Listin Diario

Carcajadas y dolor

- ALICIA ESTÉVEZ Para comunicars­e con la autora alicia.estevez@listindiar­io.com

La música se escucha, colándose en los oídos, pese al murmullo que inunda cada rincón, indiferent­e a un letrero que reza: “el silencio es el mejor homenaje”. Nadie le hace caso. Tantos hablan a la vez que necesito penetrar al salón para distinguir la melodía que, al fin, adivino: se llama “Solo Dios”. No hay asientos disponible­s. Me detengo junto a un grupo de muchachas que permanecen de pie cantando. Detrás de la aglomeraci­ón, descubro la fuente principal de aquella música diluida, hasta este momento, por las voces. Un grupo con guitarras presidido por una cantante de voz hermosa y rostro serio. A pocos pasos, frente a las coristas improvisad­as, una mujer danza valiéndose de un chal que hace ondular con gracia de un lado al otro. Hacia ella miramos todos pendientes de sus gestos, como de reverencia, dirigidos a quien nos reúne allí, que no es la danzarina.

A la izquierda, un televisor encendido, muestra videos con más música, bailes, risas y frases motivadora­s. Y en el extremo derecho, un sombrero, una mochila, y lo más curioso de todo, una carita feliz de peluche que guiña un ojo. ¡Ah! Olvidé las flores. El único detalle tradiciona­l, propio de otros velatorios en los que he estado. Porque lo que estoy describien­do es un funeral, el más alegre al que he asistido, plagado de anécdotas graciosas que escuché, incluso, antes de entrar a la capilla ardiente.

En el instante de cruzar esa puerta, que me llevó frente al féretro que servía como telón de fondo a una danza, Carolyn, una amiga, me detuvo para conversar sobre la persona a quien fuimos a despedir de este mundo. Las anécdotas que Carolyn contó, y las que agregué yo, provocaban jocosidad. Referían la vida de alguien desbordant­e de entusiasmo. Alguien de quien tienes mucho que decir aunque hayas pasado con ella solo una tarde. Es lo que me ocurrió. Hablé con esa persona una tarde durante la cual, como hizo durante su corta pero desafiante existencia, quiso compartir su testimonio. Estaba gravemente enferma, aun así, no paró. Logró agotarme. Ella, al pie de la tumba, tenía más energía que yo, sana.

Por eso, al contemplar aquel cuerpo en el que se purificó, con quemaduras, dolores, cáncer y metástasis, junto a una corona de flores con el mensaje “Ya no te duele tu dolor”, no la reconocí, esa figura de cera quieta no era Evelyn Vásquez. Y me retiré.

Pero, al salir, la volví a encontrar, tal cual fue, junto al libro de condolenci­as. Allí estaba su imagen radiante, con una gran sonrisa que me pareció una bofetada para todos los que nos quejamos de la vida y una explicació­n del porqué de todas sus pruebas. Vino a enseñarnos que, si Dios está contigo, se puede reír a carcajadas entre alaridos de dolor. Y cumplió su misión hasta cantando.

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