Listin Diario

Que Duarte vuelva a nacer en nuestros corazones

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Juan Pablo Duarte se ganó todo el mérito de los grandes iluminados y predestina­dos de la historia: soñó y cristalizó la República Dominicana en las condicione­s más adversas y desiguales que pudieran imaginarse.

Él concibió, en base a principios y conviccion­es cristianas –y a la experienci­a que vivió al conocer cómo la independen­cia y la libertad eran distintivo­s de los pueblos libres–, la liberación de su pueblo de la dominación militar y política de Haití.

Cincelar la obra suprema de la independen­cia y legar valores y normas para que el pueblo, empoderado de ella, la preservase por encima de todas las dificultad­es y amenazas, es lo que le ha merecido el título de Padre de la Patria.

Hoy, al recordar su nacimiento ocurrido hace 207 años, los dominicano­s deben preguntars­e si aun Duarte vive en el corazón y la mente de cada uno de ellos, hijos de su obra.

Y si de veras los dominicano­s se sienten conectados al sacrificio de Los Trinitario­s y a las esencias de la nacionalid­ad que ellos nos legaron, entonces es hora de demostrarl­o con actitudes palmarias frente a las fuerzas que intentan desfigurar la grandeza de esta obra.

De hecho, el más importante saldo de la lucha trinitaria fue el de la independen­cia del yugo haitiano y el de la autonomía para decidir, como los pueblos libres, su mejor destino.

Ambos valores, hoy en juego por muchísimas circunstan­cias, son los que debemos preservar y fortalecer para que Duarte sienta, desde su lugar en la gloria, que su obra sobrevivir­á ante cualquier desafío o amenaza, como las que se manifiesta­n en el presente.

Las presiones para limitar los alcances de esa autonomía, las añagazas que se incuban en el éxodo masivo e ilegal de haitianos inducidos por fuerzas que aspiran a una fusión de los pueblos que comparten esta isla, ponen a prueba la integridad de la República que Duarte forjó con ideales y con las armas.

Nadie que se considere orgulloso de su nacionalid­ad, puede renunciar al cumplimien­to del sacrosanto dogma duartiano: “La República Dominicana ha de ser libre e independie­nte de toda potencia extranjera. ¡O se hunde la isla!”.

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