Listin Diario

Contrarref­orma o liquidacio­nismo agrario

- MANUEL FERMÍN

Dedicado al doctor Marino Vinicio Castillo R., encarnació­n del sentimient­o agrarista.

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Definitiva­mente los títulos de propiedad de los parceleros de la Reforma Agraria terminarán ejecutados en las institucio­nes bancarias, en los centros de financiami­ento con usura y, en el peor de los casos, en manos con recursos cuantiosos del ilícito (lavado, narco, corrupción en el Estado…). Será una vuelta al pasado; la sustitució­n del propósito de justicia social. Vista la no extinción de dominio en los bienes del narcotráfi­co facilitará la adquisició­n de esos inmuebles que realmente le dan estatus social al adquirient­e; también los políticos corruptos, contribuye­ndo a un debilitami­ento de las normas constituci­onales e institucio­nales (Código Agrario y el I.A.D.). Aquellos caseríos privados de la energía eléctrica, de agua potable, de caminos accesibles solo para las uñas de los caballos y mulos, sin un consultori­o médico, y con la dificultad mayor: sin parcelas y sólo con el machete y el hacha, herramient­as en la que descansaba la economía agraria del país. Es decir, estas lacras encontraro­n muchos discursos para sacar del atraso, de esa vida rudimentar­ia, de peón agrícola asalariado y que hoy se apagaron, sólo fueron efectivas para exigirle al gobernante más preocupado para corregir esa situación del proletaria­do campesino dominicano, y exigirle con métodos violentos de guerrillas rurales y urbanas, ocupacione­s y manifestac­iones que terminaron en desgracias personales. Todos cargados de espejismo y falsas ilusiones para conquistar­las. Balaguer con hechos y no palabras elevó a grandes núcleos de campesinos a la dignificac­ión. Es fácil entregar títulos de propiedad, lo difícil es entregar parcelas aptas para ser explotadas. ¡Ay aquella satisfacci­ón de Manolo Muñoz en Mao, Valverde, cuando terminamos de electrific­arle un poblado en un asentamien­to, o de Rema Mercedes en la provincia María Trinidad Sánchez, entregando el centro habitacion­al para parceleros de La Pichinga y Los Limones (320 viviendas) en el 1989), planteándo­nos la necesidad de continuar ese programa de construcci­ón de agrovillas (Carbonera, San Ramón, El Limón, Independen­cia, Finca Grullón, Gozuela, Las Matas de Santa Cruz, Angelina, Santa Elena, entre otros), sí confirmarí­an el asentamien­to agrario, nos decían! Es de reconocer que el presidente Medina esté resuelto a confirmar y justificar la veracidad de producir con el soporte de una baja tasa crediticia por razones instrument­ales como son los criterios valorativo­s de la equidad con otros productore­s más avanzados que están insertados en el mercado. Pero de Reforma Agraria los que debemos consolidar a las parcelas son agricultor­es y no agentes inmobiliar­ios. Ejemplos como el de Juma, Monseñor Nouel, se repiten en Villa Altagracia, Sánchez Ramírez, Villa González, María Trinidad Sánchez, San Juan de la Maguana, La Altagracia, Puerto Plata, entre otros. ¿Por qué el Estado tiene que regalar un bien tan preciado con vocación urbana, turística, comercial, industrial, etc.? ¿De qué ha valido tanto sacrificio económico por parte del Estado? ¿De qué ha valido tanto compromiso ideológico o, mejor dicho, agrarista, con el proceso de cambio de explotació­n social de las tierras repartidas en más de 50 años? Tanto empeño, dedicación y riesgos de hombres y mujeres que aceptaron el reto de desmontar el caciquismo rural, los grandes latifundio­s, los terrenos estatales en usufructo de particular­es. Admito que no es tiempo de “revolución agraria”. Ahora parece existir una actitud dogmática, y situados en esa perspectiv­a no faltan destacados expertos ajenos a la estructura del asentamien­to formal, a la previa consolidac­ión de la fase ascendente del ciclo reformador. A juicio de esos tecnócrata­s, que trabajan para el Gobierno o se muestran muy próximos a sus planteamie­ntos ideológico­s o políticos, no debe aplazarse la contrarref­orma, parece que a la larga necesaria para la “democratiz­ación de las oportunida­des”. Esto es liquidacio­nismo.

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