La suma y resta de Dios
Los periodistas somos relatores de la vida diaria. Acontecimientos que pasan frente a las narices de los demás, sin llamarles la atención, para nosotros son una fuente de noticia. De una conversación informal, de un hecho que ocurre mientras conduzco en la calle, voy al supermercado o al médico, me surge la idea de un tema. Es lo usual. He escuchado, en numerosas ocasiones, la pregunta que de dónde saco los temas y le digo a la gente que de la vida. También, suelo escribir sobre conclusiones a las que llego tras reflexionar, al preguntarme por qué ocurre una cosa o la otra. Como el tema sobre el que escribo hoy. Durante años he observado, con curiosidad y asombro, la buena suerte de una persona que, desde el punto de vista moral, ha cometido graves faltas. Como creo que la vida siempre pasa factura, no había comprendido que a alguien así le vaya tan bien. Pensaba que en su caso no aplica la premisa de que el universo te devuelve lo que le das. Luego, reparé que lo mismo ocurre con otros conocidos, cuyas acciones tampoco son ejemplares. Por ellos, he pensado que no todos somos medidos con la misma vara. No obstante, como siempre, Dios me hizo llegar la respuesta a la pregunta. ¿Si se portan mal, por qué reciben bendiciones? He descubierto que, además de sus fallas morales, que las tienen, entre estos “suertudos” hay otro punto común: todos son generosos. Hacen obras de caridad, ayudan al necesitado, le dan la mano, incluso, a gente a quienes no conocen. Eso es lo que la vida les está devolviendo, aunque fallen, como todos fallamos, en otras áreas. La generosidad florece a nuestro alrededor, la bondad, el extender la mano, se multiplica y nuestro entorno se llena de frutos cuyo origen no sospechamos. Lo cierto es que los sembramos nosotros. Lo mismo ocurre cuando no damos, cuando cuestionamos siempre si ese limosnero nos engaña; si esos zapatos podrán servirnos luego y si le podríamos sacar dinero a algunos objetos inútiles de nuestra casa o los entregamos a quien los necesite. Si, aunque nos portemos bien, no sembramos, no habrá cosecha. Dar, aun para quienes hemos cometido grandes faltas, es la garantía de que recibiremos. Al final, la suma y resta de Dios no se equivoca.