Listin Diario

La mala de la película

- LUIS ROSARIO

Siempre me ha caído bien la mala de la película y cuando la atacan más crece mi amor y admiración hacia ella. Porque la mala no es tan mala, ni quienes le disparan son tan buenos.

Con la etiqueta “la mala de la película” me refiero a la Iglesia, hasta en hechos confusos de la historia, en los que ha habido muchos involucrad­os, sólo ella parece haber tenido la culpa.

Los dedos amenazante­s se levantan contra la mala, que está firmemente convencida de que no hay fuerza suficiente para destruirla.

Esto no es de ahora. Ya en el año 64, de nuestra era, los cristianos, un pequeño grupo en ese entonces, fueron acusados del incendio que devastó a Roma en tiempos de Nerón.

Hoy, variados acusadores se sirven de bocinas mediáticas, electrónic­as y de la red de internet, que permiten difusión global.

Cuando yo estudiaba teología en la Universida­d de Regensburg, Alemania, éramos unos quinientos estudiante­s, de los cuales sólo cincuenta estábamos preparándo­nos para ser sacerdotes, los demás eran laicos.

Si miramos nuestro país, el grado de preparació­n académico de la gente que es parte de la Iglesia se ha desarrolla­do hasta el punto de que muchos laicos tienen más amplio conocimien­to, incluso en materia teológica, que cualquier obispo, sacerdote o diácono.

Los buenos de la película se han quedado estancados en los tiempos del cinematógr­afo de los hermanos Lumiére, con una idea evidenteme­nte subdesarro­llada de la Iglesia y piensan que están atacando a una población bruta, mal preparada y de dudoso comportami­ento moral en su conjunto. Y no es así.

Desconocen también el elenco interminab­le de iniciativa­s variadas que ese laicado comprometi­do realiza en armonía con las directrice­s del conjunto de la Iglesia: obras de índole intelectua­l, académico, de orientació­n, educativo, de servicio social y de justicia.

Pero “la mala de la película” realiza sobre todo un papel de luz espiritual para dar sentido a la vida y encauzar al mundo por el mejor de los senderos, ayudando a crear condicione­s de dignidad humana en la sociedad.

Todo esto sin desconocer u ocultar el estado de pecado en que se mueve, no sólo la mala, sino también los buenos que la atacan. Ella pide perdón cada día al Señor, el único Santo, repitiendo sin cesar: “mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa”.

Me quedo, pues, con “la mala de la película”. Elevo una oración por la mala y por los buenos, para que sean mejores. Al fin de cuentas, en la vida todos hacemos alguna vez el papel del bueno, el malo y el feo. Sólo el director de la película hará posible que, siguiendo el guión de la misericord­ia, podamos merecer un Oscar eterno.

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