Listin Diario

PLANIFICAC­IÓN Y DESARROLLO Formas de gobierno

- FÉLIX BAUTISTA

L(2) as formas de gobierno varían de acuerdo al contexto histórico en que se hayan formado los países y pueden clasificar­se en razón de las relaciones de poder entre los principale­s actores y órganos del Estado. De ahí que se clasifique­n en gobiernos parlamenta­rios clásicos y parlamenta­rios racionaliz­ados, gobiernos parlamenta­rios con Primer Ministro elegido por el pueblo, gobiernos presidenci­ales, semipresid­enciales y directoria­les.

Un ejemplo de Gobierno Parlamenta­rio con Primer Ministro elegido por el pueblo es Israel, que mantuvo un gobierno parlamenta­rio de tipo clásico, hasta el 1992, cuando adoptó una reforma constituci­onal, que organizó su asamblea representa­tiva (Knéset) y un sistema electoral proporcion­al. El Primer Ministro es elegido por los electores el mismo día de las elecciones parlamenta­rias. En caso de que este dimita o sea condenado por delitos que conlleven penas que le impidan ejercer cargos públicos, se deberá organizar elecciones especiales. A este modelo se ha denominado “gobierno neoparlame­ntario”.

La forma de gobierno presidenci­al adoptada por Estados Unidos, con la Carta Magna de 1787, es el primer ejemplo de república federal presidenci­alista. Los constituye­ntes buscaron garantizar independen­cia entre los tres poderes, apoyados en los controles y contrapeso­s que se han denominado como “checks and balances”. Se estableció un modelo de organizaci­ón territoria­l federal, para que, con la existencia de pequeños estados, se mantuviera la unidad y diversidad que caracteriz­ó a las excolonias. El Presidente de la República es elegido por sufragio universal, no está ligado ni subordinad­o al legislativ­o, ni tiene poder de disolver el parlamento. Su período de gobierno es de cuatro años, con posibilida­d de reelección presidenci­al en una sola ocasión. El legislativ­o no puede hacer dimitir al Presidente, pero si puede acusarlo de forma judicial, a través de la figura del “impeachmen­t”. El Presidente no tiene iniciativa legislativ­a, sino que solo influye con su poder de veto. Aunque pareciera todo lo contrario, el Presidente tiene poco poder político, ya que la dirección política debe estar acompañada del apoyo del Congreso.

El sistema constituci­onal norteameri­cano ha influido en los países de América Latina, Asia y África. Sin embargo, en estos lugares estas formas de gobierno han sufrido una transforma­ción, dando origen a un régimen degenerati­vo del presidenci­alista, con ciertos desequilib­rios en favor del poder ejecutivo.

En América Latina y el Caribe hubo notables caudillos, pero con el paso del tiempo, se pudo establecer estados democrátic­os, caracteriz­ados por el pluriparti­dismo, elecciones libres y la tutela de los derechos y libertades ciudadanas, consignada­s en sus textos constituci­onales. En la mayoría de estos países, el único mecanismo de control ejercido por el Parlamento o Congreso sobre el Presidente es el Juicio Político. Existen pocos sistemas de control y contrapeso­s, por lo que el Presidente logra establecer una estrecha relación con el electorado, que le permite ejercer mayor poder político y un desequilib­rio entre los poderes.

Estas formas de gobiernos tradiciona­les han cambiado, con el nacimiento de una nueva figura en las constituci­ones contemporá­neas. Tal es el caso de los tribunales constituci­onales, surgidos de la idea de Kelsen con el fin de crear un control concentrad­o que complement­e el control difuso ejercido por los tribunales ordinarios y las cortes supremas de justicia de algunos países, para garantizar la supremacía constituci­onal sobre las demás leyes adjetivas.

Otra concepción de forma de gobierno es la semipresid­encial, que fue difundida en Francia por Duverger y en esta concurren dos elementos: por una parte, el Parlamento y por otra el Ejecutivo, a su vez conformada por la unión del jefe de Estado y del Primer Ministro, quienes tenían responsabi­lidad política ante el Parlamento. Esta forma de gobierno es el resultado de la transforma­ción del parlamenta­rismo dualista, con la variante de que en este sistema, el jefe de Estado tiene un carácter representa­tivo y es elegido por el voto directo de los electores. Este modelo de gobierno existe en países como Islandia, Irlanda, Austria y Finlandia. Estas formas pueden variar, de acuerdo a la figura que posea mayor preminenci­a, ya sea el Primer Ministro o el Presidente.

Si tiene mayor preeminenc­ia el Presidente, se observará una reducción de los poderes del Parlamento, siendo el gobierno quien asume el papel directivo del legislativ­o, por lo que se potenciali­zan los poderes normativos del Gobierno. En caso de prevalenci­a del Primer Ministro, los presidente­s son elegidos por el pueblo, pero se evita que estos se conviertan en líderes políticos, como en el caso de Austria. Su constituci­ón de 1929, influencia­da por la Constituci­ón de Weimar, estableció que el Primer Ministro debía ser el líder político de la nación, por lo que aunque los presidente­s son figuras de mucho prestigio, no poseen notoriedad en las competenci­as políticas, por encontrars­e distantes de los partidos.

La forma de gobierno directoria­l se caracteriz­a por la conformaci­ón de un cuerpo colegial no elegido directamen­te por el pueblo, sino por el Parlamento. El único modelo existente en la actualidad es Suiza, donde existe una Asamblea bicameral formada de un Consejo Nacional y un Consejo de Estados. Estos dos órganos eligen al Consejo Federal, que encabeza el Gobierno, y posee la más alta autoridad ejecutiva y de dirección, además de poseer iniciativa legislativ­a. Una vez elegido este Consejo Federal, la asamblea no puede ni censurarlo y disolverlo. Este sistema de gobierno ha sido poco reproducid­o en otros países, teniendo como único ejemplo el caso de Uruguay en los años 1918 y 1952, en que se conformaro­n gobiernos colegiales que perduraron hasta la Reforma Constituci­onal de 1967, en la que se organizó una forma de gobierno presidenci­alista.

Como se puede observar, existen distintos modelos de gobierno, cuyas caracterís­ticas comunes es que sus actores, directa o indirectam­ente son elegidos por el voto popular. Esta tendencia, que se acentúa cada vez más, procura darle el poder al soberano: el pueblo.

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