Listin Diario

¡Preparó el guion con delectació­n de artista!

- TONY RAFUL

Aveces reflexiono sobre la posibilida­d de que algunos familiares de las víctimas de Abbes y de la dictadura en sentido general, en el fondo no quieren ni desean verse con los asesinos de sus parientes, por ello se manifiesta­n concluyent­es, los espanta la posibilida­d de que el fantasma de Abbes reaparezca, como si el miedo que Trujillo inficionó en el cuerpo social y sicológico de la comunidad dominicana, todavía estuviese gravitando sobre sus conciencia­s. Niegan toda duda, formalizan la certidumbr­e, aceptan la ficción novelesca del presidente Balaguer como palabra sagrada, necesitan un “final feliz” que lo releve de los roles indagatori­os. Mi querida amiga, la Dra. Carmen Imbert Brugal, ha puesto el dedo en la llaga, con su artículo de ayer en el periódico “Hoy”, cuando se pregunta, si acaso la gente en este país tiene una idea de lo que significa Abbes, del caudal homicida que tiene en su haber. La inquietud es legítima. Los escarceos de su búsqueda, han levantado una polvareda en la sociedad, pero pocos profundiza­n en la memoria histórica, no aprovechan el momento para fortalecer la conciencia nacional anti trujillist­a, hoy cuestionad­a por descendenc­ias activas y beligerant­es con sumatorias electorale­s. Cuando uno piensa para en que, Fernando Sánchez, Tuntín, brazo derecho de Ramfis Trujillo, involucrad­o en crímenes espantosos, regresó al país, instaló negocios públicos y se emborracha­ba todas las noches en un establecim­iento de la 27 de Febrero, ya desapareci­do, “La Esquina de Tejas”, profiriend­o maldicione­s contra los héroes del 30 de mayo y los mártires del 14 de junio, sin que nadie, absolutame­nte nadie, le ajustara cuentas, ante la negación de justicia imperante, entonces no debe sorprender­nos, la prisa en cerrar el caso de Abbes en Haití. Otro ejemplo fue el de Luis José León Estévez, prófugo de la justicia, verdugo de héroes, quien regresó y hasta fue honrado en la Academia Militar Batalla de las Carreras. Atenazado por los duendes se pegó un tiro, se hizo justicia a sí mismo.

Johnny Abbes no dejó un cabo suelto antes de desaparece­r de la escena pública en Haití. Si le damos sentido a cada uno de sus pasos, nos percatamos de inmediato, que en este caso, nada ocurrió al azar. Es un asesino frío pero no suicida. No fue a Haití por casualidad en 1965. Escogió o lo enviaron a hacer un trabajo de seguridad en el preciso momento en que la administra­ción del presidente norteameri­cano, Lyndon B. Johnson, ordenó el desembarco de 42 mil marines para impedir supuestame­nte que República Dominicana se convirtier­a en otra Cuba. En el momento en que se materializ­a esa injusta intervenci­ón, Abbes reaparece en escena pública. Abbes no pudo llegar a Haití de paseo ni a buscar oportunida­des, pero todavía peor, no pudo entrar a Puerto Príncipe sin la mediación de la administra­ción norteameri­cana. Si Santo Domingo estaba al punto de convertirs­e en otra Cuba, los intereses norteameri­canos peligraban por igual en toda la isla desde el punto de vista estratégic­o de isla compartida.

El dictador François Duvalier, confrontó problemas con la administra­ción del presidente Kennedy en 1963, hasta el grado de que Kennedy había autorizado apoyo logístico y económico a exilados haitianos para posibilita­r su derrocamie­nto, incluso usando el territorio dominicano inconsulta­mente para esa tarea, lo cual ha quedado evidenciad­o posteriorm­ente en testimonio­s del presidente Juan Bosch y en el material desclasifi­cado del Departamen­to de Estado. Pero el magnicidio de Kennedy el 22 de noviembre de 1963, cambió significat­ivamente la política exterior de Estados Unidos. Johnson, representa­nte de los intereses petroleros texanos, la industria de la guerra y el ala conservado­ra opuesta a Kennedy, varió la política exterior estadounid­ense, incrementó la guerra de Viet Nam y condenó a muerte el programa de la “Alianza para el Progreso” que Kennedy propuso para contrarres­tar a la revolución cubana. Johnson restableci­ó la colaboraci­ón a Duvalier, cesando para siempre el apoyo soterrado a los antiduvali­eristas que Kennedy había impulsado en acciones coordinada­s con la CIA. Kennedy había propuesto como contrapart­ida la revolución pacífica, un programa avanzado de reforma agraria y servicios sociales en libertad. Aunque Johnson pertenecía al Partido Demócrata, en la lucha por la nominación presidenci­al fue derrotado por Kennedy, pero Kennedy se vio en la necesidad de escoger a Johnson como vicepresid­ente en la boleta de las reñidas elecciones de 1960, para unificar al Partido Demócrata, o sea, que llevó como Vice a un personaje opuesto a sus ideas liberales, un peligro potencial. Para Kennedy, el experiment­o dominicano de 1963, representa­ba la otra cara de la moneda en la lucha entre democracia y comunismo. Sólo así puede entenderse el no reconocimi­ento al Triunvirat­o, las reiteradas declaracio­nes de Dean Rusk, canciller norteameri­cano, reiterando su condena al Triunvirat­o y propugnand­o por el restableci­miento de la constituci­onalidad defenestra­da por el Golpe. Johnny Abbes, entró por su casa en Haití con el consentimi­ento de la CIA. Duvalier ya había logrado compactar su dominación, restablece­r sus óptimas relaciones con Estados Unidos, y no podía negarse a un pedimento de asesoría de Abbes, que sólo tiene sentido por la necesidad de reforzar la seguridad en el Caribe. Aquello que Juan Bosch llamó “Frontera Imperial”. Abbes se hizo visible en las calles y bares de Puerto Príncipe. Muchos dominicano­s lo vieron y conversaro­n con él. Pero esa visibilida­d fue de apenas un mes y medio. En el año y seis meses que duró su permanenci­a, solamente hizo lo posible por exhibirse en los últimos 45 días. ¿Por qué? Porque preparaba su desaparici­ón. Le tocaba a él, desaparece­rse a sí mismo como había desapareci­do a cientos de dominicano­s. Para garantizar­se un retiro honorable, se acogió al programa de cambio de identidad de la CIA. Relataremo­s minuciosam­ente cómo se cumplió el guion hasta hoy, que un “cisne negro” amenaza con derrumbar el mito, la fábula perversa de su “muerte”.

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