El virus rompe el estilo de vida europeo
BRUSELAS — El “museo dorado” de Europa está vacío y hace eco. Las grandes plazas y estadios lucen desiertos, los museos están cerrados, las iglesias dudan con respecto a los servicios religiosos y los restaurantes elegantes y bares están bajo llave.
El coronavirus no solo se está propagando, sino que también está infectando a las sociedades con una sensación de inseguridad. Especialmente, ha desvinculado a la humanidad de su soberbia de control y de la invencibilidad de sus instituciones, democracias y ciencia.
Si eso es cierto en casi todos los lugares a donde va el virus, lo es más aún en Europa, con su historia de la Ilustración, donde la vida se vive en una escala íntima, con besos en las mejillas.
Ya no. Hoy, a los europeos se les dice que se escondan, levantando fronteras entre países, dentro de sus ciudades y alrededor de sus hogares —para protegerse de sus vecinos, incluso de sus nietos.
Al enfrentar un virus que no respeta fronteras, esta Europa moderna, sin fronteras, las está erigiendo en todas partes. Pero las diferentes naciones tienen respuestas diferentes y cada medida discrepante ha incrementado la sensación de desmoronamiento, y el sentir de que el problema es creación de alguien más.
“La paradoja de un virus que no conoce fronteras es que la solución requiere fronteras”, señaló Nathalie Tocci, asesora de la Unión Europea. “Pero levantarlas de una manera descoordinada no ayuda”.
De hecho, levantarlas puede que no haga mucha diferencia. La amenaza invisible ya está adentro.
Sin embargo, inevitablemente hay un regreso al Estado, en busca de control y tranquilidad. A medida que la pandemia se extiende, hay una sensación creciente de la necesidad de métodos rigu