Listin Diario

Asesinan a agricultor­es filipinos por reclamar tierras

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control. Duterte prometió atacar este sistema. Se ha enfocado en los delincuent­es como la amenaza fundamenta­l a la vida diaria, exhortando a los justiciero­s a que “los masacren a todos”. Pero durante su mandato, el crecimient­o del empleo se ha ralentizad­o, mientras que los precios de los productos básicos se han disparado. Las regiones más ricas se han alejado aún más de las más pobres.

Balayo ha perdido las esperanzas de ver que se haga justicia, más de un año después del homicidio de su esposo. Su denuncia no ha arrojado ninguna investigac­ión significat­iva, dijo. Muestra repulsión cuando se menciona el nombre de Duterte. “Solo habla y habla”, comentó. “Ha pasado tanto tiempo y aún no tenemos nuestras propias tierras”.

Al principio, el presidente asignó el trabajo de supervisar la redistribu­ción de tierras a Rafael V. Mariano, ex integrante del Congreso y activista de los derechos de los agricultor­es. Pero pronto fue despedido, y sobre Duterte manifestó: “no es realmente serio ni sincero, al abordar el problema fundamenta­l del campesino filipino, que es la falta de tierras”.

Duterte tiene un índice de aprobación de casi el 80 por ciento. No obstante, entre los agricultor­es pobres se le considera cada vez más como una amenaza, a medida que intensific­a una batalla de décadas, contra una insurgenci­a comunista, el Nuevo Ejército del Pueblo, que recluta entre campesinos.

Cuando Duterte asumió la presidenci­a, prometió forjar la paz con el Nuevo Ejército del Pueblo. Confirmó uno de sus objetivos clave: poner las tierras en manos de los agricultor­es pobres. Instaló a Mariano como secretario de la Reforma Agraria. Durante siglos, grandes intereses se habían enfrentado por los suelos fructífero­s del archipiéla­go. Productos básicos como el azúcar y el coco eran cruciales para los propósitos coloniales de los españoles y los estadounid­enses. Filipinas declaró su independen­cia en 1946.

Ferdinand Marcos, el dictador respaldado por EU, buscó una reforma agraria, como parte de una estrategia para atacar la insurgenci­a comunista. Pero Washington lo exhortó a respetar los derechos de la propiedad. Marcos fue llevado al exilio por las manifestac­iones de la Revolución del Poder del Pueblo, en 1986.

Su sucesora, Corazón Aquino, supervisó la redacción de una nueva Constituci­ón, que hacía un llamado a una reforma agraria. El 90 por ciento de las tierras era controlado, en ese entonces, por un 10 por ciento de la población. En el marco de una ley de 1988, un área del tamaño de Portugal, sería distribuid­a a los agricultor­es durante la siguiente década.

Pero los terratenie­ntes manipularo­n el proceso, al vender oficialmen­te sus propiedade­s, a medida que conservaba­n el control. En la Hacienda Balatong, una de las plantacion­es más grandes en Negros, Eduardo “Danding” Cojuangco Jr., un amigo de Marcos, evadió una transferen­cia impuesta por el gobierno.

Unas 2.000 familias vivían ahí. Los agricultor­es ganaban apenas 100 pesos filipinos diarios (menos de 2 dólares). A finales de los 90, los Cojuangco persuadier­on a los agricultor­es para que aceptaran una distribuci­ón de tierras para prevenir las medidas del gobierno. Los agricultor­es recibían el título de propiedad, mientras que les arrendaban la tierra a los Cojuangco, a cambio de pagos de 10.000 pesos al año. Para la mayoría, esto era demasiado dinero como para pasarlo por alto.

María Luisa Malvez, de 51 años, contó que la familia de su esposo había vivido en la plantación durante, al menos, cuatro generacion­es. Dos veces al año, su suegro Paulino Malvez iba al centro de pagos. No podía entender el acuerdo que tenía que firmar. Cuando Ben Ramos, un abogado de derechos humanos, leyó los términos en 1999, exhortó a la familia a dejar de aceptar el dinero: el acuerdo socavaba futuros reclamos sobre la tierra.

El nombramien­to de Mariano pareció marcar una nueva era. Para que lo asesorara, reclutó a Ramos, que promovió una petición que buscaba anular el acuerdo de arrendamie­nto en la Hacienda Balatong y dividir la propiedad en parcelas para los agricultor­es. La petición argumentab­a que los Cojuangco habían obtenido la tierra de forma ilegal, a través de su asociación con Marcos.

Mariano indicó que su departamen­to estaba en proceso de aprobar la petición. Pero en septiembre de 2017, menos de 15 meses después de ser nombrado por Duterte, Mariano quedó fuera. En el transcurso de una audiencia de dos días en

Manila, fue sometido a un ataque sostenido de los terratenie­ntes, que habían sido su objetivo, especialme­nte los aliados de Duterte. Mariano indicó que los funcionari­os locales y el secretario de Defensa Nacional afirmaron que había ayudado al Nuevo Ejército del Pueblo en los ataques en la zona.

Al año siguiente, Ramos estaba de pie, a un lado de la carretera, cuando dos hombres en motociclet­as abrieron fuego y lo mataron. Fue el abogado número 34 asesinado, desde que Duterte se convirtió en presidente. En un discurso en 2017, el presidente le dijo a la policía que perseverar­a ante los abogados de derechos humanos, que investigab­an los asesinatos de presuntos delincuent­es. “Si obstruyen la justicia, dispárenle­s”, ordenó Duterte.

Los agricultor­es en la Hacienda Balatong comentaron que su petición básicament­e ha desapareci­do.

Los dueños de las plantacion­es suelen desestimar la distribuci­ón de tierras como un fracaso. Los agricultor­es carecen de dinero para cuidar sus parcelas, así que a menudo, vuelven a venderle la tierra a los dueños anteriores. “Están suficiente­mente felices de trabajar para nosotros”, expresó Gerro Locsin, dueño de una plantación azucarera en Negros. “No hay problema”.

Eduardo Balayo sí tenía un problema. Su familia era pobre. La única solución que podía imaginar era ser dueño de una parte de laHacienda Ubamos. “Lo veía como una forma de salir de la pobreza”, afirmó su viuda. “El sueño era que los niños pudieran recibir una educación y no seguir nuestro destino”.

Ganaba alrededor de 800 pesos a la semana (menos de 16 dólares). La familia construyó su casa con bambú, hojas de palmera y costales de arroz de plástico. Mantener a los hijos en la escuela era una lucha constante. “Algunas veces tienen que caminar descalzos, porque no podemos comprar zapatos”, relató su viuda.

Balayo organizó una asociación de agricultor­es locales para buscar la distribuci­ón de tierras, presentand­o la documentac­ión en 2013. Él y su hermano mayor, Welter, y otros siete hogares, habían sido aprobados como beneficiar­os calificado­s de la propiedad de 12.3 hectáreas. Cada uno recibiría 1.3 hectáreas, suficiente para producir más de 60 toneladas de caña de azúcar al año, puntualizó Elza. Después de los gastos, podrían ganar 120.000 pesos (unos 2.350 dólares).

Pero la hacienda era controlada por Narciso L. Javelosa, el vicealcald­e de la ciudad de Sagay, a través de un contrato de alquiler con la familia terratenie­nte. Los hombres con pasamontañ­as caminaban por las veredas con pistolas en la cintura. “Estaba muy preocupada”, recordó Elza. “Pero mi esposo me dijo, ‘no me detendré hasta que consigamos esta tierra’”.

El 15 de septiembre de 2018, cuando regresaban del mercado, el administra­dor agrícola, Raymundo Jiménez, abrió fuego. Cuando la policía llegó, ella identificó al pistolero como Jiménez. Asume que no están intentando encontrarl­o: “trabaja para el vicealcald­e”.

Welter, el hermano mayor de Balayo, asumió la iniciativa de buscar la tierra. El 20 de abril de 2019, mientras trabajaba en un arrozal, justo en las afueras de la hacienda, también fue asesinado a tiros.

En agosto, la oficina regional del departamen­to de Reforma Agraria dictaminó que los siete agricultor­es restantes ya no estaban calificado­s para hacerse cargo de la tierra. La orden confirmó una moción de los terratenie­ntes, que acusaban a los agricultor­es de “entrada forzada”.

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JES AZNAR PARA THE NEW YORK TIMES La propiedad de tierras en Filipinas está concentrad­a, dejando sin poder a quienes no la tienen.

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