“Aquí puedo ser mi propio dictador”
NOVINKA, Rusia — Sergei Lunin, un crítico abierto del actual presidente de Rusia y de todos los líderes del Kremlin, que vinieron antes, es un inconforme empedernido.
Pero mientras Lunin, un hombre pobre de 60 años, caminaba recientemente por una extensión de nieve virgen, salpicada de abedules a unos 5.600 kilómetros al este de Moscú, se regocijó ante la perspectiva de encontrar, finalmente, algo de satisfacción.
“Aquí puedo ser mi propio dictador”, expresó Lunin, describiendo sus planes para convertir la tierra, que le fue concedida gratuitamente por el Estado ruso, en un refugio de, bueno, el Estado ruso.
Cuando el presidente Vladimir V. Putin inició un programa hace cuatro años para repartir terrenos, en áreas remotas del Lejano Oriente ruso, la idea era atraer a los colonos jóvenes y resistentes a la vasta región vasta, escasamente poblada.
En cambio, al menos en este territorio cerca de la frontera con China, el programa del Kremlin consiguió a Lunin, un anarquista autodeclarado —aunque, insiste, “no un idiota que apoya la violencia”— y un tábano de por vida. Antes de inscribirse como pionero para desarrollar su parcela de terreno vacío, editó un periódico ya desaparecido, Dissident, pasó un tiempo en una cárcel soviética acusado de “parasitismo” e hizo un trabajo independiente como consultor político, especializado en hacer travesuras.
El hecho de que alguien como Lunin quisiera unirse al programa de colonos del Kremlin —y lo hayan admitido— es una medida de cómo, en los rincones más remotos de Rusia, las rígidas barreras políticas que definen la política “con nosotros o contra nosotros”, en el resto del país pueden disolverse rápidamente.
El Lejano Oriente ruso siempre ha sido una tierra aparte. Esto es cierto, no solo por su distancia de la capital, sino también por su autoimagen como un refugio de libertad, un lugar de exilio y un imán para todo tipo de disidentes, idealistas y extraños.
El dramaturgo Anton Chekhov, escribiendo a su familia mientras viajaba en 1890 a la región, que entonces apenas se había incorporado totalmente al imperio ruso, se maravilló ante lo diferente que era el territorio de su hogar, muy en el oeste. “Aquí la gente no teme hablar en voz alta”, escribió. “No hay nadie para arrestarlos aquí y ningún lugar a dónde exiliarlos. Puedes ser tan liberal como quieras”.
Hoy, hay muchas personas disponibles para realizar arrestos. El apartamento de una habitación en la capital regional de Blagoveshchensk, que Lunin comparte con su esposa, cuatro gatos, tres perros, dos ratones y un conejo está del otro lado de la calle de un complejo del Servicio Federal de Seguridad, o FSB, la encarnación post-soviética de la KGB.
Pero el Lejano Oriente ruso, con sus vastas panorámicas abiertas y su impresionante belleza natural, a menudo tolera, e incluso, nutre espíritus de libre pensamiento y contrarios.
Alentar a esos espíritus no era el objetivo de Putin, cuando el Kremlin
se embarcó en su programa de Hectáreas en el Lejano Oriente, que ofrece a cada voluntario una hectárea. El esfuerzo busca principalmente rescatar al área, que tiene décadas con una población menguante y malestar económico.
El Lejano Oriente representa el 41 por ciento del territorio de Rusia, pero tiene solo 6.2 millones de habitantes, menos del 5 por ciento de su población. Más de 78.000 rusos han aceptado la oferta de tierras gratis hasta ahora. Pero muchos son locales, que solo quieren construir una casa de campo.
Con un salario mensual de 7.000 rublos, alrededor de 106 dólares, de su trabajo en Blagoveshchensk como técnico, Lunin se las arregla con el apoyo de su esposa, Alyona, que tiene un trabajo mejor remunerado en un instituto médico. Pero aún no tienen dinero suficiente para lo que necesitan a fin de desarrollar sus tierras.
A menos que haga algo pronto, las autoridades pueden quitarle la propiedad. Para demostrar que está progresando, Lunin tiene previsto construir una pequeña choza, una vez que la nieve se derrita este año para refugiarse y, espera, mantener alejados a los funcionarios codiciosos.
Describiéndose a sí mismo como optimista, a pesar de su visión crítica de Rusia, indicó que hace mucho tiempo aprendió a no perder nunca la esperanza.
“Fui libre bajo Brezhnev y soy libre bajo Putin”, exclamó. “Soy libre por dentro”.
En lugar de colonos jóvenes, atrae a los excéntricos.