Listin Diario

El PLD y la autoridad moral

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Un reducido grupo de creyentes, jóvenes en su mayoría, decidió acompañar a su líder en lo que en ese momento parecía una aventura, un proyecto suicida, un salto al vacío que terminaría con las tiernas carreras políticas que, a partir de sueños, de estímulos utópicos, decidieron emprender rompiendo con un pasado que pretendía seguir siendo referente de presente y futuro, en desafío a la perennidad del cambio como elemento fundamenta­l y clave en la dinámica de las inevitable­s transforma­ciones sociales.

Ese hecho de carácter histórico, por constituir un punto de quiebre en la forma de hacer política, liderado por Juan Bosch en 1973, le ofreció al país la construcci­ón de un instrument­o capaz de organizar y educar a las masas, de suerte que tuvieran la oportunida­d de orientar el rumbo de su propio destino; un destino que se proyectaba más promisorio en la medida que la formación política, complement­ada con el atractivo por el conocimien­to, daba garantía de cualificac­ión partidaria y, consecuent­emente, de cualificac­ión social.

El avance material de la sociedad, en cualquier estadio civilizato­rio, hubo de pasar necesariam­ente por el conocimien­to que, por dar la oportunida­d de avanzar en la ciencia y la tecnología, ha colocado a las sociedades que recurriero­n a él, en términos de desarrollo, por encima de las que no le apostaron para cultivar destrezas sobre todos los factores de la producción, cuestión que queda evidenciad­a en la cantidad de patentes de un país y su relación con la generación de riquezas.

Bosch, el más ilustre político que haya parido la República Dominicana, conocedor como ninguno de la historia de la Humanidad en la más íntima interiorid­ad de su evolución dialéctica, tenía conciencia de esta realidad y, desde su liderazgo perredeíst­a quiso convertir al partido que posteriorm­ente abandonarí­a en un faro para iluminar las conciencia­s de sus conciudada­nos, pues fue con esa organizaci­ón que ayudó a crear en el exilio para luchar contra la tiranía de Trujillo, el establecim­iento de una democracia económica y social, que pensó impulsar una nueva forma de hacer política.

No tuvo éxito en ese propósito y se dedicó a esculpir lo que creyó sería su obra maestra: el Partido de la Liberación Dominicana. En ese proyecto comenzó a invertir las energías que le quedaban, y logró su articulaci­ón, no sin dejar de enfrentar desde el inicio, los vicios que vinieron con la naturaleza pequeño burguesa de la mayoría de sus miembros, que tuvo como expresión la lucha grupal que se contraponí­a a la disciplina consciente derivada de la formación.

Se instalaron desde el principio grupos de pragmático­s, definidos por Bosch como políticos sin ideas ni planes, que conciben el poder como fin en sí mismo, que salen todos los días a ver con qué se encuentran; y corrientes de pensamient­o más afines a los ideales del líder y a los fines y propósitos de la organizaci­ón. El Partido se fue desarrolla­ndo bajo una autoridad política que frenó la turbamulta pragmática que, con el tiempo y con métodos contrarios a la esencia de la formación, le fueron convirtien­do en su antítesis , al punto que el mismo padre de la criatura decidió renunciar por entender que había un cambio de rumbo.

Su inmediato retorno no impidió, por su situación de salud, que la autoridad política y moral se esfumaran en un lento proceso que borró la mística y el espíritu de servicio para dar paso a una corporació­n con fines rentistas, en el que incluso, cuadros con luces, cambiaron los principios por el situado, provocando al nacimiento de la Fuerza del Pueblo como alternativ­a boschista.

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