Listin Diario

“LA PERDONÉ, PERO NO OLVIDO QUE FUI ABUSADO”

Así lo asegura un joven de 18 años que hoy comparte su historia de incesto por parte de su madre. La de él se suma a otra que dejó un hijo.

- Marta Quéliz martha.queliz@listindiar­io.com Villa Altagracia

Fue doña Lavinia Fernández, una columnista de esta sección La Vida, la que alertó sobre el incesto de madre a hijo. El caso salió a relucir porque lo que se ha escrito en esta serie le ha pegado fuerte a quienes han leído estas historias. Sin embargo, escuchar a alguien decir que ha sido víctima de abuso sexual por parte de su propia madre, rompe todos los límites.

Si no lo cree, lea esto: “Yo era muy niño. Tenía seis años... Y ella me decía que eso era normal. Me acariciaba, y yo inocente le preguntaba que por qué ella hacía esos ruidos, que hoy sé que son eróticos. No me respondía y seguía haciéndome cosas indecorosa­s”, revela hoy un muchacho de 18 años que se ha refugiado en la iglesia para poder sobrevivir a esta tragedia emocional y física que le causó la persona considerad­a como el ser más sublime que hay sobre la Tierra: la madre.

Haciendo preguntas y por qué no, descubrien­do de mala forma su sexualidad, el niño crecía y seguía siendo víctima de su madre. “Cada vez que mi papá iba a verme, no me deja solo con él. Tampoco me podía ir cuando iba a buscarme. No olvido que ella siempre me repetía: ‘Lo que pasa entre tú y yo es amor y nadie debe saberlo’. Eso me horrorizab­a, pero imagínate, ¿qué yo podía hacer?”, se pregunta muy triste.

Cada vez avanzaba más esta relación de incesto que causa tanta repulsión como tristeza. Lo asegura con sus mejillas mojadas, sus manos sudorosas y un movimiento en sus piernas que delataba que un dolor profundo se adueña de su paz. No ha sido suficiente el acercarse a la iglesia para ir tras la cura espiritual. “Sé que tengo que esperar que el tiempo pase, y con la ayuda de Dios, salir adelante”.

Ya con 10 años, cuatro de ellos siendo víctima de incesto, el niño llevó una mala nota a su casa. “¿Y qué fue, te quemaste?”, le preguntó, según narra el joven que ayuda a otros muchachos a seguir el camino de Dios. “Le respondí: ‘¿Y cómo no me voy a quemar? Tú no me dejaste estudiar, tú sabes por qué’. No sé cómo usted va a asimilar esto porque es fuerte”, hace un profundo silencio y continúa: “Yo duraba hasta una hora haciéndole sexo oral a ella”, da un puñetazo en una mesita que había cerca, y dice: “Ya dejemos esto hasta aquí”.

Ya ni quien escribe quería seguir escuchando la historia. Fue necesario abandonar por un momento el escenario para recuperar fuerzas. Un profesor de canto religioso que él tiene en la iglesia a la que asiste, que por lo visto conoce el caso, lo convence de que termine de relatarla, alegando que eso lo ayudaría a curar sus heridas. “Con esto vas a ayudar a otros muchachos que tal vez estén atravesand­o por algo similar”, le aconsejó.

Un sí que emitió con la cabeza, le informó al equipo de LISTÍN DIARIO, que tenía que aguantar, y seguir escuchando lo que ya le estaba haciendo daño. El deber llama. Unos 11 minutos más tarde, el joven retoma la historia. “Después de ese día, me sentí con fuerza, y me revelé. No le dije que se lo diría a mi papá, pero se dio cuenta de que ya yo estaba harto. Se acercó a besarme con esa pasión que yo aborrecía. Le quité la cara, y la empujé. Ella es de baja estatura y ya yo estaba como de su tamaño. Me acosté y cerré la puerta con seguro. La abrió y me amenazó. Callé”, cuenta dejando claro que para ese momento estaba actuando como debía.

Cuando llegó el sábado que mi papá fue a buscarme, como cosa de Dios le dijo: ‘Hoy me llevo el niño’, que tú solo quiere andar con ese muchacho pegado. Ya se está haciendo un hombrecito. Me lo llevo’. Eso le dijo él”; respira profundo. “Bueno, el caso es que yo me le pegué a mi papá, y me fui para volver el domingo. Se lo conté esa misma noche. Él no me podía creer. Me hizo tantas preguntas… De verdad que no lo creía. Quería ir a buscarla, pero yo le dije que no porque ella iba a empatar conmigo”, cuenta mientras se pasa la mano por su abundante cabellera.

Como era de esperarse, el domingo su padre madrugó y lo despertó para que le acompañara. “Cuando llegamos, ella vivía en Los Mina y mi papá en Los Guaricanos, en casas alquiladas ambos, ella se había mudado. Les preguntamo­s a los vecinos, y un señor con el que ella se juntaba a beber, nos informó que se mudó porque le pidieron la casa”, no se quedaron de brazos cruzados. Siguieron buscándola. “Me sentía y me siento mal, porque soy un número en una lista que tiene pocos nombres”, hace silencio.

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