Luis Amiama Tió
La sola participación de don Luis Amiama Tió en el ajusticiamiento de Trujillo, cruel tirano que nos asesinó y robó junto a su familia por más de 30 años, bastaría para exonerarlo de cualquier error que pudiera como humano haber cometido en su vida. La figura y el accionar de ese pro hombre nacional lejos de distanciarse de los demás mortales por su heroicidad se hizo más solidaria y más cercana a los seres humanos y al amor por los demás. Su casa, para no mencionar su bolsillo, estuvo siempre abierta para el pobre y para el perseguido político, y fueron muchos los que bajo su protección y la de su familia pudieron salvar la vida en acontecimientos posteriores al magnicidio del 30 de mayo.
Entró a la historia con bienes materiales ganados con su trabajo y murió más pobre de lo que muchos no se imaginan. No hizo de la política un instrumento para hacer riquezas o beneficiar a los suyos.
Hijo de un matrimonio ejemplar en San Pedro de Macorís, el amor y la solidaridad lo aprendió de su madre, joven viuda que levantó su familia con mucho trabajo y una fe en Dios que inculcó a los suyos y de la que el país fue beneficiario en el comportamiento de sus hijos.
Casó con una mujer que todos los que la conocieron tienen necesariamente que recordarla con infinito amor, buena en todos los sentidos, familiar y amiga ejemplar de una fe en Dios que parecía superar la de todos.
Luis Amiama es un ejemplo de ser humano y de dominicano, un irrepetible ciudadano, un héroe nacional, un orgullo para su familia y para todos los que tuvimos la inmensa dicha de conocerlo y tratarlo, hombres así no hay que defenderlos de la maledicencia de las escorias que quieren confundir y engañar a los dominicanos.
Pero como estamos huérfanos de libros y de historiadores, y como estamos en una sociedad cuyo deterioro en valores es claramente visible, nos toca hoy escribir sobre un héroe nacional; un hombre ejemplo, que no tenía necesidad de mancharse las manos de sangre generosa y buena para entrar en la historia y dejar el mundo limpio de culpas y maldades para entrar al olimpo donde se disfruta de la gloria ganada aquí en la tierra.