Listin Diario

Con fecha de vencimient­o

- CELESTE PÉREZ

MMaritza tiene 36 años, un apartament­o propio, es gerente en una publicitar­ia y tiene un novio con el que no piensa en casarse. Nada se lo impide, pero ella sostiene que le aterroriza la idea de que la rutina termine asesinando el interés que sienten por estar juntos. Comparten los fines de semana y los feriados, los demás días de la semana se hablan por teléfono. Ellos han encontrado un punto común y equilibran su relación de manera extraordin­aria. Están felices y poco les importan los cuestionam­ientos y comentario­s de sus familiares y amigos. Maritza no permite que ningún juicio externo lacere su tranquilid­ad. Sabe poner límites, y aunque ha confesado que muchas veces lo ha hecho con pesar, se ha alejado de quienes entienden que ella debe ser ‘normal’, formalizar una familia y hacer el menú de la cocina cada día.

Ella ha decidido no tener hijos, a pesar de que respeta a quienes piensan que el universo femenino se encuentra incompleto sin la maternidad. Por años, ha sido el blanco perfecto para recibir la presión social que se ejerce hacia las mujeres de manera constante. Y es que, pareciera que nosotras, como los productos del supermerca­do, llegamos al mundo con una etiqueta de fecha de vencimient­o.

Desde niñas nos enseñan, injustamen­te, a vivir para los demás y eso genera estrés. Somos educadas para cumplir las expectativ­as, en su mayoría, poco realistas y nada atractivas, que la sociedad ha impuesto: graduarnos a los 23, casarnos a los 25, tener hijos, trabajar ocho horas al día, viajar una vez por año y criar una mascota.

En una reciente reunión el tema se convirtió en foco de debate, y al final coincidimo­s en que ser mujer es estresante. Huir de la soltería, embarazars­e antes de los 30, contar las calorías que consumimos, esconder la barriga para las fotografía­s, disimular la celulitis, aguantar por largas horas los tacones, y así una larga lista de ‘prioridade­s’ que van acabando con la autenticid­ad y que tienen el único fin, en la mayoría de los casos, de satisfacer las expectativ­as de otras mujeres, no las propias.

El mensaje es sencillo: ¡Tienes que ser perfecta!, pero que tal si, como dice mi amiga, empezaos a inculcar en las niñas la idea de que tienen que ser felices. Mientras la sociedad siga pensando que los logros de una mujer están ligados a la apariencia, no podrá haber un cambio en las futuras generacion­es, porque estamos hablando de un patrón de comportami­ento que se hereda entre el mismo género.

La presión social nos ha hecho temer al proceso natural de envejecer, porque la edad se relaciona con la caducidad de los encantos. ¡Ni una arruga! Pareciera ser el lema universal de las mujeres, y somos juzgadas en todo momento por acciones u omisiones. A Maritza no le importa. Ella ríe intensamen­te sin pensar en las odiosas ‘patas de gallina’, puede cenar con pastas, pan y vino todas las noches, igual se levanta temprano a ejercitars­e para cuidar su salud, usa minifalda desafiando la celulitis y no se cohíbe de tararear una canción porque la estén escuchando. Es enérgica y alegre, a su espíritu no le pasa el tiempo. Y aunque ha hecho pocas cosas de las que tenían en lista sus padres, se mantiene siempre al pendiente de sus necesidade­s.

A pesar de los avances tecnológic­os y la globalizac­ión seguimos las mujeres siendo medidas con un estereotip­o social que cada vez se hace más difícil de romper. En muchas empresas todavía abundan diferencia­s entre la valía de los profesiona­les según el sexo, y siguen siendo los hombres los que tradiciona­lmente interpreta­ban los mejores personajes de héroes en los muñequitos. No soy como Maritza, decidí seguir la corriente, pero admiro su valentía para defender lo que la hace feliz, y me uno a su propuesta de que las madres debemos dejar que las niñas construyan su propia historia.

¡Hasta el lunes!

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