3 RAZONES PARA LEER A ITALO CALVINO
EL AUTOR TRATA TRES MOTIVOS QUE A SU MODO DE VER HABLAN DE LA RECONOCIDA MAESTRÍA DEL ESCRITOR ITALIANO NACIDO EN CUBA.
Ustedes están a punto de leer lo que supuestamente podría ser una reflexión sobre Italo Calvino. Les pido introvertirse como animales cavernarios. A partir de este momento deberán abandonar las sensaciones mundanas. Sus manos y sus pies tomarán la forma del cosmos. La lengua podrá doblarse y desdoblarse una y otra vez dentro de la boca como primera excusa del suicidio. Cerrarán los ojos e imaginarán una danza inacabada sobre el aire, una danza de cuerpos abstractos que luchan por hallar la superficie de la luz. Olviden el sentimiento de culpa. Imaginen que se encuentran dentro de un sueño sin orillas y que están a punto de emprender un viaje a la quietud. Decididamente, no deben pensar en otra cosa que no sea el pedazo de tiempo que deben consumir detrás de estas palabras. No traten de encontrar una verdad. Respiren lo más profundo que puedan porque habrá que sacar el vendaval de los pulmones hasta dejarlo con el tibio rumor del universo. No deseen nada. Piensen que han resurgido en otra vida en forma de fuego perpetuo. Que no hay nada los salve o los condene a romper la eternidad. Arrinconen las barajas, sobre todo la Zota de Bastos, el implacable símbolo del golpe perturbante. Arrojen todo vestigio de lógica. Anuncien su odio contra las historias de cartón. No anuncien el azar. Canten al hondón que vive en la belleza. Y por nada del mundo intenten agotar la sensación de inmensidad. Seguros, firmes, flotando en sus propias concepciones van a llegar a la entrada de la plenitud. No la crucen. Simplemente revienten sus sentidos con ferviente humildad. Están a punto de leer un documento sobre Italo Calvino. Tal vez irreverente, sin citas literarias y con marcas corrosivas. O colgado de abismos eternos. Aquí está, viene ya, disfrazado de bandada vengativa.
ESCRITOR ABIERTO
La Era Global ha popularizado la infamia del comercio por encima de la buena prosa y gusto literario. No estamos en contra de que el escritor viva de su obra. Ese es el fin mayor. Pero la Era Global también ha servido para que muchas personas que nada tienen que ver con la literatura vivan de esta, y por ende, del escritor. La Era Global trascenderá como la peor para los escritores. La que los obligó no sólo a producir libros como salchichas, sino a condimentarlos son sazones de mal gusto, como pueden ser el facilismo, el escaso rigor investigativo, la simpleza estética, el poco trabajo de la palabra, y sobre todo, la fatídica conversión de la emoción y la vivencia inmediata en fuente principal de la literatura.
Quizás Italo Calvino y Borges brillaron como los últimos “dinosauros”. De esos llamados ‘‘escriEn tores abiertos’’ que vivían sus textos con significados sólo reconocibles en el espejo de la perfección, de esos cuyas obras eran rechazadas una y otra vez por los “grandes” comerciantes del libro por “oscuras”, incomprensibles y “demasiado ajenas a los intereses de la gran masa de lectores”.
Otra virtud de la Era Global es el otorgamiento del valor mercadológico por encima del literario. Hoy quienes deciden si un libro de Lezama Lima o de Julio Cortázar se publica o no en una transnacional del libro no es un comité de lectores integrado por intelectuales o personalidades del mundo cultura. Mercadólogos, administradores de empresas, publicistas, pedagogos y, en el mejor de los casos, pícaros con suerte, son los encargados de imponer un canon realista, popularista, al lector de hoy. Italo Calvino tuvo la virtud de entender a tiempo que un escritor es una especie de angustia parecida a una escalera de presentimientos. Por eso cambiaba de trabajo con frecuencia. Se iba de un periódico a otro, de una editorial a otra como un ángel asustado ante las vociferaciones. Cada vez que un ejecutivo le pedía “bajar el nivel” de su discurso profesional, saltaba de impiedad. Creo que él adivinó lo que venía y por eso se escapó a través del observatorio de “Palomar” a la más lejana estrella, dejándonos de legado una obra donde no sobresale la plenitud de la vivencia, sino la conformación de mundos donde la alegría y la sorpresa se circunscriben alrededor de una conciencia nostálgica que supo bien a tiempo revocar la distancia entre vida y literatura.
ESCRITOR GUERRERO
La moda de ciertos autores por auto armarse no se inauguró con la Revolución Francesa. Desde la antiguedad, poetas, dramaturgos y filósofos no eludían las ansias combativas. En la Grecia de Aquiles y Patroclo, autores como Esquilo y Sófocles no ocultan sus campañas combativas.
Sin embargo, es de anotar que a partir de la Revolución Bolchevique, los literatos participaron con más asiduidad en contiendas armadas, en los cinco continentes. No nos dejemos engañar: la utopía izquierdista sumó demasiados literatos a sus ejércitos.
la Guerra Civil Española, por ejemplo, cientos de escritores y artistas de todo el mundo se enrolaron en las brigadas internacionales. No sólo Miguel Hernández fue un guerrero ejemplar de aquella epopeya. Pablo de la Torriente Brau, llegó a ser “el soldado desconocido”. Si bien, la mayoría de los inscritos no llegaron a empuñar un fusil, la decisión de viajar a Madrid o a los “campos de Soria” a defender la República, significó el compromiso con una ideología más que un acto de desprendimiento emocional.
Cuba, después de su Revolución, multiplicó los ejemplos que, como Raúl Gómez García y los hermanos Luis y Sergio Saíz, sobresalen en su historia. La Guerra de Angola, por ejemplo llevó a cientos de autores antillanos a combatir en África, experiencia que no ha sido recogida aun con todas sus aristas.
Esta reflexión no ambiciona establecer un paralelo entre el carácter social de autores marcados por la guerra. La inmensa mayoría de estos autores, a diferencia de Italo Calvino (combatiente antifascista en las montañas de Liguria), convierten una zona de su estética en canto a favor de los ideales por los que lucharon. Y en muchas ocasiones, esa línea discursiva va a marcar lo más importante de sus obras. Calvino, por el contrario, se esmera en separar vida de literatura. En vez de cultivar una ortodoxia realista, comienza a tejer un esquema donde la fábula como ente transformador de la realidad se convierte en su principal estrategia. El desvío del canon realista y la utilización de una audacia poética (no como lenguaje sino como concepción de historias y personajes) le permite desarrollar hasta las últimas consecuencias una estética donde el divertimento, la nostalgia, la erudicción y el preciosismo se engarzan con los problemas sociales, morales y filosóficos del tiempo que le toco vivir.
ESCRITOR CLÁSICO
En 1896, Rubén Darío publicó un libro sobre los escritores ‘‘clásicos’’ de la literatura universal. Y lo hizo de forma no apegada al tradicional sentido greco-romano del término. ‘‘Los raros’’ fue un texto que contribuyó a modernizar el concepto de clasicidad, y si el mismo ha quedado en la historia de la literatura no ha sido ni por su hermosa prosa, ni por la calidad literaria de la mayoría de los autores incluidos (el conde Lautreamont, Poe...). Una parte de su permanencia en las letras universales se atribuye a la desmitificación del concepto de lo que es un autor ‘‘clásico’’.
En 1991, Italo Calvino publica en Italia un libro con similares pretensiones pero con una estrategia estética distinta. ‘‘Por qué leer a los clásicos’’ (traducido y publicado en España al siguiente año) presenta a un grupo de autores de diferentes épocas y regiones del mundo, preferidos por el autor. Flaubert, Borges, Tolstoi y Stevenson aparecen junto a Homero y Ovidio. El catálogo de ‘‘clásicos’’ calvinistas no es más que su lista personal de obras maestras, escritas en diferentes idiomas, desde el ruso hasta el persa medieval y a las que tuvo acceso gracias a la traducción italiana.
Tanto el ejemplo de Darío como el de Calvino, convergen en la definición de lo clásico que este último planteó en su referida obra: ‘‘Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima’’.
Colocar a Faulkner junto a Esquilo; a Queneau junto a la narrativa sintética de carácter popular y tradición oral, ratifica el peso de su aportación intelectual: ‘‘vivir en el presente pero sin olvidar el pasado’’. Tal vez por la diversidad de estas lecturas, y al igual que Darío, Calvino escribió una obra narrativa que no se parece a la de nadie.