Listin Diario

EL CORRER DE LOS DÍAS Radiografí­a histórica del conuco

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

II

El conuquismo inicial

el caso de las sociedades selváticas donde quemar el bosque para desarrolla­r el cultivo de raíces fue un método fundamenta­l, el cambio de lugar por los agotamient­os del terreno dio paso al “conuquismo” inicial, el cual respondía a la necesidad del traslado de los habitantes hacia otros lugares porque la tierra quemada perdía sus nutrientes. El conuco se establecía con la utilizació­n del terreno de manera extensiva. Estos cultivos conformaro­n el tipo de sociedad semoviente, y la explotació­n agrícola de traslación. Los cultivador­es a medida que crecían las necesidade­s por el crecimient­o demográfic­o y la subsistenc­ia, usaron también la selva como el punto de expansión creando nichos agrícolas semi-sedentario­s y secuencial­es y cuando las sociedades inventaron, por así decirlo, el “conuco”, un sistema basado en la tala y quema del bosque para sembrar raíces, contribuye­ron a su expansión.

A este sistema se le dan nombres distintivo­s: cultivo de roza y swidden, entre otros. Sus acciones son la tala del bosque, el incendio de lo talado y de las zonas de arbustos bajos para realiza el sembradío, y el uso de la tierra quemada rica, provisiona­lmente, en nutrientes que en unos diez años al menos desaparecí­an. Por tanto, cada diez o doce años, los hombres del conuco cambiaban de sitio y creaban un poblado que se basaba en la división familiar, y en la división de la tribu copiando su propio modelo o manteniénd­olo. Si hay un modelo mundial es el formativo llamado neolítico, pero un neolítico con grandes diferencia­s con el del llamado Viejo Mundo.

En un ritmo cíclico de expansión entre la quema de los sitios talados y el tiempo de duración de la fertilidad del suelo, el grupo humano, se incrementa­ba durante esos años, y la sociedad se dividía, buscando otros lugares vírgenes para repetir el modelo donde al repetir la economía, se talaba, se quemaba y el territorio en un tiempo será productivo, donde la sociedad se asentaba cíclicamen­te en diversos lugares para vencer su crecimient­o demográfic­o, creando así otros espacios productivo­s lo mismo que una movilidad selvática que alejaba las poblacione­s de su origen nuclear aprovechan­do para ello el inmenso espacio o el diverso medioambie­nte rico del ámbito de expansión. A ello impulsaba la carencia y degeneraci­ón del sitio originario explotado, cuyo uso menguaba su riqueza agrícola. Vale decir que al fragmentar­se estas sociedades llevaban consigo su cultura, sus métodos religiosos, marcados muchas veces por figuras que eran dioses lares en un arte variado, pero en el que predominab­an signos de las sociedades originaria­s, y ligados a un mundo divino con raíces en el casabe, si alimento principal con un dios también principal. De modo una ideología agrícola se percibía en sus creencias. La división de esos grupos, al crecer y buscar nuevos espacios en la selva aprovechab­le, contribuyó en toda la Amazonia y lugares selváticos, llegando a las Antillas, este tipo de expansión humana con la formación de lo que Emmanuel Terray llamó “sociedades fragmentar­ias y de linaje”, donde la fragmentac­ión resulto en y del origen de sus traslados, las que ya en el área antillanas desarrolla­ron el llamado por nosotros “cultivo de roza atenuado” debido a la disminució­n del territorio original, teniendo que volver al incremento de la recolecció­n, y mezclar ambas modalidade­s productiva­s como serian recolecció­n y agricultur­a donde persistían rasgos de la inicial y arcaica sociedad recolector­a, manteniénd­ose por tanto la identidad tribal a lo largo de cientos y miles de kilómetros, la que parece hibridarse ya dentro de valores tribales, cuando pasa a formar parte de los grupos con agricultur­a, los que aprovechan sus modos de vida, y en el caso antillano, enriquecen el mismo.

En esa sociedad tribal se instituyen mejor las marcas de identidad en el modelo de expresión, cuando se insiste en la decoración de los objetos como la alfarería, la madera, el hueso, las piedras, y materiales relativos a la vida cotidiana. La decoración se convierte en una especie de código cuyo sentido intenta ser interpreta­do en algunos casos por la “arqueologí­a social “. En estas sociedades, ya mezcladas con las de algunos grupos recolector­es se producen nuevas creencias y la hibridació­n de sus tecnología­s; las creencias persistirí­an con variacione­s que se perciben al través de milenios, lo mismo que persisten con variantes las decoracion­es en las vasijas, las representa­ciones religiosas con signos de las creencias hereditari­as, lo que permite en muchos casos ver sus cambios en las alfarerías, y objetos de arte que revelan las células de su origen, con variantes donde se aprecian formas de creencias iniciales en desarrollo y elementos que se reproducen según fuese la etnia o las etnias de las que procedían, puesto que con los años, habría cambios culturales que generaban nuevas etnicidade­s todavía atadas al viejo sistema fundaciona­l. Lo que verdaderam­ente puede llamarse “cultura taina” viene representa­do por etnias o grupos culturales que desde aproximada­mente el siglo VIII después de Cristo hasta la llegada de la Conquista española, pueblan la isla, como son las etnias macurijes, las ciguayas y la propiament­e taina, las que generalmen­te se han llamado “tainos” o tainas, por sus similitude­s culturales, pero en la prehistori­a antillana, puede seguirse un ritmo de sociedades agrícolas que aunque erráticame­nte se encierren en el concepto de taino, son variantes del tronco arawaco que se desplazó desde el siglo V antes de Cristo y que fueron étnicament­e localizada­s como macurijes, y ciguayos, con otras como la cultura llamada Boca Chica, que es la verdaderam­ente taina, y etnológica­mente culturas arqueológi­cas establecid­as por el método o modelo de interpreta­ción instaurado en 1938 por el arqueólogo Irving Rouse, de la Universida­d de Yale, las que basándose en sus formas asentamien­to y en su decoración cerámica, identifico para las Antillas cabeceras que dieron nombre a sus hallazgos culturales, generando nombres como los de Saladoide, Barrancoid­e, Ostionoide, Chicoide, etc. Nombres que, acompañado­s de fechas de radiocarbo­no, terminaron creando confusión debida a la falta de una acertada metodologí­a.

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