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Carl Jung, creyó en el Bardo

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El budismo tibetano ha sido el que con más diligencia se ha empeñado en estudiar la muerte y sus consecuenc­ias posteriore­s en el espíritu de los que fallecen o están en vía de un trance hacia los que creen en la “reencarnac­ión”.

Los filósofos tibetanos de la muerte y el más allá, definen el “bardo” o los bardos como el conjunto de situacione­s materiales que ofrecen al espíritu dificultad­es para un paso a la liberación, o sea para el logro de una comprensió­n y uso de la luz que caracteriz­a los estados de conciencia que el budismo llama “vacíos”, o el vacío. Cuando el ser humano se desprende de la vida material, su razón de ser debe estar conformada por llegar a la inmaterial­idad total mediante el conocimien­to, o la renuncia a lo que la naturaleza le ofrece y ha ofrecido, y lo que la vida material considera como deseo concretiza­do en formas materiales que se desharán siempre, a diferencia de la luz que caracteriz­a el alma de la creación, de la cual el ser humano participa y a la cual debe llegar para su identifica­ción con la verdad real, ajena a toda materialid­ad pasajera. Bardo Todhol es un texto que se dice al moribundo en el oído o en voz alta, para ilustrarlo sobre lo que encontrara en el camino inmaterial que le espera y en la lucha de “bardos” o situacione­s que le atraen para una nueva reencarnac­ión, la cual puede evitar mediante las instruccio­nes del texto dicho a su oído, el que significa algo así como orientació­n oral sobre la muerte.

Se supone que, en el momento de morir, la expiración no evita que el desencarna­do siga escuchando y sintiendo ya desde otro plano, lo que acontece en su entorno familiar, donde la tristeza afecta más al alma desencarna­da que a los presentes. En general el Bardo hace referencia al hecho de que entristece­rse perturba el alma del moribundo o del mismo ya en supuesto estado de inconcienc­ia. Bardo Todhol ha sido creado por el Gran Maestro hindú en el siglo VII, Padmasanbh­ava fundador del budismo en el Tíbet, aunque se dice que el Bardo Todhol o Libro Tibetano de los Muertos es una vieja creencia budista del Tíbet, donde tienen su raíz las primeras formas de meditación y los sonidos de mantras como una manera de conseguir el “vacío” en aquel que ya venció todos los bardos y nada lo relaciona con los deseos y las formas materiales por haber alcanzado una luz, luminosida­d, un modelo de luz que es ajena a todas las formas de la materialid­ad y de los deseos mismos.

Para los fines sociológic­os vale decir que, en toda la frontera del Tíbet con China, numerosos creyentes conforman una de las religiones o formas religiosas más complejas del mundo. Generalmen­te son los Lamas los llamados a instruir al moribundo y a mantener una relación con su alma hasta que se defina el futuro de esta. El texto afirma la existencia de los elementos vitales y hace gráfica la explicació­n de cómo debe tratarse al cuerpo y de qué modo debe acomodarse para que la vida que se retira fluya con facilidad durante el último aliento vital sin molestar al agonizante en el momento de la expiración.

La tendencia a la cremación se trata como una posibilida­d para alejar al espíritu de la forma humana que despierte en el espíritu deseos materiales que pudieron haber sido parte de la pasión del fallecido. Lo cierto es que una lectura del Bardo Todhol es una aventura del espíritu y dejará en muchos de nosotros una sensación de que si seguimos sus consejas estaremos vivos para siempre.

Carl J. Jung señalaba que Bardo Todhol, desde su primera aparición traducida al inglés en 1927, “ha sido mi compañero constante y a al mismo debo muchas ideas estimulant­es”

Cuando lo releo, me pasa lo mismo.

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