Agosto es un mes de grandes santos
Agosto, octavo mes del calendario, es el mes de la Restauración y de la asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al cielo (Const. Apost. Multificentíssimus, del Papa Pío XII, el 1 de noviembre del 1950).
Es un mes en el que celebramos también 18 Grandes Santos a saber:
Alfonso Ma. De Ligorio (1), Santo Domingo de Guzmán (4), San Juan Ma. Vianney (El Santo Cura de Ars) (8), San Lorenzo (10), Santa Clara (11), Santo Maximiliano Kolbe (14), Santa Elena (18), San Bernardo (20), San Juan Eudes y Ezequiel Moreno (19), San Pio X (21), Santa María Virgen y Reina (22), San Bartolomé Apóstol (24), San José de Calasanz (25), Santa Mónica (27), San Agustín (28), Santa Rosa de Lima (30), Santo Ramón Nonato (31), así como el martirio de San Juan Bautista el 29 de agosto, y el día 6, la transfiguración del Señor.
Es, pues, un “señor mes”. ¡Cuántas bendiciones nos ofrece el Señor por medio de sus santos!
La verdad es que “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” como nos dice el Salmo 125.
“Los testigos que nos han precedido en el reino (Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia reconoce como ‘santos’, participan de la tradición viva de la oración, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar ‘en la alegría’ de su Señor, han sido ‘constituidos sobre lo mucho’” (Mt 25, 21). Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero (Catecismo de la Iglesia Católica No.2683).
El Concilio Vaticano II, celebrado hace ya más de 50 años, fue el primero que valoró el papel del laicado, que hasta ese tiempo se había mantenido como simples observadores de la acción de la Iglesia, y fue el que nos dijo: los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo… A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales” (Conc. Vat. II, Lumen Gentium No. 31).