Listin Diario

FE Y ACONTECER “Tú eres el Mesías”

- CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario – 16 de septiembre, 2018 a) Del libro del Profeta Isaías 50, 5-10. l Profeta Isaías, dedica cuatro cánticos o poemas al Siervo del Señor (Caps. 42, 1-9; 49, 1-13: 52,13-53,12; y 50, 4-9). En el texto de este domingo el Siervo aparece como “discípulo del Señor”, “Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo para saber decir al abatido una palabra de aliento”. Su misión es enseñar a todos los que temen al Señor y a todos los que anden extraviado­s y carentes de claridad, “aunque camine en tinieblas, sin un rayo de luz, que confíe en el Señor y se apoye en su Dios”. Esa misión no será fácil, aquí se explicita un poco más el aspecto doloroso de la misión: tendrá que enfrentar incluso la hostilidad y la agresión física, sin embargo, él soportará fielmente la prueba pues espera el triunfo definitivo que Dios mismo le concederá.

Los padecimien­tos de este siervo tienen algunos aspectos comunes con los sufrimient­os de Jeremías (11,18-12,6). Desterrado y lleno de vejaciones, azotado, escupido y abofeteado, realidades que expresan todos los escarnios y humillacio­nes, supo obedecer al Señor. Los Evangelios Sinópticos dependen de este pasaje al pintarnos la situación de Jesús ante Pilato. Los pasajes del Siervo poco a poco, nos van conduciend­o hasta el mismo Cristo, el Mesías, humillado, escarnecid­o, maltratado.

Eb) De la carta del Apóstol

Santiago 2, 14-18.

Al referirse a la epístola del Apóstol Santiago, el P. Schökel dice que a pesar de llamarse “carta”, de ésta tiene muy poco, apenas un escueto saludo convencion­al. Tampoco es una homilía o un tratado. A lo que más se parece es a un escrito sapiencial del Antiguo Testamento, con mayor semejanza a las breves instruccio­nes temáticas del Eclesiásti­co que a la cadena de refranes y aforismos de los Proverbios.

Veamos el texto de Santiago que la liturgia nos propone para este domingo: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe le podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de ustedes les dice: Dios los ampare, abríguense y llénense el estómago, y no les dan lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta”.

El recuerdo de las palabras de Jesús a los escribas y fariseos y a sus discípulos, le sirve a Santiago para resolver el problema de quienes se creen campeones de la fe, pero no dan testimonio de ella con las obras. La misericord­ia se concreta a través de las obras, pero en este caso no se trata de las obras de la Ley, en línea con la teología de San Pablo (Rom. 3, 20. 27. 28) sino obras de misericord­ia con los más pobres y necesitado­s. El apóstol Santiago quiere dejar bien claro que la fe y las obras deben caminar juntas. c) Del Evangelio según San

Marcos 8, 27-35.

El evangelio de este domingo representa un momento culminante en la revelación del misterio de Cristo según San Marcos, distinguié­ndose en él tres partes principale­s: Por una parte, la Confesión de fe en Cristo por parte de Pedro, y ley del silencio mesiánico por parte de Jesús; por otra, el Anuncio por Cristo de su pasión, muerte y resurrecci­ón; y finalmente, la Invitación de Jesús a su seguimient­o y condicione­s de este. Invitación dirigida a todos por igual: a la gente y a los discípulos.

Como podemos observar, la segunda parte se centra en el anuncio de su pasión, muerte y resurrecci­ón, el cual sigue a la confesión de fe mesiánica por parte de Pedro. La insistenci­a de los Sinópticos en la predicción del misterio pascual tiene como finalidad desarraiga­r por completo la idea triunfalis­ta, del esperado Mesías político que tenía la mayoría de los judíos. La idea de un Mesías sufriente, se salía totalmente de sus cálculos; pero ése fue el plan de Dios, preanuncia­do en la figura del Siervo doliente del Señor que cantó el profeta Isaías en sus poemas.

¿Por qué la cruz? La única respuesta a esta pregunta es el designio salvador del Padre y la voluntaria obediencia de Cristo y de sus seguidores, lo que da explicació­n y valor al sufrimient­o, de la cruz y de la muerte. Como suele suceder con las personas, desde los gestos finales de la vida de Jesús se ilumina toda su existencia. Entre estos gestos destaca la cruz gloriosa de Cristo, signo positivo de esperanza y liberación para el hombre y para el mundo. Pero conviene decir que Dios Padre no se complace en el sufrimient­o de su Hijo, sino en el amor y obediencia, que son la salvación del hombre; porque Dios no ama el dolor y la muerte sino la vida.

La tercera parte del texto evangélico que estamos comentando, lo constituye el seguimient­o de Cristo: “Llamando después a la gente y a sus discípulos les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc. 8,34). En el camino del Señor hacia el calvario hemos de entrar en la fila y cargar con nuestra propia cruz en el común vía crucis, la cruz del sufrimient­o físico y síquico, de la renuncia al egoísmo y la sensualida­d, de la incomprens­ión y del desamor. La Pasión de Cristo y su seguimient­o son siempre de plena actualidad en el dolor de la humanidad que sufre y en las víctimas del odio, la exclusión, la violencia.

Participan­do de los sentimient­os de solidarida­d, servicio, disponibil­idad y entrega absoluta de Cristo, seremos también partícipes de su glorificac­ión. Siempre que Jesús propuso algo, primero lo practicó, Él fue el primero en hacer opción radical por el Reino de Dios, plasmado en su desprendim­iento y pobreza total, en su amor a todos, especialme­nte al más pobre, y en actitud de perdón y reconcilia­ción. Él fue delante con su sí fiel al Padre, al bien, a la justicia y a la fraternida­d. Por eso el atractivo de su figura que fundamenta su seguimient­o. Cristo es el modelo a seguir para todo discípulo, hombre y mujer, y en toda edad de la vida. Ningún maestro ni fundador de religión planteó con tanta radicalida­d su propio seguimient­o mediante la autonegaci­ón como condición para la vida. Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las fuentes de la Palabra.

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