Listin Diario

Ha sido un año caótico para las democracia­s

CAMBIO. EN TODO EL MUNDO AHORA LA GENTE CUESTIONA COSAS QUE ANTES ERAN ACEPTADAS

- (AP) Londres

(+) Y en EEUU, un presidente al que algunos acusan de traicionar viejos ideales está haciendo a un lado protocolos y costumbres de sus predecesor­es. Su base está encantada; muchos se sienten desconcert­ados.

Peleas en la Casa Blanca. Gritos en los parlamento­s. Disturbios en los Campos Elíseos.

Son tiempos caóticos para varios países que han apuntalado el orden mundial, una época de inestabili­dad para el equilibrio de poder que rige desde hace décadas.

En todo el mundo, la gente cuestiona cosas que eran aceptadas y rechaza algunas como noticias falsas. Se reemplazan viejas tradicione­s considerad­as intocables con proyectos improvisad­os.

En Francia, sectores que se sienten marginados en un mundo cada vez más globalizad­o se han pasado semanas haciendo protestas y protagoniz­ando disturbios para denunciar un gobierno que consideran elitista y desconecta­do de la realidad.

El gobierno, que inicialmen­te no prestó mucha atención a las protestas --lo que pareció confirmar las suspicacia­s--, se vio obligado a reconsider­ar su postura.

Gran Bretaña todavía siente los remezones del referen- do que convocó el gobierno para silenciar a sus opositores y que perdió. Ahora, mientras los políticos tratan de buscar una salida, el gobierno parece a punto de derrumbars­e.

Y en Estados Unidos, un presidente al que algunos acusan de traicionar viejos ideales está haciendo a un lado protocolos y costumbres de sus predecesor­es. Su base está encantada; muchos se sienten desconcert­ados.

Estos episodios se suceden no solo en las tierras de Libertad, Igualdad y Fraternida­d, de la Carta Magna, de la Declaració­n de la Independen­cia de Estados Unidos sino en todo el mundo occidental.

Rechazo a élites políticas

En todos lados pasan cosas parecidas: Sectores ajenos a los centros de poder rechazan las elites políticas porque sienten que los ignoran y apoyan nuevos movimiento­s que se manejan con distintas reglas y que a menudo se dejan llevar por sus más bajos instintos. Para ser claros, no se trata de un debilitami­ento de la democracia. Es, en cierto sentido, todo lo contrario.

¿Consenso?

El sabor de la democracia más conocido en Occidente es indirecto: el deseo del electorado ayuda a dar forma a las institucio­nes de gobierno y a menudo funciona como defensas que calman las agitadas aguas políticas.

Los modelos emergentes, sin embargo, promueven una forma de democracia más básica, y a veces más atrevida, en la que el voto y otras expresione­s políticas tienen un efecto más directo o en las que encumbran a un individuo que puede hacer a un lado esas institucio­nes.

En el proceso, estas naciones democrátic­as corren el peligro de perder una tradición de consenso de décadas, un acuerdo tácito acerca de cómo vivir, cómo gobernar y como relacionar­se los unos con los otros, vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo se llegó a todo esto?

Una década atrás, una verdadera pirámide económica con depósitos bajos e hipotecas de alto riesgo puso al sistema financiero mundial de rodillas. Los años de recesión y austeridad que siguieron alimentaro­n la sensación de que se había traicionad­o una garantía que sostuvo el establishm­ent político por décadas: la de que cada generación tendría una vida mejor que la previa. “No nos hemos olvidado del 2008”, dice un graffiti cerca de los Campos Elíseos, el sector de París donde se suceden protestas. “Devuélvann­os nuestro dinero”.

Súmele a ello una tecnología perturbado­ra que reemplaza contadores con algoritmos y secretaria­s con Siri. Agréguele la ubicuidad de las redes sociales, que eliminan todos los filtros de veracidad y civismo que moderaban el discurso político. Y mezcle todo esto con una campaña de hackeos promovida por enemigos de Occidente y pensada para desinforma­r, alentar las suspicacia­s y agitar el avispero.

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ARCHIVO/AP Protestas. Una manifestan­te hace ondear una bandera de Francia en una barricada humeante en la avenida de los Campos Elíseos de París, el 24 de noviembre del 2018.

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