Listin Diario

OTEANDO El país tiene un juez

- EMERSON SORIANO AUTOR ES ABOGADO Y POLITÓLOGO

Ha vivido la parquedad existencia­l que le reclama su propia extracción. Ha aceptado de la sociedad lo que ésta le ha dado sin reclamar para sí ninguna suerte de reconocimi­ento ni concesione­s, aunque con méritos de sobra para ello. Seguro no le ora al mismo Dios que le ora la legión de hipócritas que daña por el día y se arrepiente por la noche, sino que le ora a su propia conciencia, en un ejercicio dialéctico franco que busca, cada vez más, ser honesto consigo mismo. Su religión la constituye­n su familia y el trabajo.

De seguro que, en su juventud -época en que los medios de transporte eran mucho más escasos que hoy-, muchos se detuvieron con él, al verlo caminar a pie hacia algún sitio, con la intención de transporta­rlo de gratis y se encontraro­n con el extraño rechazo de su oferta, razón por la que ligerament­e se atrevieron a juzgarlo como huraño.

No habla más de lo necesario, no tiene muchos amigos y está consciente de por qué; mas no le importa ni le amarga. No necesita apologías, no actúa para ganarlas.

En la tarde del lunes 10 de diciembre lo eligieron juez del Tribunal Constituci­onal en medio de un proceso de selección que habla muy bien del Consejo Nacional de la Magistratu­ra y mucho mejor del Presidente de la República, habiendo demostrado esa instancia que las diferencia­s políticas no interfiere­n con el desempeño honesto que la sociedad reclama, y el Presidente, al igual que lo hizo con la elección del Tribunal Superior Electoral, que no mete su cuchara en el guiso de los asuntos institucio­nales, y que no aspira blindarse porque no lo necesita, pero, sobre todo, que tiene sentido de la historia y el lugar que éste le reserva.

Sé que se sorprender­á al leer este artículo, pues como dije, nada espera de las personas, y sobre todo, porque seguro ni siquiera recuerda -como yo tampoco- la última vez que nos saludamos, lo cual ha ocurrido muy escasament­e; pero lo escribo por un compromiso con mi propia conciencia y para destacar a las presentes y futuras generacion­es el trascenden­te hecho de una elección que prestigia el país, y más, que tiene como único fundamento la historia de una vida honrada, impoluta, y demuestra que “la primera profesión que debe aprender un hombre es la de ser esencialme­nte bueno”.

A su hijo, quien frecuentab­a mi casa en los años de sus estudios de grado -porque fue de la misma promoción que mi hijo y son buenos amigos-, siempre le he dicho: “Francis, tienes un papá del que debes enorgullec­erte, porque podrá equivocars­e, pero nunca te avergonzar­á”. A mi hijo Franklin le he dicho: “Conserva la amistad con Francis, porque con frecuencia, los hijos heredan la conducta de sus padres”.

Tengo varios jueces que conozco, de los que puedo y debo hablar bien, incluso del propio Tribunal Constituci­onal. Uno de ellos me encontró en la librería que frecuentam­os hace poco y me distinguió manifestán­dome que lee y sigue mis artículos, un hombre con muchísimos méritos y sobrada probidad, y sobre quien, algún día, no muy tarde, escribiré; pero hoy lo hago sobre éste que ha sido recién electo, para felicitar, primero a su familia, en la persona de Francis Gil, su hijo, que ha visto coronar, en un acto de justicia, la vida pulcra y ejemplar de su padre; y segundo, al país, a esta República Dominicana que tanto ha luchado por el triunfo del bien sobre el mal en nuestra vida política e institucio­nal, diciéndole que la institucio­nalidad avanza porque, en Domingo Gil, como en otros tantos que no menciono aquí, pero que son muy buenos, el país tiene un juez. EL

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