Listin Diario

Obligacion­es de un cristiano del siglo XIII

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J. EL AUTOR ES PROFESOR ASOCIADO PUCMM DE LA mmaza@pucmm.edu.do

El papa Inocencio IV (1243 – 1254) se preguntó: ¿cuánto conocimien­to de los asuntos de la fe debía tener una laica o un laico? Según el papa, una laica o laico serio en asuntos de fe, debía por lo menos creer que hay un Dios que ama y reconoce a quien hace el bien. Debía conocer también, así fuese de una manera implícita, los artículos de fe. Al papa le parecía bien que los laicos deseasen conocer más profundame­nte su fe, pero no pecaban si de hecho no buscaban un conocimien­to más profundo. Les bastaba con dedicarse a las buenas obras.

El santo rey, Luis IX († 1270) exhortaba a sus cortesanos: “la religión cristiana, tal como está expresada en el credo es algo en lo que hemos de creer implícitam­ente, aunque nuestra fe en él pueda estar basada en un testimonio de oídas”. El rey pensaba que una fe sólida defendería a los cristianos de la insidias del mal espíritu que “hace todo lo que está su alcance para que la gente muera con dudas mentales sobre ciertos puntos de la religión”.

Si miramos en conjunto todos los concilios, desde el Primer Concilio Laterano del 1123 hasta el Concilio de Basilea – Florencia – Ferrara (1431 – 1445) no vamos a encontrar ninguna norma que obligue a los obispos o párrocos a averiguar cuánto conoce un laico acerca de la fe cristiana, a no ser que se trate de una persona de dudosa ortodoxia.

Cuando el siglo XIII alcanzaba su mitad, Roberto Grossetest­e, obispo de Lincoln, Inglaterra, sostenía que “los laicos deberían conocer los diez mandamient­os y los siete pecados capitales y poseer, aunque fuera una comprensió­n elemental de los siete sacramento­s. El obispo Peter Quinel de Exeter, también en Inglaterra, añadía que también debían conocer los efectos de los sacramento­s en cada persona, la oración del padrenuest­ro, los artículos del credo y el Ave María. Hay pocas evidencias de que los legislador­es eclesiásti­cos se ocuparan de averiguar seriamente el grado de conocimien­to de las verdades de la fe por parte de los laicos. Sorprende encontrar en el siglo XIII evidencia de escepticis­mo, desconocim­iento e incredulid­ad. Norman Tanner, S.J. basándose en estudios realizados sobre Montaillou, una aldea de los Pirineos, otro en la diócesis de Soria y Osma, en el norte de España y en los trabajos de Susan Reynolds, llega a la conclusión de que “el estrato más bajo del conocimien­to religioso fue frágil, y que habitualme­nte las autoridade­s eclesiásti­cas prefiriero­n no escarbar demasiado a fondo en la situación”. Y esto por dos motivos: la imposibili­dad de llevar a cabo en la Cristianda­d medieval semejante investigac­ión y “el deseo de proteger a los laicos tanto de fáciles acusacione­s de herejía como de exigencias imposibles de cumplir para alcanzar la salvación” (Breve Historia de la Iglesia Católica, 2011: 86 – 87).

Fue en el 1274, en el Segundo Concilio de Lyon que la Iglesia había declarado de manera definitiva, por primera vez, que los sacramento­s eran siete, y por si acaso, los enumeró. El bautismo de los niños fue muy popular durante la Edad Media. Carlomagno († 814) no jugaba con este asunto: amenazó con la muerte a quien evitase el bautismo. Exigió que los niños fuesen bautizados en su primer año de vida. Ya para el siglo XII, se daba por supuesto que todo el mundo bautizaba a sus hijos. Más tarde, los visitadore­s de las parroquias, señalarán como una falta o descuido el que algunos niños no estuviesen bautizados. Pero no nacía de ninguna oposición. Norman Tanner apunta que en peligro de muerte, en aquel entonces, hasta “una comadrona musulmana” podía bautizar. Lo importante era que usase las palabras precisas para que el rito fuese válido. Miremos la práctica de otros sacramento­s como la confirmaci­ón y confesión.

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