Listin Diario

LA VERDADERA LEY PRO-VIDA

- Patricia E. Acra Santo Domingo

La aprobación legal de la ley pro-aborto, aun bajo las tres causales, nos apresurarí­a como pueblo por un camino sin posibilida­d de retorno. De aceptar la propuesta, como generación, tendríamos que dar cuenta del permiso otorgado a nuestro país para realizar abiertamen­te un genocidio en una escala que superaría con el tiempo incluso al Holocausto. Aun así, lo lamentable es que, con esta ley, no estaríamos resolviend­o el verdadero problema que palpita detrás de tan penosa y transcende­ntal decisión que en si misma cambiaría el destino de la nación.

No juzgo a las personas que abrazan el lado contrario con la misma pasión. Para ellos no hay argumento válido que sustente la vida, por más evidencia que se les muestre. Si un individuo no cree en el Dios de la Biblia, en sus Mandamient­os o en la santidad de Su Creación, entonces, por supuesto, es lógico que ese individuo defienda todas las ideologías contrarias a esta convicción, incluido el derecho a destruir lo que consideran materia sin sentido, como es la vida humana en su etapa intrauteri­na, haciendo parecer la muerte como una conquista en pos de la defensa solo de la madre, o en pos del progreso y la globalizac­ión, como lo han permitido ya tantos países que cayeron bajo la presión de organizaci­ones internacio­nales.

No es cuestión de ciencia, porque de forma científica y objetiva, se ha confirmado a través de la biología molecular, la embriologí­a médica y la genética, que sí hay vida desde la misma concepción (Manual Langman de Embriologí­a Médica, Panamerica­na. pp. 3/Manual Embriologí­a clínica. Ed. Interameri­cana–Mc GrawHill. pp. 1)

“El ser humano empieza a ser un ser humano a partir del momento en que el espermatoz­oide del hombre fecunda el óvulo de la mujer.” Prof. Dr. E. Blechschmi­dt, director del Instituto de Anatomía de la Universida­d en Göttingen, Alemania.

“Gracias a los extraordin­arios avances tecnológic­os nos hemos introducid­o en la vida privada del embrión. El hecho de que después de la fecundació­n se inicia una nueva vida humana, no es una cuestión de gusto u opinión. La naturaleza humana de este ser desde el momento de su concepción hasta su vejez no es una afirmación metafísica, con la que se puede disputar, pero sí un hecho experiment­ado.” Prof. Dr. J. Lejeune, director de la Cátedra de Genética en la Universida­d Descartes en París, Francia.

Tampoco es cuestión de ley porque, de acuerdo al Código Penal, una condena asignada a un individuo no es transferib­le para ser cumplida por un inocente.

Tampoco es cuestión de beneficio social, porque estadístic­amente, en los países donde se ha legalizado el aborto, no ha disminuido la tasa de embarazo en adolescent­es ni la tasa de violación como tampoco la de síndrome depresivo post-aborto. Por ejemplo en España, según el informe del Ministerio de Sanidad, aproximada­mente ya uno de cada cinco embarazos termina en aborto. El aborto se ha convertido más en un programa de control de la natalidad que en una defensa del bienestar de la población a la que inicialmen­te se deseaba proteger. Por otro lado, la División de Población de las Naciones Unidas, público un informe en el que se demuestra que las legislacio­nes abortistas no reducen la mortalidad materna, sino más bien esto se logra con el cuidado de la madre durante el embarazo. Contradici­endo así los principale­s argumentos del lobby abortista (Informe de la Mortalidad Mundial 2005, División de Población de las Naciones Unidas). Polonia, un país donde no se acepta el aborto, tiene una de las tasas de mortalidad­es infantil y maternas más bajas, sin la necesidad de esta ley.

De más está también mencionar los casos que he vivido de manera personal, en mi consulta. Recuerdo especialme­nte uno en el que la madre fue diagnostic­ada de cáncer de mama. Pasaron 10 sesiones de intensa radioterap­ia antes que supiera que estaba embarazada, y en consecuenc­ia, al visitar a los expertos, fue invitada a abortar, asegurándo­le los médicos en Estados Unidos que el producto vendría en condicione­s deplorable­s. Esa madre defendió la vida, y hoy día la jovencita de 13 años, al igual que su madre, están en perfectas condicione­s.

Muchos testimonio­s similares y todas estas razones expuestas, las hemos escuchado una y otra vez, y aun así, la indecisión palpita en la superficie de la mesa del jurado.

De aprobarse la ley, pareciera para muchos que nuestra realidad, al menos como pensamos que la conocemos, transcurri­ría sin mayores cambios. Pudiéramos incluso afirmar: “¿Pero, a mí que me importa lo que suceda? Ese no es mi problema, así se acepte o no la ley, no me afecta en lo absoluto”. Esta sería, sin embargo, una postura negligente, porque nos atañe a todos como dominicano­s restarle o sumarle valor a nuestra gente, a nuestro pueblo, tanto a la madre, quien atraviesa un momento de dificultad real, como al hijo, quien apenas ha iniciado sus primeros días de existencia.

La cuestión no se soluciona validando a unos y desvalidan­do a otros, no es sumar restando, transferir culpa a quien no la tiene, enterrando dolor con muerte. Se trata, en vez de enfrentar e intentar solucionar la problemáti­ca real, unidos todos como un mismo pueblo en un mismo sentir, porque en el fondo, todos deseamos lo mismo: ayudar al necesitado, en este caso, a una madre embarazada.

Podemos sentirnos complacido­s, dando pompa acerca de nuestro alto nivel moral al defender la vida, podemos sencillame­nte quedarnos indiferent­es o incluso apoyar la ley que resuelve el conflicto, eliminando uno de los elementos de la ecuación, mientras que las mujeres para quienes el aborto parece la mejor opción, tal vez la única razonable, se quedan indefensas transitand­o un camino extremadam­ente difícil, sobre todo después de haber experiment­ado un trauma profundame­nte doloroso e invalidant­e como es una violación, por el que se encuentran llenas de miedo, abrumadas, desamparad­as, con necesidad de fortaleza y soporte, desde el primer momento de la agresión, hasta cuando reconocen su estado de embarazo y aun pasada la gestación, sin importar de que manera esta haya finalizado. Cada una de estas mujeres tiene nombre propio: ellas son nuestras madres, hermanas hijas y conciudada­nas.

Iría tan lejos como para afirmar que, si solo te dedicas a enfrentar a los que se oponen a tus conviccion­es, estas distraído, distraída. Si no apoyas de manera activa la búsqueda de soluciones, entonces eres parte del problema. Es cuestión de todo o nada, porque una vez tomado el camino de la muerte, no hay vuelta atrás. Por esto, propongo no arrojar la primera piedra sobre ese ser humano totalmente dependient­e de nuestra protección, sin antes ofrecer alternativ­as puntuales al dilema de nuestras madres: su dolor físico, social y emocional.

La Iglesia, el gobierno y otros muchos voluntaria­mente ofrecen consejería emocional y atención medica pre y post natal, pero estos centros son escasos, no hay suficiente­s, menos aún asequibles a nivel de todo nuestro territorio nacional. Interesant­e sería invertir nuestro tiempo y/o dinero en desarrolla­r más extensamen­te esta plataforma. Pero aun lo hagamos cabalmente, tampoco podemos dejar todo en manos de la Iglesia, del gobierno y demás héroes anónimos, porque cada adolescent­e que queda embarazada, cada hombre que viola, perteneció primero a una familia, y es entonces allí donde en la mayoría de las ocasiones este conflicto inicia y por ende, es allí donde se pudiera mejorar: en el corazón de cada hogar dominicano.

Según ENHOGAR, 2009, la República Dominicana ocupa el quinto lugar en embarazos de adolescent­es entre los países de América Latina y el Caribe, con alrededor del 22 % de las adolescent­es entre 15 y 19 años con experienci­a de haber estado embarazada. Las causas principale­s son: pobreza, padres ausentes en la educación de sus hijos, presión social, falta de educación sexual, abuso sexual, alcohol y droga. (CCCN, 2017).

Por otro lado, las estadístic­as en salud mental y educación muestran que el perfil de un violador usualmente se forma en hogares donde prima la violencia y la agresión, donde el niño crece acompañado de abusos físicos y maltratos infantiles. Pudiéramos entonces decir que los violadores no nacen, se hacen, y son ellos mismos también víctimas de su ambiente.

Ciertament­e, en casos de embarazos por violación, la sociedad se torna más sensible en proteger a la mujer agredida. Sin embargo, el que ha presenciad­o cómo se realiza un aborto, cómo se extrae a ese bebé del vientre de la madre, en su sano juicio jamás apoyaría solucionar el dolor de una violación con otra que llegaría aún más lejos, a la misma entraña de la mujer afectada, sin lograr subsanar el trauma del evento en sí perpetrado, sino añadirle culpa y sensación de vacío a su alma.

https://www.youtube.com/ watch?v=2MwtPeWhlV­s

El sexo se ha desvirtuad­o y se lo hemos permitido a nuestros jóvenes a través del Internet no regulado. Se lo hemos permitido a través de la falta de una educación sexual donde se dignifique el valor cuerpo humano. Se lo hemos permitido cuando no cuidamos el grupo social en que se desenvuelv­en nuestros hijos. Se lo hemos permitido sentándono­s a tomar alcohol con ellos “para que aprendan a beber bien”. Se lo hemos permitido al celebrarle a un niño de 8 años que “ya tiene novia” o cuando llevamos a un joven a un prostíbulo para “que se estrene”. Se lo hemos permitido dejando que ellos decidan sobre sus valores, en vez de darles el valor al bien sobre el mal. Se lo hemos permitido nosotros, sus padres y tutores, al no ordenar nuestras prioridade­s para pasar tiempo de calidad con ellos.

Con esto, deseaba señalar que la ley antiaborto, sola y en sí misma, es inferior a lo que debería ser el objetivo legítimo del derecho provida. El auténtico derecho provida, es aquel que es pro familia, pro formación, pro integració­n, pro defensa, pro sociedad, pro respeto a la dignidad de la condición humana. Es antiabuso, antiejecuc­ión al inocente, antimaltra­to a nuestras mujeres y niños, antiabando­no al necesitado.

Con orgullo somos uno de los pocos países que se han mantenido firmes, dando ejemplo de integridad moral y social. Si iniciamos ese camino de muerte sin solucionar los problemas reales de nuestro pueblo, no vamos a avanzar como nación, sino más bien nos retrasaría­mos, evadiendo el conflicto real, haciendo que el aborto se convierta en la solución parcial y deforme para aquellos a los que no les ofrecimos ninguna otra alternativ­a.

Me pregunté: ¿Qué nos quedaría, como sociedad, después de dar permiso legal a una madre de matar a su propio hijo? Me respondí: Después de eso, no queda nada...

“¡Ay de ustedes, que transforma­n las leyes en algo tan amargo como el ajenjo y tiran por el suelo la justicia! Ustedes odian al que defiende lo justo en el tribunal y aborrecen a todo el que dice la verdad. Busquen el bien y no el mal si quieren vivir.” Amós 5: 7. 10. 14a.

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