¡Buscadores de felicidad en los arcoíris!
A manera de ficción, pero que muchas veces se hace referente de realidad, se cuenta de unos aldeanos, muy pobres por cierto, que escucharon decir que al final del túnel y de un arco iris se podía encontrar una luz y un botín de piedras preciosas, respectivamente. Para esto, se asistieron de pertrechos en tan osada travesía en la búsqueda de aquello que con orgullo aseguraban iban a encontrar y, por ende, se convertirían en felices y ricos.
Toda una égida a conquistar, porque obviamente por la incultura y por tan expresiva ignorancia, lo único que queda es esbozar media sonrisa a tan inocente aventura. Sin embargo, cabe y es oportuno indicar, cuántos de nosotros, que nos creemos doctos en el más concurrido oficio, como es la tarea del diario vivir, nos aventuramos a buscar la felicidad allende nuestros propios horizontes. Surcamos mares con tormentas en frágiles barcas, que en su oportunidad nos hacen naufragar por los remos, que se hacen incompetentes para enfrentar las tormentas que suelen presentarse cuando navegamos mar afuera de los límites permitidos de las reglas y normas de una buena convivencia.
Toda una metáfora de sueños y quimeras; eufemismo, porque el hombre traza metas a conquistar con un solo propósito: ¡Ser feliz con nobles valores, o en su defecto ser rico a costa de la codicia! Es prolijo señalar que, para ello, transitan muchas veces caminos equivocados. Decía Hermes Trimegistos: “Lo que es arriba, igual es abajo”. ¿Y por qué? Porque todas las aventuras de armonía y belleza contenidas en el cosmos se integran en nosotros como microcosmos que somos, tanto en constitución molecular y atómica, como en belleza, leyes y armonía. Es entonces valido preguntar: ¿Por qué buscar afuera lo que se lleva dentro? Solo entender que para despertar las potencialidades inherentes a la felicidad y participar de ella, el hombre debe orientarse a observar los pensamientos en una mente mona (que brinca de un pensamiento a otro sin objetivos definidos); como también necesario disciplinar los sentimientos que se transfieren como conductas y un control absoluto de hábitos y costumbres con suprema voluntad, decisión y actitud, de interesarse en transformar todo aquello que se complace en inarmonizar toda la estructura anímica, y con ello hacerse fuerte en procura de desarrollar el amor como baluarte de conquista y realización.
Se infiere con esto que ser feliz compromete al ser a no hacer trasiegos de emociones con improvisaciones y sus consecuentes malestares, con que se perjudica y daña a los demás, lo que es igual a dispensar el conocimiento de que somos de la misma esencia y naturaleza divinas, que nos asegura que por derecho de conciencia y legítima herencia, tenemos ya la condición per se de ser auténticamente felices, teniendo a manera de gracia divina el realizar a Dios con el conocimiento de que esto es verdadero propósito de existir.