Ha sido un año caótico para las democracias
CAMBIO. EN TODO EL MUNDO AHORA LA GENTE CUESTIONA COSAS QUE ANTES ERAN ACEPTADAS
(+) Y en EEUU, un presidente al que algunos acusan de traicionar viejos ideales está haciendo a un lado protocolos y costumbres de sus predecesores. Su base está encantada; muchos se sienten desconcertados.
Peleas en la Casa Blanca. Gritos en los parlamentos. Disturbios en los Campos Elíseos.
Son tiempos caóticos para varios países que han apuntalado el orden mundial, una época de inestabilidad para el equilibrio de poder que rige desde hace décadas.
En todo el mundo, la gente cuestiona cosas que eran aceptadas y rechaza algunas como noticias falsas. Se reemplazan viejas tradiciones consideradas intocables con proyectos improvisados.
En Francia, sectores que se sienten marginados en un mundo cada vez más globalizado se han pasado semanas haciendo protestas y protagonizando disturbios para denunciar un gobierno que consideran elitista y desconectado de la realidad.
El gobierno, que inicialmente no prestó mucha atención a las protestas --lo que pareció confirmar las suspicacias--, se vio obligado a reconsiderar su postura.
Gran Bretaña todavía siente los remezones del referen- do que convocó el gobierno para silenciar a sus opositores y que perdió. Ahora, mientras los políticos tratan de buscar una salida, el gobierno parece a punto de derrumbarse.
Y en Estados Unidos, un presidente al que algunos acusan de traicionar viejos ideales está haciendo a un lado protocolos y costumbres de sus predecesores. Su base está encantada; muchos se sienten desconcertados.
Estos episodios se suceden no solo en las tierras de Libertad, Igualdad y Fraternidad, de la Carta Magna, de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos sino en todo el mundo occidental.
Rechazo a élites políticas
En todos lados pasan cosas parecidas: Sectores ajenos a los centros de poder rechazan las elites políticas porque sienten que los ignoran y apoyan nuevos movimientos que se manejan con distintas reglas y que a menudo se dejan llevar por sus más bajos instintos. Para ser claros, no se trata de un debilitamiento de la democracia. Es, en cierto sentido, todo lo contrario.
¿Consenso?
El sabor de la democracia más conocido en Occidente es indirecto: el deseo del electorado ayuda a dar forma a las instituciones de gobierno y a menudo funciona como defensas que calman las agitadas aguas políticas.
Los modelos emergentes, sin embargo, promueven una forma de democracia más básica, y a veces más atrevida, en la que el voto y otras expresiones políticas tienen un efecto más directo o en las que encumbran a un individuo que puede hacer a un lado esas instituciones.
En el proceso, estas naciones democráticas corren el peligro de perder una tradición de consenso de décadas, un acuerdo tácito acerca de cómo vivir, cómo gobernar y como relacionarse los unos con los otros, vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo se llegó a todo esto?
Una década atrás, una verdadera pirámide económica con depósitos bajos e hipotecas de alto riesgo puso al sistema financiero mundial de rodillas. Los años de recesión y austeridad que siguieron alimentaron la sensación de que se había traicionado una garantía que sostuvo el establishment político por décadas: la de que cada generación tendría una vida mejor que la previa. “No nos hemos olvidado del 2008”, dice un graffiti cerca de los Campos Elíseos, el sector de París donde se suceden protestas. “Devuélvannos nuestro dinero”.
Súmele a ello una tecnología perturbadora que reemplaza contadores con algoritmos y secretarias con Siri. Agréguele la ubicuidad de las redes sociales, que eliminan todos los filtros de veracidad y civismo que moderaban el discurso político. Y mezcle todo esto con una campaña de hackeos promovida por enemigos de Occidente y pensada para desinformar, alentar las suspicacias y agitar el avispero.