La trágica empresa energética alemana
¿Acaso son irracionales los alemanes? Steven Pinker parece pensar que sí. Pinker, un profesor y psicólogo de Harvard, declaró recientemente a la revista Der Spiegel, que si la humanidad quería detener el cambio climático, sin frenar también el crecimiento económico, el mundo necesitaba más energía nuclear, no menos.
La decisión de Alemania de abandonar la energía nuclear era “paranoica”, admitió.
Ciertamente, mi país ha emprendido un experimento singular. El gobierno de Merkel ha decidido eliminar gradualmente, tanto la energía nuclear, como las plantas de carbón. Está programado que el último reactor alemán deje de operar para finales de 2022, y la última planta de carbón, para 2038.
Al mismo tiempo, el gobierno ha alentado la compra de vehículos eléctricos amigables con el clima —incrementando la demanda de energía eléctrica. Y a pesar de los esfuerzos por ahorrar energía en las últimas décadas, su consumo en Alemania ha crecido 10 por ciento desde 1990.
Los escépticos temen que el país esté en una senda peligrosa. Es posible que no existan suficientes fuentes de energía renovable disponibles, a tiempo, para compensar la pérdida de energía fósil y nuclear. Aunque las energías renovables representan alrededor del 40 por ciento del suministro eléctrico, hay límites para una mayor expansión, más por motivos políticos que tecnológicos.
En algunas zonas rurales, la gente está harta de los “parques eólicos”; más ciudadanos se están manifestando contra las turbinas eólicas nuevas —y a menudo más altas— en sus vecindarios. Y hay una creciente resistencia a los nuevos medios necesarios para llevar electricidad de las costas a los centros industriales. Según los cálculos oficiales, se requieren cerca de 6.000 kilómetros de cables de alta tensión nuevos para hacer que funcione la “Energiewende”, o la revolución energética. Para finales de 2018, solo se habían construido 150 kilómetros.
El plan arriesga más que un déficit en el suministro. También podría evitar que el país luche con el cambio climático. Al cerrar las plantas nucleares más rápido que las de carbón, Alemania podría relegarse a sí mismo a la dependencia de combustibles fósiles, y a todo el daño que provocan al clima, durante más tiempo del necesario.
Sin embargo, perdura la oposición de los alemanes a la energía nuclear: el 60 por ciento quiere deshacerse de ella, tan pronto como sea posible. Tras el accidente nuclear en la planta nuclear de Fukushima, en Japón, en 2011, la canciller Angela Merkel ordenó el “Atomausstieg”, la salida de la energía nuclear de una vez por todas.
Sin embargo, ¿qué hay sobre las consecuencias casi seguramente catastróficas del segundo mal: el cambio climático intensificado por las plantas de carbón?
Merkel reconoció recientemente que “el cambio climático está ocurriendo más rápido de lo que habíamos creído hace un par de años”. Al mismo tiempo, tuvo que admitir que Alemania estaba luchando para cumplir las promesas del acuerdo climático de París.
Uno podría argumentar que el conocimiento sobre la gravedad del cambio climático se ha profundizado desde 2011 y que los países deberían hacer todo lo posible para alejarse de los combustibles fósiles —sin embargo, no hay señal de que Merkel, que tiene un doctorado en física, pueda cambiar de opinión.
Un regreso a la energía nuclear parece ser totalmente inconcebible para el Partido Verde, el futuro compañero de coalición probable de los demócratas cristianos de Merkel. Los Verdes tienen sus raíces en el movimiento antinuclear de inicios de los 80: la resistencia a la energía nuclear está en el ADN del partido. Pero también, la lucha contra el cambio climático.
Cuando se le preguntó en televisión nacional a Annalena Baerbock, la colíder del partido, si el país debería conservar la energía nuclear más tiempo para permitir un cierre más rápido de las plantas de carbón, rechazó la idea. “Nadie en este país quiere desechos nucleares sepultados en el jardín de
Abandonan la energía nuclear, pero ¿a qué precio?
su vecino”, afirmó.
La tragedia sobre el experimento energético de Alemania es que la actitud antinuclear casi religiosa no deja espacio para avances tecnológicos. Los científicos en EU, Rusia y China creen que es posible operar plantas nucleares con desechos radiactivos —lo que podría resolver el problema de cómo almacenar elementos de combustible usados, uno de los principales argumentos en contra de la energía nuclear.
Ciertamente, estos llamados reactores de reproducción rápida también tienen sus peligros. Pero a medida que hacemos la transición a un suministro de energía totalmente renovable, ¿acaso no serían una mejor alternativa a las plantas de carbón o gas?
Al cerrar todo su sector nuclear apresuradamente, Alemania pierde más oportunidades que riesgos. Renuncia a la capacidad de conectarse a una tecnología, que podría resultar ser la más segura y amigable con el clima que la humanidad jamás haya visto. Por lo menos, utilizar las plantas nucleares existentes haría que fuese posible un alejamiento rápido de los combustibles fósiles.
¿Acaso es irracional no hacerlo? Tal vez, tal vez no. Pero dejar pasar esta oportunidad podría convertirse en uno de los errores más graves de la era Merkel.