“Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario – 30 de septiembre, 2018 a) Del libro de los Números
11, 25-29.
El episodio de los setenta ancianos, que reciben del espíritu que anima a Moisés y bajo su fuerza “profetizan” revela su sentido en el contexto de la súplica de Moisés para que Dios “lleve” a su pueblo (Ex. 11, 10-15); es la respuesta de Dios. Estos hechos valoran particularmente el don profético. Los ancianos eran los jefes de los clanes y sus representantes.
Convocados a la tienda, los ancianos reciben parte del espíritu de Moisés o más bien el Espíritu de Dios, que anima al gran líder del pueblo judío. Ellos se convierten en “profetas” en el sentido de testigos de Dios y de la fuerza de su Espíritu. Así, el carisma de Moisés se multiplica, los ancianos se convierten en su ayuda, añadiendo fuerza a su fuerza. Moisés no es el guía que monopoliza el prestigio y el poder, lo quiere compartir y así lo puede ver multiplicado.
Conviene recordar que el carisma no es un bien particular, sino un don de Dios para el pueblo, es una fuerza destinada a edificar el pueblo de Dios en el mundo. El caso de Eldad y Medad manifiesta que el don del Espíritu de Dios no se limita a los que están presentes, ellos sin estar en el lugar, reciben también el espíritu de Moisés, el Espíritu de Dios. Moisés, ante la celosa observación de Josué, su joven servidor, le responde como el que verdaderamente habla con el Espíritu de Dios: “ojalá que todo el pueblo recibiera el don de ese Espíritu” (V. 29). b) De la carta del Apóstol
Santiago 5, 1-6.
Los destinatarios de esta carta, el título “las doce tribus dispersas” remite a primera vista a la diáspora judía del Antiguo Testamento; pero la referencia natural al Señor Jesucristo obliga a identificarlas con las iglesias difundidas por Asia y Europa. El número “doce” indica totalidad; la palabra “tribus”, la sucesión del nuevo Israel, y “dispersas”, la expansión creciente del cristianismo. El título pasa, pues, a designar a la comunidad cristiana plural y extendida por el mundo.
El texto de esta segunda lectura del Apóstol Santiago nos advierte sobre el uso del dinero y el peligro de dedicarse a acumular tesoros que luego convertimos en ídolos, que nos apartan del único y verdadero Dios. c) Del Evangelio según San
Marcos 9, 38-43. 45. 47-48. San Marcos, en el texto evangélico nos presenta la actitud de los discípulos de Jesús ante el exorcista que no pertenecía al grupo, pero que echaba demonios en Su Nombre, queriéndoselo prohibir, “porque no era de los nuestros”, dice Juan al Señor, prácticamente la misma realidad que nos presentaba la primera lectura respecto a la actitud de Josué que quería conseguir de Moisés la prohibición de profetizar para Eldad y Medad, que no habían acudido a la Tienda con los setenta ancianos para recibir una participación en el espíritu profético de Moisés.
En ambos casos se trata de celo exclusivista, estrechez de espíritu sectarismo intransigente e intento de monopolizar el carisma; mientras las respuestas tanto de Jesús como de Moisés reflejan apertura y tolerancia frente a la intransigencia reflejada por Josué y por los discípulos. De igual modo debemos nosotros reflexionar en cuál es nuestra actitud respecto a los que no son de nuestro grupo, a los que poseen dones y carismas distintos.
Jesús les inculca a los discípulos una actitud de aceptación y apertura sin fanatismos: “No se lo impidan, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor de nuestro” (v. 39s) y por su parte Moisés responde a Josué: “¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!” (Núm. 11, 29). Es el noble deseo cuyo cumplimiento anunció el profeta Joel para los tiempos mesiánicos y el apóstol Pedro declaró realizado en Pentecostés. Jesús no quiere a su Iglesia como un grupo cerrado sino como un redil abierto a otras ovejas que no son todavía del rebaño.
El Señor nos quiere solidarios con todos los hombres y mujeres, honrados y con calidad humana que, aunque no sean “de los nuestros” porque no pertenecen al grupo cristiano, buscan no obstante a Dios con sinceridad de corazón, practicando el bien, la verdad y la justicia. La pertenencia a la Iglesia no es el único criterio de adhesión a Cristo y al Reino de Dios. Y este Reino no se autolimita al ámbito eclesial, sino que alienta en todos los hombres de buena voluntad, aunque no pisen nuestros templos. Cuantos aman al prójimo y luchan sinceramente por un mundo más humano y por los derechos del hombre, especialmente del menos favorecido, están a favor del Evangelio y, mientras no rechacen expresamente a Cristo, “están a favor nuestro”.
Es necesario tener muy despierto el discernimiento de espíritu para justipreciar al hombre y al mundo para distinguir el bien del mal, para discernir lo que es conforme o disconforme con la enseñanza de Jesús y el Magisterio eclesial que la interpreta. Para la credibilidad de nuestro testimonio evangélico los cristianos hemos de mostrar que la fe en Jesús es Vida que no niega la presente, sino que la plenifica.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero:
En las fuentes de la Palabra.