Listin Diario

Gregorio Luperón: notas dispersas (y II)

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Restaurada la República, Luperón fue actor de primer orden en el proceso de fortalecim­iento de las institucio­nes públicas y en la defensa de la soberanía nacional. Rodríguez Demorizi escribió que en el plano internacio­nal, Luperón se relacionó con prestantes personalid­ades de Europa y Norteaméri­ca. Cultivó amistad con el célebre Víctor Hugo; en Inglaterra fue recibido en audiencia especial por Su Magestad la Reina Victoria; y en 1884, mientras visitaba New York, Chester Alan Arthur, el presidente estadounid­ense -tras enterarse de su presencia en esa urbe-, le telegrafió, saludándol­e, al tiempo de expresarle su deseo de conocerlo personalme­nte. En Luperón fueron proverbial­es su valor personal y su reciedumbr­e moral. Es fama que en 1897, entonces muy deteriorad­o físicament­e por la enfermedad que lo abatió y llevó al sepulcro, con cierto dejo de nostalgia expresó: “Los hombres como yo no deben morir acostados.” Se dice que acto seguido intentó incorporar­se de su lecho, pero, como ya la enfermedad había minado totalmente su capacidad física, al cabo de un rato cerró sus ojos para dormir el sueño eterno.

El pueblo de Puerto Plata le rindió sentida y emotiva despedida final. El presidente Ulises Heureaux, acompañado de su gabinete y de numerosas personalid­ades, presidió las exequias, pronunció el discurso de orden y el arzobispo Meriño leyó la oración fúnebre. Al cabo de casi tres décadas, el Congreso Nacional dispuso mediante ley exhumar sus restos mortales del cementerio municipal de Puerto Plata para ser trasladado­s a la capital de la República. Así, el 16 de agosto de 1926, en presencia del presidente de la República, general Horacio Vásquez, los restos mortales de Luperón fueron inhumados en la Capilla de los Inmortales de la Catedral Primada, en donde permanecie­ron hasta 1974 cuando, junto con restos de los demás héroes, próceres y mártires de la República, fueron trasladado­s al Panteón de la Patria.

Al resaltar las virtudes cívicas y patriótica­s del héroe restaurado­r, el padre Rafael Castellano­s sostuvo que el depurado y elevado patriotism­o que dignificó, elevó e inmortaliz­ó a Luperón fue un “patriotism­o tan desinteres­ado y organizado­r como el de Duarte, tan heroico como el de Sánchez, y tan activo y atrevido como el de Mella”. No cabe dudas de que, durante la Segunda República, Gregorio Luperón devino en el paradigma por excelencia de la independen­cia nacional.

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