Modos de argumentar
Desde los días en que publicara mi novela titulada Los Ángeles de Hueso, pensé y aun lo pienso con mayor énfasis, que la literatura es un todo emocional que busca expresarse y que escapa a los encerramientos.
No conocía en esa época los textos chinos que ahora puedo leer gracias a excelentes traducciones, pero pensaba que los géneros literarios, tan europeos, tan dados a la clasificación y algunos tan cartesianos, eran a veces una especie de retranca para la expresión de un arte que desde una época anterior a la vivida por Homero, había roto ya las formas obligadas y vivientes, o murientes desde su nacimiento, expresándolas en poemas “épicos”.
La lectura de Don Quijote y antes de ello, la de los libros de Caballería, mostraban al fin y al cabo, epopeyas en prosa, argumentos que también pudieron ser cantados, como fueron cantadas la aventuras del Cid y de Rolando, porque al fin y al cabo el verso era una forma que contenía también una narrativa, y ciertamente narrar era un modo de hacer esquemática una visión que se tornaba en un modo, al que se le daba una importancia por serlo, porque la narración fue desde el comienzo de la historia oral aquello que formalizaba un arcaísmo montado en la fonética y en lo memorial; manera de decir de modo repetitivo lo que debía ser recordado. Y más tarde aparición versificada que se desplazaba hacia nuevas forma de la narración como nuevos modelos.
El hombre trató el recuerdo de los hechos de los que consideraba dioses, reproduciendo sus aventuras y sus creencias como una parte que se consideraba explicativa de la realidad y sus misterios, y que debería ser memorizada para su preservación, llegando a considerarse verídica, para apuntalar y consolidar las identidades, porque eran estas hasta cierto momento, el resultado de la única historia, donde realidad y mito se confundían, pasando luego al modelo de la poesía como género, una manera religiosa de tratar el pensamiento o el modo sacro de hacerlo persistir.
En las viejas culturas orientales, las historias marcaron la biografía heroica de los dioses. Los griegos de Asia Menor sellaron cada expresión de la naturaleza con la máscara de un dios, descubriendo, para su justificación una historia, una aventura que ya hacia el 1500 antes de Cristo, conformaba un complejo panorama de seres míticos representativos, estudiados por grandes investigadores que buscaron la relación entre la ideología y el pensamiento de sociedades fragmentarias, algunas procedentes de un inicial tribalismo, unificadas luego para dar sentido filosófico e histórico, a sus modos de vida.
No temo decir que al leer Pedro Páramo, de Juan Rulfo, decidí cambiar mi visión de “lo literario”, como antes me había acontecido al percibir en Kafka que una historia sin argumento perceptible al modo occidental de su época, era una manera de narrativa que no encuadraba en los modelos estilísticos tradicionales, una ruptura, y que el nominativo de novela, en principio llamada novella en el Renacimiento italiano, principio de “cosa nueva, novedosa”, era un aplicación que ahora me parecía fallida. Y tampoco llegaba a comprender totalmente por qué se hablaba de “absurdo” para textos que tenían una lógica propia, y que encarnaban una literatura hecha con otra manera de argumentar.