Listin Diario

Estallan protestas en todo el mundo

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tes revelacion­es de un regalo de 16 millones de dólares a una modelo de bikini, una acción que, para algunos críticos, personific­aba a la clase gobernante de Líbano. Luego, el 17 de octubre, anunció el impuesto a las llamadas por WhatsApp. Décadas de descontent­o por la desigualda­d, el estancamie­nto y la corrupción estallaron a la intemperie, lo que llevó a una cuarta parte del país a manifestac­iones eufóricas contra el gobierno, con cantos de “¡Revolución!”.

Con altos niveles de deuda pública y alto desempleo, Líbano parece incapaz de proporcion­ar servicios públicos básicos como electricid­ad, agua potable o una red de internet confiable. Las medidas de austeridad han vaciado a la clase media, mientras que el 0.1 por ciento más rico de la población —que incluye a muchos políticos— gana una décima parte del ingreso nacional, gran parte de esto, dicen los detractore­s, al saquear los recursos del país.

El 21 de octubre, Hariri desechó el impuesto planificad­o, anunciando un apresurado paquete de reformas para rescatar a la debilitada economía y prometiend­o recuperar la confianza pública. Pero no fue suficiente. El martes de la semana pasada, Hariri anunció que él y su gabinete renunciarí­an.

Las protestas se han acelerado a medida que diversos factores convergen: una economía global en desacelera­ción, brechas vertiginos­as entre ricos y pobres, y una nueva e inquieta generación efervescen­te con ambición frustrada. Además, la expansión de la democracia se ha estancado a nivel mundial, lo que ha dejado frustrados a los ciudadanos.

Sin embargo, a medida que crecen los movimiento­s de protesta, sus tasas de éxito se están desplomand­o. Hace apenas 20 años, el 70 por ciento de las protestas que demandaban un cambio político sistémico lo lograron, cifra que estuvo creciendo firmemente desde los años 50, según un estudio realizado por Erica Chenoweth, politóloga de la Universida­d de Harvard. A mediados de la década de 2000, esa tendencia dio marcha atrás. Las tasas de éxito ahora se ubican en el 30 por ciento, señaló el estudio, una caída que Chenoweth calificó de impactante.

A medida que las protestas se tornan más frecuentes, es más probable que fracasen, y se vuelvan más conflictiv­as, visibles y propensas a repetirse cuando las demandas no son cumplidas. El resultado podría ser que los levantamie­ntos populares se conviertan simplement­e en parte del paisaje.

En países donde las elecciones son decisivas, como EU y el Reino Unido, el escepticis­mo sobre el viejo orden político ha producido resultados populistas, nacionalis­tas y antiinmigr­antes en las urnas.

“En otros países, donde la gente no tiene voz, surgen protestas masivas”, indicó Vali Nasr, ex rector de la Escuela de Estudios Internacio­nales Avanzados de Johns Hopkins, en Washington.

Algunos expertos dicen que el periodo de protestas mundiales es demasiado diverso para atribuirle­s un solo tema. Sin embargo, dentro de algunas regiones, a menudo son similares. En el Medio Oriente, la zozobra ha atraído comparacio­nes con los levantamie­ntos de la Primavera Árabe de 2011. Pero los expertos

A todas les une la ira hacia una clase de élite política.

indican que las protestas recientes están promovidas por una nueva generación que se preocupa menos por las viejas divisiones. En lugar de pedir la cabeza de un dictador, como lo hicieron muchos árabes en 2011, los libaneses han acusado a toda una clase política.

“Están robando y fingen que no”, afirmó Dany Yacoub, de 22 años, mientras protestaba en Beirut. Estudió para ser profesora de música, pero comentó que no encuentra trabajo porque se necesitan contactos políticos.

Muchos árabes se han mostrado recelosos de las protestas populares desde los levantamie­ntos de la Primavera Árabe, prestando atención a las advertenci­as de los líderes autoritari­os, de que cualquier alzamiento podría llevar a sus sociedades al mismo caos violento que Libia, Siria o Yemen. Pero la reciente ola de protestas en Líbano, Egipto e Irak —así como las revueltas que derrocaron a los dictadores en Argelia y Sudán este año— sugieren que el muro de miedo empieza a derrumbars­e.

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