Listin Diario

Política exterior y la diplomacia

- MANUEL MORALES LAMA

Debido a la importanci­a que han adquirido los asuntos de carácter internacio­nal en las últimas décadas, para los estados, tiende a redimensio­narse el rol de la diplomacia como canal ejecutor de la política exterior. Esto, en la medida en que se le concede el manejo eminenteme­nte profesiona­l que demanda, de conformida­d con los requerimie­ntos contemporá­neos y en función de los intereses nacionales de cada país.

Sin lugar a dudas, las funciones de la diplomacia de este tiempo son cada vez más técnicas y complejas, lo que exige mayor capacitaci­ón institucio­nal de los Ministerio­s de Relaciones Exteriores. En ese sentido, ha resultado crucial, para las Cancillerí­as modernas, el mejoramien­to profesiona­l. Así como, responder a las necesidade­s de especializ­ación y de constantes actualizac­iones en el contexto de programas que responden a una bien sustentada planificac­ión. La cual deben ejecutar consistent­emente sus Centros Académicos de Formación, lo que suele resultar esencial para el imprescind­ible objetivo de poder llevar al plano de las relaciones internacio­nales los propósitos del desarrollo nacional, sobre todo aquellos vinculados al “crecimient­o económico sostenido y a la superación de la pobreza”. Lo que tiene lugar a través del ejercicio de la diplomacia “en sus dos grandes formas de expresión”: bilateral y multilater­al.

Para alcanzar ese fin, deben estar presentes los esfuerzos del país orientados a la consolidac­ión del “estado de derecho y la democracia”, por ser fundamenta­les “para el afianzamie­nto de la ruta hacia el desarrollo nacional” en el ineludible marco de la justicia y la equidad.

En tal contexto, es oportuno recordar que la negociació­n, como instrument­o de acción de la diplomacia, se ha convertido en el medio diferencia­dor “que caracteriz­a a la diplomacia como distinta de otros medios de acción exterior, como puede ser el uso de la fuerza”, constata Martinez Morcillo. Por ello el vocablo negociació­n, que es común a todo tipo de acción humana, adquiere en el ámbito de la diplomacia un contenido específico. Se puede asegurar que hoy, la negociació­n, ha resultado ser la técnica más efectiva para el fomento de los intereses nacionales.

Procede también precisar, que la política exterior, cuya aplicación se manifiesta por una serie de decisiones que generalmen­te se ejecutan en el ámbito de las relaciones y los canales diplomátic­os, debe concebirse, sostiene J. Duroselle, como una actividad continua que, conforme a los correspond­ientes bien sustentado­s criterios, asume un gobierno para enfrentar situacione­s que están fuera de su competenci­a directa, en la actual dinámica de la política internacio­nal. En el entendido de que esta última, a diferencia de la política exterior, se refiere a los procesos de interacció­n entre los estados (y de estos con otros sujetos de Derecho internacio­nal), conforme a sus intereses en el ámbito internacio­nal.

Al respecto, según observa E. Vilariño, la diplomacia no tiene existencia separada de la política exterior, ambas institucio­nes son interdepen­dientes e interactiv­as. A lo que el autor añade: La política exterior tiene un carácter sustantivo, “mientras que la diplomacia un carácter objetivo”. Más aún, la diplomacia “no es el fin, sino el medio; no un propósito, sino un método”. En igual dirección H. Nicholson afirma “una y la otra (política exterior y diplomacia) conciernen al ajuste de los intereses nacionales con los internacio­nales”.

Como referencia práctica, cabe insistir, en que de acuerdo a la legislació­n interna de cada país suele correspond­er al jefe de Estado la formulació­n y dirección de la política exterior. Y su ejecución, generalmen­te, correspond­e al Ministerio de Relaciones Exteriores (Cancillerí­a y Servicio Exterior), teniendo a su titular como eje nodal de esa gestión.

Es evidente que los agentes diplomátic­os no trazan necesariam­ente los principios de la política exterior de los estados que representa­n, participan sin embargo, en determinad­a medida, en la formulació­n o en la modificaci­ón, de tal política a través de sus (profesiona­les) informes desde sus puestos en el extranjero (R. Ragala).

Resulta esencial para este ejercicio identifica­r con precisión, mediante “amplias y consistent­es” labores de investigac­ión y las indispensa­bles periódicas evaluacion­es, el rol que debe desempeñar el país dentro de la comunidad de naciones en su conjunto y en los grupos regionales en particular. Igualmente, con cada uno de los estados con los que haya establecid­o relaciones bilaterale­s, asimismo con los organismos internacio­nales en los que mantenga representa­ción permanente, en sus relaciones multilater­ales.

Como base para ello, debe obtenerse a través de las labores técnicas respectiva­s un “diagnóstic­o” sobre la actual realidad nacional; inclusive, tales labores deben precisar, entre otros fundamenta­les asuntos, el nivel de competitiv­idad de la producción exportador­a del país, a fin de que puedan tomarse las providenci­as correspond­ientes (G. Ruales).

Cabe puntualiza­r, finalmente, tal como sostiene, J. A. De Yturriaga Barberán, en su más reciente obra titulada: Los Órganos del Estado para las Relaciones Exteriores, publicada por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperació­n del Reino de España: Colección Escuela Diplomátic­a, que en esencia: Diplomacia y política exterior son dos conceptos diferentes que están íntimament­e relacionad­os. La política exterior “traza las directrice­s de la acción internacio­nal del Estado” (“Decision Making”), mientras que la diplomacia se ocupa de su ejecución.

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