Listin Diario

Atención de primera, solo para halcones

- Por TARIQ PANJA

DOHA, Qatar — Tan pronto abre la clínica, los pacientes y sus custodios empiezan a llegar a raudales.

¿Y la docena o más de halcones? Se supone que están aquí.

El Hospital de Halcones Souq Waqif es una instalació­n entera dedicada a tratar a un integrante de la familia de las aves de rapiña. Situado en una esquina de la plaza principal de la ciudad antigua de Doha, es un centro médico como pocos.

En su interior, cruzando las reluciente­s puertas de cristal y más allá de la sala de espera con los sofás, las perchas cromadas y el hombre que recoge los excremento­s de las aves del suelo, en caso de que sea necesario realizarle pruebas, no se ha escatimado ningún gasto.

En Qatar, al igual que en otros países del golfo Pérsico, el halcón cumple una variedad de funciones, desde mascota familiar hasta símbolo de estatus y competidor en carreras. Pero los halcones también brindan un valioso vínculo a la antigua cultura beduina de la región, en el país más rico del mundo.

Sin embargo, a veces las aves sufren lesiones o se enferman.

Prasoon Ibrahim, de 38 años, tiene 8 años trabajado en el hospital, pero aún se sorprende ante los recursos que tiene a su disposició­n: análisis de sangre y pruebas renales; reemplazo de plumas; endoscopía­s. “Tenemos todo”.

Ibrahim, que al igual que la mayoría del personal del hospital es oriundo del sur de India, tiene un doctorado en biología molecular y trabajaba en un hospital común y corriente antes de aceptar su puesto actual. Y como la mayoría de sus colegas, indicó, nunca había trabajado en ningún lugar con la amplitud de tecnología de vanguardia, que ahora tiene a su disposició­n.

“En mi laboratori­o, vi un secuenciad­or de genes por primera vez”, contó.

El centro, subsidiado por el gobernador de Qatar, atiende a alrededor de 150 halcones al día. La mayoría de las aves llega a revisiones médicas, tras ser compradas en las tiendas cercanas, o para recibir lo que el personal describe como “mani y pedi”, el equivalent­e a un manicure en los halcones en el que su pico y sus garras son afilados bajo anestesia general. A otros les implantan radiotrans­misores y dispositiv­os de GPS para que sus dueños puedan rastrear a las aves cuando las llevan de caza.

La labor más seria, la cirugía ortopédica para reparar fracturas de huesos, que en su hábitat natural significar­ían una muerte segura, se realiza en una unidad de hospitaliz­ación, en otro piso.

En el área de tratamient­o general, un grupo de trabajador­es que gestionan un banco de computador­as, analizan muestras de sangre y heces, así como las que se toman de sus gargantas, bajo microscopi­os de alta potencia, que muestran imágenes en pantallas gigantes.

Cualquier cosa fuera de lo normal se marca para ponerlo a considerac­ión de un grupo de médicos de alto nivel.

Otro grupo intenta reemplazar una pluma faltante, en la cola de un halcón peregrino. “El patrón es diferente en cada especie y en cada pluma”, explicó el técnico Abdul Nasser Parolil. Abrió una serie de cajones para revelar una amplia selección de plumas de diversas longitudes, colores y patrones.

Como en muchas institucio­nes en Qatar, hay una estricta jerarquía en lo que respecta a la sala de espera. Aunque existe un sistema de boletos numerados para asignar turno, hay formas en que se puede evitar la fila: a la realeza de Qatar se le trata como prioridad, luego sus ciudadanos y por último los extranjero­s, generalmen­te, empleados domésticos del sur de Asia, que son enviados en nombre de sus empleadore­s.

Shagul Hameed, de 27 años, que trabaja para un integrante de la familia real Al-Thani de Qatar, comentó que estaba sorprendid­o por el afecto que algunos propietari­os mostraban a sus halcones.

“Cuidan de sus halcones de la forma en que cuidan de sus hijos”, expresó Hameed, antes de corregirse. “De hecho, si un hijo estuviera enfermo, enviarían al chofer, a la empleada doméstica o a la esposa al médico.

“Pero si el halcón está enfermo, el hombre de la casa irá en persona”.

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FOTOGRAFÍA­AS POR OLYA MORVAN PARA THE NEW YORK TIMES
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