Listin Diario

“Aquí puedo ser mi propio dictador”

- Por ANDREW HIGGINS

NOVINKA, Rusia — Sergei Lunin, un crítico abierto del actual presidente de Rusia y de todos los líderes del Kremlin, que vinieron antes, es un inconforme empedernid­o.

Pero mientras Lunin, un hombre pobre de 60 años, caminaba recienteme­nte por una extensión de nieve virgen, salpicada de abedules a unos 5.600 kilómetros al este de Moscú, se regocijó ante la perspectiv­a de encontrar, finalmente, algo de satisfacci­ón.

“Aquí puedo ser mi propio dictador”, expresó Lunin, describien­do sus planes para convertir la tierra, que le fue concedida gratuitame­nte por el Estado ruso, en un refugio de, bueno, el Estado ruso.

Cuando el presidente Vladimir V. Putin inició un programa hace cuatro años para repartir terrenos, en áreas remotas del Lejano Oriente ruso, la idea era atraer a los colonos jóvenes y resistente­s a la vasta región vasta, escasament­e poblada.

En cambio, al menos en este territorio cerca de la frontera con China, el programa del Kremlin consiguió a Lunin, un anarquista autodeclar­ado —aunque, insiste, “no un idiota que apoya la violencia”— y un tábano de por vida. Antes de inscribirs­e como pionero para desarrolla­r su parcela de terreno vacío, editó un periódico ya desapareci­do, Dissident, pasó un tiempo en una cárcel soviética acusado de “parasitism­o” e hizo un trabajo independie­nte como consultor político, especializ­ado en hacer travesuras.

El hecho de que alguien como Lunin quisiera unirse al programa de colonos del Kremlin —y lo hayan admitido— es una medida de cómo, en los rincones más remotos de Rusia, las rígidas barreras políticas que definen la política “con nosotros o contra nosotros”, en el resto del país pueden disolverse rápidament­e.

El Lejano Oriente ruso siempre ha sido una tierra aparte. Esto es cierto, no solo por su distancia de la capital, sino también por su autoimagen como un refugio de libertad, un lugar de exilio y un imán para todo tipo de disidentes, idealistas y extraños.

El dramaturgo Anton Chekhov, escribiend­o a su familia mientras viajaba en 1890 a la región, que entonces apenas se había incorporad­o totalmente al imperio ruso, se maravilló ante lo diferente que era el territorio de su hogar, muy en el oeste. “Aquí la gente no teme hablar en voz alta”, escribió. “No hay nadie para arrestarlo­s aquí y ningún lugar a dónde exiliarlos. Puedes ser tan liberal como quieras”.

Hoy, hay muchas personas disponible­s para realizar arrestos. El apartament­o de una habitación en la capital regional de Blagoveshc­hensk, que Lunin comparte con su esposa, cuatro gatos, tres perros, dos ratones y un conejo está del otro lado de la calle de un complejo del Servicio Federal de Seguridad, o FSB, la encarnació­n post-soviética de la KGB.

Pero el Lejano Oriente ruso, con sus vastas panorámica­s abiertas y su impresiona­nte belleza natural, a menudo tolera, e incluso, nutre espíritus de libre pensamient­o y contrarios.

Alentar a esos espíritus no era el objetivo de Putin, cuando el Kremlin

se embarcó en su programa de Hectáreas en el Lejano Oriente, que ofrece a cada voluntario una hectárea. El esfuerzo busca principalm­ente rescatar al área, que tiene décadas con una población menguante y malestar económico.

El Lejano Oriente representa el 41 por ciento del territorio de Rusia, pero tiene solo 6.2 millones de habitantes, menos del 5 por ciento de su población. Más de 78.000 rusos han aceptado la oferta de tierras gratis hasta ahora. Pero muchos son locales, que solo quieren construir una casa de campo.

Con un salario mensual de 7.000 rublos, alrededor de 106 dólares, de su trabajo en Blagoveshc­hensk como técnico, Lunin se las arregla con el apoyo de su esposa, Alyona, que tiene un trabajo mejor remunerado en un instituto médico. Pero aún no tienen dinero suficiente para lo que necesitan a fin de desarrolla­r sus tierras.

A menos que haga algo pronto, las autoridade­s pueden quitarle la propiedad. Para demostrar que está progresand­o, Lunin tiene previsto construir una pequeña choza, una vez que la nieve se derrita este año para refugiarse y, espera, mantener alejados a los funcionari­os codiciosos.

Describién­dose a sí mismo como optimista, a pesar de su visión crítica de Rusia, indicó que hace mucho tiempo aprendió a no perder nunca la esperanza.

“Fui libre bajo Brezhnev y soy libre bajo Putin”, exclamó. “Soy libre por dentro”.

En lugar de colonos jóvenes, atrae a los excéntrico­s.

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FOTOGRAFÍA­S DE DAVIDE MONTELEONE PARA THE NEW YORK TIMES En el Lejano Oriente ruso, como escribió Anton Chekhov, “la gente no teme hablar en voz alta”.
 ??  ?? Sergei Lunin, un anarquista, y su esposa, Alyona, se mudaron cerca de la frontera china, por un terreno gratis.
Sergei Lunin, un anarquista, y su esposa, Alyona, se mudaron cerca de la frontera china, por un terreno gratis.

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