Listin Diario

FE Y ACONTECER “Tú tienes Palabras de Vida Eterna”

- CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

XXI Domingo del Tiempo Ordinario – 26 de agosto, 2018 a) Del libro de Josué 24, 1-2. 15-18 sta vigésimo primera semana del Tiempo Ordinario aparece la figura de Josué, el nuevo líder, luego de la desaparici­ón física de Moisés. Josué, hijo de Nun, poseía grandes dotes de prudencia, porque Moisés le había impuesto las manos…Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara.

La Asamblea del Siquem, a la que se refiere el capítulo 24 de Josué, es una renovación de la Alianza, que tenía lugar periódicam­ente en el santuario donde se encontraba el Arca, tiene por objeto la conclusión de un pacto entre las tribus de Israel y Yaveh. No sólo constituye el acontecimi­ento más importante de todo el libro, sino que señala una de las fechas señeras de toda la historia bíblica.

El pacto que sella el pueblo está calcado en buena parte de los pactos hititas o sea de vasallaje entre Yaveh que es el soberano y el pueblo de Israel como vasallo. Naturalmen­te, al ser importados a Israel, que profesaba una religión monoteísta, estos los pactos sufren un proceso de adaptación, pero en casi todos los pactos bíblicos se pueden descubrir elementos del formulario hitita.

Es curiosa la repetición con insistenci­a de la palabra “servir”. Catorce veces aparece este verbo, de las cuales siete en los dos primeros versículos (14-15). “Servir” en sentido bíblico implica: fidelidad en la fe, servicio cultual y respuesta positiva a las exigencias de los mandamient­os.

Concretame­nte, en el pacto de Siquem aparecen los siguientes elementos: Preámbulo: “Así dice el Señor, Dios de Israel”; el prólogo histórico (vv. 2-13); la cláusula capital, en virtud de la cual las tribus se comprometí­an a servir exclusivam­ente a Yahveh (vv. -21); las cláusulas del pacto (vv. 25-26); y finalmente se alude a los testigos (vv. 23.26-27). De todos estos elementos, el que encuentra más paralelos en la Biblia es el prólogo histórico.

Eb) De la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 21-32. La Iglesia nos propone el penúltimo capítulo de la carta a los Efesios, después que San Pablo ha estado exhortando a la unidad y armonía en la comunidad cristiana en general, el tema de estos versos es la relación que debe haber entre el esposo y la esposa. El Apóstol concentra su atención ahora en el núcleo familiar, la Iglesia doméstica, formada por el matrimonio, los hijos y, en aquellos tiempos, también los esclavos, hoy diríamos la servidumbr­e, si se tiene.

Primero se dirige a los esposos y en concreto a la esposa: “Las mujeres deben respetar a los maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, que es su cuerpo”. Pero más adelante añade: “Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para limpiarla con el baño del agua y la palabra y consagrarl­a, para presentar una Iglesia gloriosa y sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e irreprocha­ble. Así tienen los maridos que amar a sus mujeres, como a su cuerpo. Quien ama a su mujer, se ama a sí mismo, nadie aborrece a su propio cuerpo, más bien lo alimenta y cuida, así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros que somos los miembros de su cuerpo”. c) Del Evangelio según San

Juan 6, 60-69.

Durante los últimos cuatro domingos, después del signo de la multiplica­ción de los panes, Jesús se nos ha revelado como el Pan de Vida, enviado por el Padre para darnos la Vida Eterna, sus palabras provocaron una reacción negativa de parte del público que escuchaba al Maestro, indicando que: “Este modo de hablar es inaceptabl­e”, pero Jesús no retiró sus afirmacion­es sino que las mantuvo.

En los versículos finales del capítulo 6 de San Juan que leemos este domingo encontramo­s las palabras de Jesús: “¿Esto les hace vacilar? ¿y si vieran al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen”. Indicándon­os San Juan, que muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren marcharse? Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Hay dos reacciones contrarias ante el discurso sobre el pan de vida que es la carne de Jesús: la negativa, por parte de la mayoría de los discípulos de Jesús y del pueblo; y la positiva, por parte de los Doce, a quienes representa el apóstol Pedro. La insistenci­a fundamenta­l de Jesús en este final es la disyuntiva entre fe e incredulid­ad. Es la gran crisis con que, según San Juan, termina el ministerio profético de Jesús por tierras de Galilea.

Actitud negativa: “Este modo de hablar es inaceptabl­e”. Jesús ha tenido a lo largo del discurso varios interlocut­ores: “la gente”, “los judíos”, “los discípulos” y finalmente “los Doce”. Los primeros en criticarle fueron “los judíos” porque les había dicho que Él era el “pan vivo bajado del cielo” y que les “daría a comer su propia carne”. Ahora los defraudado­s son los propios “discípulos” o seguidores de Jesús, “este modo de hablar es inaceptabl­e, ¿quién puede hacerle caso?”, por eso están decididos a abandonar a Jesús.

Actitud positiva: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Desde entonces muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con El. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren marcharse?” Simón Pedro contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo, consagrado por Dios”. Es una clara profesión de fe mesiánica.

Jesús presenta su mensaje con radicalida­d, hay que actuar a su favor o en su contra, Pedro deja bien clara la razón por la que jamás dejarían al Maestro, reconocién­dolo como el Hijos de Dios que tiene palabras de vida eterna. Para un verdadero cristiano, la única opción es seguir a Jesús, aunque no entendamos su lenguaje, aunque la vida se torne cuesta arriba, aunque se presenten fuertes crisis e incomprens­iones. El Dios en quien nosotros creemos es providente y amoroso, por eso le pedimos que nos regale el don de la fe y la gracia de conocer a Jesús y a su Evangelio, pero sobre todo el valor de seguirle y testimonia­rle ante el mundo que no le conoce con todos los actos de nuestra vida. Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.

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