Listin Diario

El mensaje

- ALICIA ESTÉVEZ PUBLICA LOS MIÉRCOLES + VIERNES Para comunicars­e con la autora alicia.estevez@listindiar­io.com

Llegué tarde, ya el expositor había iniciado su charla, me siento en el último banco. Quien nos habla es un sacerdote al que veo por primera vez. Se llama fray Antonio. Había estado hacía poco en un retiro y aun me asaltaban una serie de preguntas al Señor, permanezco inquieta, deseosa de encontrar respuestas, pese a que aquellos tres días de encuentro con Jesús saciaron muchas dudas, Dios mismo las fue aclarando. Por ello, cuando llego a este taller, me digo que no tendré respuesta a mi nueva inquietud porque no soy tan especial, con el lugar lleno, Dios no se tomará la molestia de hablarme, otra vez, de manera particular.

Entonces, el sacerdote dice que en el público hay una mujer alta, de cabellos negros, para quien Dios tiene un mensaje. “Dice que está trabajando contigo y que no temas que Él siempre está a tu lado”.

Me digo no, ¡qué va!, estoy paranoica. No puede ser a mí. El sacerdote continúa con su charla y vuelve a insistir. “Dios le habla a una mujer que está aquí. La veo con claridad, deja ver si la identifico.” Y comienza a mirar entre las primeras filas del templo pero, como dije, yo estoy en la última. Alguien le pregunta y él responde: “No, señora, no es usted”. Se escucha una carcajada, y fray Antonio no insiste en su búsqueda. Al terminar la charla, me levanto para salir. Entre los presentes, la mayoría de los cuales conozco, veo una señora a quien le tengo mucha simpatía sin que nuestra relación haya pasado nunca del afecto que vincula a los hermanos en la fe. Siento el impulso de ir a saludarla, sin motivo alguno, lo usual es que solo hablemos cuando nos tropezamos. Desisto.

Ya en el exterior, me detengo a hablar con una amiga, y en esas estoy, cuando asoma, de nuevo, la señora que vi a lo lejos. Camina directo hacia nosotros, me abraza y dice: Alicia, cuando el sacerdote habló de la mujer del cabello negro yo pensé en ti. ¿Eras tú?” Ya, sin dudar, le respondo: “Sí, era yo”. Después pensaba en mi incredulid­ad y mi terquedad y en lo increíble de los mensajes de Dios.

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