Nuestra mayor esperanza
Aunque siempre he pertenecido a la Iglesia Católica, y he esperado con alegría la llegada del Niño Jesús, no ha sido hasta hace poco tiempo que le he dado la importancia al significado del Adviento. La verdad es que estoy apasionada con este tiempo hermoso de preparación para el día del nacimiento del Señor, que es el tiempo santo que celebra la iglesia los cuatro domingos que preceden a la Navidad. En este período, el ritual del encendido de una vela cada domingo trae consigo un mensaje para reflexionar, porque ellas representan la paz, el amor, la fe y la esperanza. Algo que me llamó la atención fue escuchar al sacerdote decir en la homilía del domingo pasado, que la última vela, la esperanza, es la más importante porque cuando la paz falta, el amor se esconde, la fe se debilita, es la esperanza la que puede hacer que la recuperación de todas las anteriores sea posible. A pesar de que el hijo de Dios nació hace más de 2000 años, cada año, con la espera de su regreso tenemos la oportunidad de renovarnos, y apostar a ser humildes y mejores seres humanos. Aboguemos entonces porque no perdamos nunca el ideal de ser el cambio que nuestro país necesita, y porque a través de la esperanza nos aventuremos a esforzarnos para rescatar una paz que anda galopante, un amor que se aleja sin permiso y una fe que a menudo se tambalea. Que en estas fiestas celebremos en familia la alegría de compartir con otros, no solo nuestro pan sino nuestra sed de justicia, que no dejemos fuera el festejado, porque “La presencia de Jesús es nuestra mayor esperanza”.