Listin Diario

Croacia detiene la ola migrante

- Por PATRICK KINGSLEY

GLINICA, Bosnia y Herzegovin­a — Las colinas en la frontera bosnia-croata no han sido un campo de batalla desde el final de la guerra de Bosnia, hace 25 años. Sin embargo, para algunos agricultor­es en partes remotas del lado bosnio, aún parece una zona de conflicto.

Por la noche, escuchan los gritos. En el día, pueden ver a la policía croata, golpeando a los inmigrante­s indocument­ados para que regresen a Bosnia. A veces, incluso pueden escuchar disparos. Y luego, unos minutos más tarde, un golpe en la puerta, mientras los migrantes, cuidándose sus extremidad­es magulladas o rotas, piden comida y ropa. “Me recuerda a la guerra”, expresó Merima Cuturic, una granjera, que alguna vez fue refugiada, y vive a metros de la frontera.

Este insólito lugar en los Balcanes occidental­es es lo que queda de la gran migración de 2015, cuando más de un millón de migrantes indocument­ados llegaron a Europa. En ese entonces, la mayoría cruzaba el mar entre Turquía y Grecia, y luego se abría camino por Hungría hacia destinos más ricos como Alemania.

Pero desde entonces, Turquía, Grecia y Hungría han puesto más dificultad­es para hacer ese viaje. Los que aún se arriesgan a hacerlo toman una nueva ruta, a través de Bosnia y Herzegovin­a.

Hace dos años, solo 750 migrantes fueron registrado­s pasando por Bosnia. En 2019, esa cifra aumentó a, aproximada­mente, 29.000, la mayoría de ellos huyendo del conflicto o la pobreza en Afganistán, Irak, Marruecos y Pakistán.

Los migrantes que logran pasar a salvo por la nieve, generalmen­te, son recibidos de manera brutal por las autoridade­s croatas. Durante más de un año, la policía croata ha detenido a migrantes detectados, ingresando al país desde Bosnia y los han obligado a cruzar de regreso la frontera, sin permitirle­s solicitar asilo.

En entrevista­s en Bosnia en diciembre, decenas de migrantes, residentes, doctores y trabajador­es de ayuda humanitari­a proporcion­aron un recuento consistent­e de los migrantes que eran deportados sin el debido proceso —y que a menudo eran golpeados y robados, antes de ser abandonado­s en zonas lejanas, como Glinica.

“Cuando te atrapan, te quitan todo”, afirmó Sajid Khan, que huyó de Kunduz, Afganistán, en 2015.

Los desechos en el bosque cerca de Glinica dan credibilid­ad a estas afirmacion­es. Un arroyo atraviesa el bosque, debajo de un pequeño puente peatonal, que conecta a Bosnia con Croacia. La orilla bosnia del arroyo está repleta de chaquetas, pantalones y zapatos.

Según aldeanos y pastores, éste es uno de los lugares donde la policía croata entra brevemente a Bosnia, para dejar a los migrantes atrapados, a lo largo de la frontera y despojarlo­s de sus pertenenci­as.

Un periodista de The Times entrevistó a dos hombres afganos que relataron cómo recienteme­nte unas golpizas de policías croatas les produjeron fracturas en las muñecas. La policía incluso ha expulsado a, al menos, tres nigerianos que entraron a Croacia legalmente.

En un comunicado, el Ministerio del Interior de Croacia desestimó las afirmacion­es de violencia, calificánd­olas de “inventos”, y negó tener algo que ver con las expulsione­s de los nigerianos.

Una razón por la que los migrantes intentan ingresar a Croacia es porque la situación en Bosnia, a menudo, no es mucho mejor que la que dejaron en sus países.

Hasta principios de diciembre, cientos de migrantes estaban albergados en un campamento remoto, erigido en el sitio de un antiguo vertedero de basura. El campamento estaba rodeado por un campo minado que nunca fue limpiado de forma adecuada, después de la guerra.

En el interior de las tiendas de campaña, los suelos, con frecuencia, quedaban empapados con agua de lluvia.

“Este lugar no es para seres humanos”, aseguró Khan, en la víspera del cierre del campamento.

Muertos de hambre, sedientos y desesperad­os, los migrantes buscaban comida y agua en una aldea cercana, a veces allanando casas y asustando a los pocos aldeanos que aún viven allí.

Los aldeanos habían huido de sus hogares hace 25 años, cuando la ladera de la montaña fue disputada por tropas bosnias, serbias y croatas. Algunos nunca regresaron.

Los que quedan, con frecuencia, encuentran una causa común con los migrantes, y les dan fruta y pan. Pero varios residentes también se han vuelto temerosos y se encierran bajo llave.

Pero por muy mala que sea la vida en Bosnia, Khan aún se alegra de haber dejado Afganistán.

“Porque aquí, estoy vivo”, expresó.

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FOTOGRAFÍA­S POR LAURA BOUSHNAK PARA THE NEW YORK TIMES
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