The age of the shadows
La lucha del pueblo coreano contra la ocupación japonesa no ha pasado inadvertida en la historia de las producciones de ese país. Una de las más recientes, “The age of the shadows” constituye un ejemplo épico con elementos comerciales que lo vuelven atractivo.
Una cámara indiscreta se encarga reproducir esta historia como si recorriera el inframundo de vagones de ferrocarril, restaurantes de lujo, ciudades enteras, barrios, callejuelas, cárceles, juzgados, puertos, avenidas y estampadas de ensueño. Lo hace con esplendor. Con altura inusitada y orfebrería casi perfecta.
Pero no piense el espectador que se encuentra frente a paisajes deslumbrantes. Todo este entramado es construido dentro de estudios. La imitación de esos espacios naturales es una de las primeras virtudes de esta obra, que inicia bien y concluye mejor.
“The age of the shadows” (Kim Jee-woon, Corea del Sur, 2016; 119 minutos) aporta una mirada a la historia peninsular: Durante la ocupación japonesa, un grupo de patriotas coreanos intenta traer explosivos desde Shanghai para destruir la base nipona en Seúl, mientras que los japoneses pretenden detenerlos. Un oficial japonés nacido en Corea sufre una catarsis de valores al comprobar la impronta de los jóvenes coreanos en favor de su patria a quien los invasores se encuentran subyugando. Llama la atención cómo en plena Era del imperio tecnológico, el director Kim Jee-Woon trabajó a partir de primeros planos y planos intermedios, con escenografía ejemplar y actuaciones nada despreciables, comenzando por ese veterano maestro del histrionismo asiático llamado Song Kang-ho, el afamado protagonista de “Memories of murder”, “The host” y otras piezas clásicas del cine.
Todo en este thriller de espionaje y contraespionaje es espontáneo, pensado en cine, elaborado en cine, con independencia del empleo de ciertos clisés para historias de este tipo.
Es cierto que su guion no es pretencioso. Se complica por el abuso de sub tramas, y la gran cantidad de personajes que a ratos confunden y complican. Pero no es nada despreciable.