EMELY, UN CRIMEN SIN CASTIGO
Un año hace que mataron a la menor Emely Peguero, junto a la criatura de cinco meses que llevaba en su vientre, y todavía el proceso nataguea entre las chicanas jurídicas que intencionalmente se introducen para dilatarlo, lo cual configura, por el momento, un verdadero acto de negación de justicia.
¿Cómo es posible que teniendo la justicia todas las pruebas palpables e indudables del crimen, con sus autores materiales e intelectuales presos, esté zigzagueando tanto para entrar en el fondo y condenar a los ejecutores de tan execrable asesinato? Por casos como este es que la ciudadanía tiende a perder fe en la eficacia de la justicia para sancionar los crímenes de todo tipo que llegan hasta sus tribunales, y por culpa de esas chicanas o estrategias que arman los abogados para que nunca llegue el momento de las condenas es que crece la sensación de que la impunidad gana mucho terreno cada vez. Existiendo el cúmulo de pruebas contra los acusados y, sobre todo, las confesiones de testigos o cómplices que no dejan lugar a dudas, la justicia lleva ya un año en una especie de círculo vicioso, atrapada por los incidentes procesales, mientras la sociedad aguarda atenta que en este, como en otros casos bestiales, se aplique una sanción ejemplar.
Mientras que los tribunales dominicanos, sin caer en injusticias o en indulgentes tratos, no den respuestas en el tiempo oportuno a la hora de decidir sobre casos que conmueven a todo el país, las dudas y las interpretaciones sobre este accionar seguirán pesando mucho entre los factores que la exponen al descrédito y la desconfianza. Y el país no puede permitir que lleguemos a estos umbrales de colapso, simple y llanamente por culpa de tantas triquiñuelas procesales o por los intereses que se entrecruzan cuando los acusados tienen alguna nombradía o jerarquía, pública o privada, para dilatar hasta el infinito el momento crucial de las penalidades.