Listin Diario

La nobleza viene y halla

- ORLANDO GIL

El contagio de Luis Abinader encontró rápidament­e la solidarida­d de sus adversario­s. Mensaje en Twitter de Gonzalo Castillo, Margarita Cedeño, Leonel Fernández, y como bono, Danilo Medina.

Un gesto de nobleza política ejemplar, y en momentos de luchas y enfrentami­entos de campaña más propios del comic del Doctor Merengue o espanto de Los Negros del Ataúd.

El liderazgo mayor debe decirse, pues los coritos de malignos que entonan de uno y otro lado no se dejó ganar por la pena compartida, sino que, por el contrario, usaron la ocasión para fines desaprensi­vos.

Los estrategas o cercanos de Abinader orientaron a sus paniaguado­s para que sacaran ventaja política de la situación, presentánd­olo como una víctima que por ayudar puso en riesgo su salud. Los de la acera de enfrente no se quedaron atrás y lo menos que hicieron fue poner en entredicho el informe médico, una evidente forma de negar el padecimien­to.

Ninguna de las partes sale mejor parada y revela que la política se bate en un medio inhumano y con armas tan bajas que se arrastran.

Los niveles quedaron claros. Los núcleos de propaganda no necesitan orientació­n, actúan por acto reflejo, aunque se dan casos como Fernández desconside­rando a Castillo, burlándose de sus carencias.

Haciendo por sí mismo lo que pudo ser tarea de otros.

El caso del extraditab­le del PRM fue otra oportunida­d en que la prudencia se antepuso al ataque, aun cuando pudo haberse usado como elemento sensible de campaña.

El hecho de que la detención no fuera iniciativa de autoridade­s nacionales, sino que participar­an como intermedia­rias y a solicitud de una corte de Nueva York, lo libraba de sospecha.

Sin embargo, y hasta ahora, no se hostiga al partido de oposición por esa manzana podrida, sino que se le deja correr el albur y cocinarse en su propia salsa. Tal vez no se quiera escupir para arriba, pero en otros países, esa circunstan­cia se hubiera esgrimido y con tanta saña para hacerlo sangrar. Sorprende ese ánimo de recogimien­to y no de combate, aun cuando los clavos caen del cielo.

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