historia de incesto con lectores de LISTÍN DIARIO con el interés de que se mantenga más vigilancia sobre los infantes, y se oriente con respecto a la denuncia sin reparar en chantajes.

“Nunca olvidaré ese fatídico martes cuando llegué de la escuela, y ahí estaba, esperándom­e. No me dejó comer. ‘Así es que me gusta verte, con tu uniforme’, me dijo ese cerdo. Me llevó a la habitación a la fuerza y me violó dos veces seguidas. Yo no tenía fuerza ni para llorar. Lo fueron a buscar y se fue. Solo escuché cuando me vociferó: ‘En la cocina está tu comida mi amor’. No comí nada. Como a las cinco de la tarde pude pararme cuando la vecina que cuidaba a mi hermanita me llamó para entregárme­la”.

Recuerda que la vecina, curiosa le preguntó: “¿Tú te sientes mal?”. A lo que respondió: “No. Es que tengo sueño”. “Pues duérmete, que traigo la niña más tarde”. A esta petición Adriana dijo que sí. No quería que su hermanita la viera en esas condicione­s. “Porque aunque yo era una niña, la situación de pobreza me había convertido en una adulta que fregaba, trapeaba, lavaba, hacía cena y cuidaba de mi hermanita por las tardes”.

Era esa vecina la que le pasaba la comida para los tres (el padre y las dos niñas), sostiene la joven que asegura que cuando fue violada la segunda vez solo habían pasado 15 días desde la primera. “No fue antes porque el primo que fue a dormir aquella noche, se quedó por más días. También recuerdo que cuando pasó la primera vez, cuando a la semana mi mamá volvió, porque tuvo que quedarse corrido, ni cuenta se dio de mi tristeza”.

Cubre su rostro con sus dos manos para luego proseguir con la desgarrado­ra historia. “Mi mamá también era una víctima de esa bestia. Fueron muchas las veces que la escuchaba gritando que la dejara cuando quería estar con ella a la fuerza. Era un enfermo”, dice ahora apretando sus puños como si quisiera tenerlo enfrente para hacer justicia con sus pro- pias manos y, con los conocimien­tos que ahora tiene.

En la tercera ocasión, la vecina casi lo descubre. “Tocó la puerta varias veces y estaba como desesperad­a. Él me dijo: ‘Hazte la dormida, corre’. Así lo hice, pues ya en varias ocasiones me repetía que si lo delataba le haría lo mismo a mi hermanita”, llora y rápido se repone para continuar contando lo que al equipo de reporteros le desgarraba el alma.

“Te repito, mi mamá no se daba cuenta porque yo tenía que sacar de abajo para evitarle más sufrimient­o. En la escuela sí, y cuando lo mandaban a buscar decía que era que mami me hacía falta. Y a mí me decía: ‘No te atrevas a decir nada en la escuela, que ya sabes lo que pasa’. Esas amenazas eran cada vez más constantes, y yo me ponía más vulnerable”.

Relata que los años transcurrí­an y que los abusos se hacían cada vez más frecuentes. “Yo estaba resignada a aguantar, y mi único escape eran los estudios, cosa rara porque a quien le pasa esto tiende a bajar sus calificaci­ones. No te niego que había días que no podía concentrar­me, pero como mi meta era sacar a mi mamá y a mi hermana de las garras de ese monstruo, tenía que batallar”, sostiene con una firmeza digna de admirar.

En sus nueve años de tortura, como ella dice, el momento que más la marcó fue cuando cumplió 15 años. “Uf, qué fuerte”, respira y lo piensa antes de contarlo. “Bueno, te lo diré. ¿Sabes con lo que me salió ese demonio? Dios. Me dijo: ‘Tu regalo de 15 años te va a gustar. Vas a aprender a hacer el sexo oral’. Por Dios qué asco, no puedo recordarlo. Es más, mejor dejemos esa parte ahí. Confórmate con saber que a partir de ese momento, siempre tenía que hacerlo”.

Guarda un largo silencio. Sus ojos humedecido­s y sus manos temblorosa­s dan cuenta de que efectivame­nte, eso fue lo que más la marcó. “Prosigamos. Ya estamos en esto. Después de ahí, durante cinco años más continuó mi tortura. Tenía sobre mis hombros seguir siendo abusada, tratar de que mi madre no se enterara para que no sufriera más, proteger a toda costa a mi hermanita, hacer los quehaceres de la casa, estudiar, y lo peor, saber que tenía que vivir con esto de por vida”, relata.

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LÁGRIMAS. "No salió embarazada porque se cuidaba. No le gustaban los niños".

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