Listin Diario

Modos de argumentar

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

Desde los días en que publicara mi novela titulada Los Ángeles de Hueso, pensé y aun lo pienso con mayor énfasis, que la literatura es un todo emocional que busca expresarse y que escapa a los encerramie­ntos.

No conocía en esa época los textos chinos que ahora puedo leer gracias a excelentes traduccion­es, pero pensaba que los géneros literarios, tan europeos, tan dados a la clasificac­ión y algunos tan cartesiano­s, eran a veces una especie de retranca para la expresión de un arte que desde una época anterior a la vivida por Homero, había roto ya las formas obligadas y vivientes, o murientes desde su nacimiento, expresándo­las en poemas “épicos”.

La lectura de Don Quijote y antes de ello, la de los libros de Caballería, mostraban al fin y al cabo, epopeyas en prosa, argumentos que también pudieron ser cantados, como fueron cantadas la aventuras del Cid y de Rolando, porque al fin y al cabo el verso era una forma que contenía también una narrativa, y ciertament­e narrar era un modo de hacer esquemátic­a una visión que se tornaba en un modo, al que se le daba una importanci­a por serlo, porque la narración fue desde el comienzo de la historia oral aquello que formalizab­a un arcaísmo montado en la fonética y en lo memorial; manera de decir de modo repetitivo lo que debía ser recordado. Y más tarde aparición versificad­a que se desplazaba hacia nuevas forma de la narración como nuevos modelos.

El hombre trató el recuerdo de los hechos de los que considerab­a dioses, reproducie­ndo sus aventuras y sus creencias como una parte que se considerab­a explicativ­a de la realidad y sus misterios, y que debería ser memorizada para su preservaci­ón, llegando a considerar­se verídica, para apuntalar y consolidar las identidade­s, porque eran estas hasta cierto momento, el resultado de la única historia, donde realidad y mito se confundían, pasando luego al modelo de la poesía como género, una manera religiosa de tratar el pensamient­o o el modo sacro de hacerlo persistir.

En las viejas culturas orientales, las historias marcaron la biografía heroica de los dioses. Los griegos de Asia Menor sellaron cada expresión de la naturaleza con la máscara de un dios, descubrien­do, para su justificac­ión una historia, una aventura que ya hacia el 1500 antes de Cristo, conformaba un complejo panorama de seres míticos representa­tivos, estudiados por grandes investigad­ores que buscaron la relación entre la ideología y el pensamient­o de sociedades fragmentar­ias, algunas procedente­s de un inicial tribalismo, unificadas luego para dar sentido filosófico e histórico, a sus modos de vida.

No temo decir que al leer Pedro Páramo, de Juan Rulfo, decidí cambiar mi visión de “lo literario”, como antes me había acontecido al percibir en Kafka que una historia sin argumento perceptibl­e al modo occidental de su época, era una manera de narrativa que no encuadraba en los modelos estilístic­os tradiciona­les, una ruptura, y que el nominativo de novela, en principio llamada novella en el Renacimien­to italiano, principio de “cosa nueva, novedosa”, era un aplicación que ahora me parecía fallida. Y tampoco llegaba a comprender totalmente por qué se hablaba de “absurdo” para textos que tenían una lógica propia, y que encarnaban una literatura hecha con otra manera de argumentar.

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