Estallan protestas mundiales
LONDRES — En Chile, el detonador fue un aumento en las tarifas del metro. En Líbano, un impuesto a las llamadas por WhatsApp. En la India, fueron las cebollas.
Pequeños artículos de bolsillo se convirtieron en el centro de la furia popular en todo el planeta, en las últimas semanas, a medida que los ciudadanos frustrados llenaban las calles para realizar protestas inesperadas, que aprovecharon la fuente de una frustración creciente con una clase de élites políticas, consideradas como irremediablemente corruptas o totalmente injustas, o ambas cosas. Después siguieron manifestaciones masivas en Bolivia, España, Irak y Rusia, y las ocurridas anteriormente en República Checa, Argelia, Sudán y Kazajistán, en lo que ha sido un ritmo constante de disturbios en los últimos meses.
A primera vista, muchas de las manifestaciones estuvieron vinculadas por poco más que tácticas. Semanas de incesante desobediencia civil en Hong Kong establecieron el esquema para un enfoque de confrontación, impulsado por demandas muy diferentes. Sin embargo, en muchos de los países turbulentos, los expertos distinguen un patrón: un alarido más fuerte de lo habitual contra las élites en países donde la democracia es una fuente de decepción, la corrupción se considera descarada, y una pequeña clase política vive pretenciosamente, mientras la generación más joven lucha para sobrevivir.
“Esta nueva generación no apoya lo que ve como el orden corrupto de la élite política y económica en sus propios países”, afirmó Ali H. Soufan, director ejecutivo de The Soufan Group, una consultoría de seguridad e inteligencia. “Quieren un cambio”.
Pocos estaban tan sorprendidos como los líderes de esos países. El 17 de octubre, el presidente de Chile, Sebastián Piñera presumió que su país era un oasis de estabilidad en América Latina. “Estamos listos para hacer todo para no caer en el populismo, en la demagogia”, declaró en una entrevista publicada en The Financial Times. Al día siguiente, los manifestantes atacaron fábricas, incendiaron estaciones del metro y saquearon supermercados, obligando a Piñera a desplegar las tropas finalmente. En una semana, al menos 15 personas habían muerto, y un Piñera nervioso había hablado de “una guerra contra un enemigo poderoso e implacable”.
En Líbano, el primer ministro Saad al-Hariri había sobrevivido a recien