Utilizaban un manual para volverse Dios
En lo que a viajes difíciles respecta, ningún trayecto compite con aquellos descritos en “El Libro de los dos caminos”, un mapa hacia el antiguo Egipto de la vida después de la muerte.
Desde hace mucho tiempo, los expertos concluyeron que esta guía del usuario, precursora de la recopilación de textos funerarios egipcios, conocida como “El libro de los muertos”, describía dos caminos zigzagueantes por los que el alma, tras haber dejado el cuerpo del difunto, podía navegar por la pista de obstáculos del Inframundo y llegar a Rosetau —el reino de Osiris, el dios de la muerte, que estaba muerto. Si se era suficientemente afortunado para recibir aprobación del tribunal supremo de Osiris, uno se convertiría en un dios inmortal.
Los dos trayectos eran una especie de odisea purgatoria, tan peligrosos, que requerían de manuales mortuorios como “El Libro de los dos caminos” para acompañar al espíritu de una persona y asegurar su tránsito seguro. (“Los dos caminos” se refiere a las opciones que tenía un alma para navegar el Inframundo: por tierra y por agua). Los difuntos tenían que luchar contra demonios, fuego y porteros armados que protegían el cuerpo de Osiris, dijo Harco Willems, un egiptólogo de la Universidad de Lovaina en Bélgica.
El éxito en el más allá requería dominar hechizos potentes y conjuros de resurrección, y tener conocimiento de los nombres, no solo de los porteros del Inframundo, sino también de cerrojos y tarimas.
En un nuevo estudio publicado en The Journal of Egyptian Archaeology, Willems detalló cómo es que los investigadores, bajo su dirección, desenterraron los restos de un “Libro de los dos caminos” de 4.000 años de antigüedad —la copia más antigua que se conoce del primer libro ilustrado. En 2012, abrieron un pozo fúnebre en la necrópolis en un acantilado de Deir el-Bersha, una aldea cóptica entre El Cairo y Luxor. El sitio era el cementerio principal para los gobernadores de la región, o nomarcas, durante el Imperio Medio de Egipto, aproximadamente del año 2055 al 1650 antes de Cristo.
El pozo que Willems investigó era uno de cinco en el complejo de tumbas del nomarca Ahanakht. Seis metros bajo tierra, los investigadores encontraron los restos de un sarcófago inadvertido por las generaciones anteriores de arqueólogos. Dos paneles de cedro en proceso de putrefacción tenían grabadas imágenes y jeroglíficos. Los fragmentos de texto eran de “El Libro de los dos caminos”. Las inscripciones cercanas hacían referencia al reino del Faraón Mentuhotep II, que gobernó hasta el año 2010 antes de Cristo.
Willems primero asumió que el ataúd había contenido el cuerpo del nomarca. Pero una inspección más detallada reveló que su ocupante era, de hecho, una mujer llamada Ankh, que según, estaba emparentada con un funcionario de élite de la provincia. Los huesos hallados en el pozo podrían ser de ella, aunque el Libro se refiere a Ankh como “él”. Para los antiguos egipcios, la creación y el renacimiento eran ámbito de los dioses masculinos.
En general, el Libro de cada individuo difería en longitud y suntuosidad, según la riqueza o estatus de su dueño. “Inicia con un texto rodeado por una línea roja designada como ‘anillo de fuego’”, dijo Willems. “Trata sobre el dios del Sol, que transmite este anillo protector ardiente para llegar a Osiris”.
La imagen final muestra una barca que está arrastrada sobre un trineo —”Hechizo 1128”, indicó Willems— y sigue al texto final (“Hechizo 130”), que une para siempre a la identidad de la persona fallecida con Ra, el dios del Sol, el creador. Si suponemos que Ankh lanzó sus hechizos, como es debido, ella se convirtió en un dios.