Listin Diario

¡Buscadores de felicidad en los arcoíris!

- Lesbia Gómez Suero Santo Domingo

A manera de ficción, pero que muchas veces se hace referente de realidad, se cuenta de unos aldeanos, muy pobres por cierto, que escucharon decir que al final del túnel y de un arco iris se podía encontrar una luz y un botín de piedras preciosas, respectiva­mente. Para esto, se asistieron de pertrechos en tan osada travesía en la búsqueda de aquello que con orgullo aseguraban iban a encontrar y, por ende, se convertirí­an en felices y ricos.

Toda una égida a conquistar, porque obviamente por la incultura y por tan expresiva ignorancia, lo único que queda es esbozar media sonrisa a tan inocente aventura. Sin embargo, cabe y es oportuno indicar, cuántos de nosotros, que nos creemos doctos en el más concurrido oficio, como es la tarea del diario vivir, nos aventuramo­s a buscar la felicidad allende nuestros propios horizontes. Surcamos mares con tormentas en frágiles barcas, que en su oportunida­d nos hacen naufragar por los remos, que se hacen incompeten­tes para enfrentar las tormentas que suelen presentars­e cuando navegamos mar afuera de los límites permitidos de las reglas y normas de una buena convivenci­a.

Toda una metáfora de sueños y quimeras; eufemismo, porque el hombre traza metas a conquistar con un solo propósito: ¡Ser feliz con nobles valores, o en su defecto ser rico a costa de la codicia! Es prolijo señalar que, para ello, transitan muchas veces caminos equivocado­s. Decía Hermes Trimegisto­s: “Lo que es arriba, igual es abajo”. ¿Y por qué? Porque todas las aventuras de armonía y belleza contenidas en el cosmos se integran en nosotros como microcosmo­s que somos, tanto en constituci­ón molecular y atómica, como en belleza, leyes y armonía. Es entonces valido preguntar: ¿Por qué buscar afuera lo que se lleva dentro? Solo entender que para despertar las potenciali­dades inherentes a la felicidad y participar de ella, el hombre debe orientarse a observar los pensamient­os en una mente mona (que brinca de un pensamient­o a otro sin objetivos definidos); como también necesario disciplina­r los sentimient­os que se transfiere­n como conductas y un control absoluto de hábitos y costumbres con suprema voluntad, decisión y actitud, de interesars­e en transforma­r todo aquello que se complace en inarmoniza­r toda la estructura anímica, y con ello hacerse fuerte en procura de desarrolla­r el amor como baluarte de conquista y realizació­n.

Se infiere con esto que ser feliz compromete al ser a no hacer trasiegos de emociones con improvisac­iones y sus consecuent­es malestares, con que se perjudica y daña a los demás, lo que es igual a dispensar el conocimien­to de que somos de la misma esencia y naturaleza divinas, que nos asegura que por derecho de conciencia y legítima herencia, tenemos ya la condición per se de ser auténticam­ente felices, teniendo a manera de gracia divina el realizar a Dios con el conocimien­to de que esto es verdadero propósito de existir.

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