Las redes sociales cambian los reality shows
LONDRES — “Mensaje: ‘hola, chicas. Quiero iniciar este chat solo para poder conocerlas a todas. Las chicas que se mantienen unidas son bonitas’. Emoji de corazón...”.
Alana Duval, de 25 años, nacida en Brownsville, Texas, comienza así un chat grupal con otras tres de siete participantes. Todas están sentadas en apartamentos diferentes, nunca se han reunido en persona e interactúan solo a través de perfiles en internet y una plataforma de redes sociales activada con voz. El drama ya había empezado.
“¿Cuántos años tiene Alana de nuevo?”, se preguntó Samantha Cimarelli, otra participante. “Porque actúa como si estuviera en bachillerato”. Cuando “The Circle” se estrenó en Gran Bretaña en 2018, los comentaristas culturales se mostraron escépticos. El periódico The Guardian pronosticó “bobos ávidos de fama, vestidos con ropa interior, que escupen una charla trivial en internet”.
Pero la serie, un reality show de competencia, en la que “cualquiera puede ser quien sea”, pronto se convirtió en un éxito. En menos de un mes, ese mismo periódico la elogiaba como “uno de los programas de más destacados de este año” y Netflix obtuvo los derechos mundiales. Una versión estadounidense debutó el 1 de enero en Netflix y las versiones brasileñas y francesas están en desarrollo.
Los participantes trazan sus perfiles en línea con precisión. Aunque algunos optan por la honestidad total, otros explotan el artificio de las redes sociales para experimentar con sus identidades, o simplemente para ayudar a ganar el premio de 100.000 dólares. Los impostores del pasado han cambiado su género u orientación sexual, fingiendo ser sus hijos o novias e incluso han inventado bebés y mascotas muertas. ¿Pero cómo es que los productores convierten este frenesí de emojis y hashtags en entretenimiento, digno de sesiones maratónicas frente a una pantalla? ¿Es acaso un experimento social ennoblecedor? ¿O es un descenso a las peores idioteces del discurso online contemporáneo?
Los ratings de la versión británica han sido modestos (1.2 millones de espectadores en promedio), pero la serie ha sido un éxito entre el grupo demográfico de 16 a 34 años.
Y en medio de las estrategias, surgen historias humanas. En la segunda temporada británica, Georgina Elliott, de 22 años, subió una foto en la que aparece luciendo un bikini y una bolsa de ileostomía para crear conciencia sobre la enfermedad de Crohn. Eso ayudó a afianzar una amistad con Paddy Smyth, de 31 años, que había iniciado la competencia subiendo fotos donde aparece sin sus muletas. Quería ocultar su parálisis cerebral. “No es que me avergüence o asuste”, le dijo más tarde a Elliott. “Es que quería sentir cómo sería ser yo, por una vez y no ese individuo discapacitado”.
Elliott respondió con el hashtag #OrgullosaDeTiHombreOrgullosamenteGayDiscapacitado. Ambos terminaron la charla virtual con lágrimas reales y Smyth se sinceró sobre su discapacidad con el resto.
No todos están igual de embelesados. Helen Piper, profesora de estudios de cine y televisión de la Universidad de Bristol, cree que la “obligación de actuar”, que ha estado en el corazón de los reality shows durante décadas, ha sido “turbada” por la simulación fomentada por las redes sociales. El hecho de que un impostor ganara la primera temporada británica, añadió, demuestra lo vacía que está toda la conversación sobre la “autenticidad”.
“Pero ahora manipulamos narrativas sobre nosotros mismos, ese es el mundo en el que estamos”, señaló Piper. “La personalidad lo es todo. La actuación lo es todo”.