Seguimos en “el ojo del huracán”
Es cierto que se especula bastante respecto a las posibles razones que explican por qué la pandemia ha sido mucho más virulenta y nociva en unos países que en otros, sobre todo en términos de pérdidas de vidas humanas.
Aún en medio de la amenaza del virus que sigue latente, de su inestimable impacto humano, económico y social, así como de sus repercusiones multidimensionales a nivel global y local, que continúa golpeando sin piedad a casi todas nuestras naciones, me llamó la atención el empeño de notables personalidades de la talla de Mario Vargas Llosa y Andrés Oppenheimer en destacar los éxitos de algunos países, por ejemplo, Uruguay, ante el cual ambos coinciden, así como Paraguay y Costa Rica, en lo relativo al manejo y control del virus en nuestra América.
Sin negar ni admitir los argumentos esgrimidos por ambas celebridades en favor de estos países hermanos, habrían completado mejor su enfoque de haberse interesado por los datos que arrojan los profesores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), Eloy Vicente Cestero, doctor en inteligencia artificial, y Alfonso Mateo Caballero, experto en estadística e investigación operativa, en un novedoso trabajo donde analizan el papel de los vuelos internacionales, es decir, el nivel de conectividad aérea de un país, en la propagación del COVID-19, visto a través del análisis de la Red de Vuelos Internacionales (RVI). Comenzando por reconocer que la mayoría de los países subestimaron su capacidad de contagio, quizás debido a que muchos de los afectados por COVID-19 eran asintomáticos, que pueden tardar hasta 14 días en presentar los síntomas, estos profesores españoles desarrollaron una aplicación web en la que demuestran la hipótesis del papel determinante de la RVI en la propagación del COVID-19, que no es otra cosa que demostrar la incidencia de la condición de ser un país abierto o semi abierto al exterior.
En comparación con el alto nivel de conectividad aérea de la República Dominicana, solo el aeropuerto de Punta Cana supera con creces en cantidad de destinos enlazados a los referidos países. Nuestra condición de país turístico, con liderazgo regional en esa materia, localizado en la zona de influencia directa de los Estados Unidos, el país mejor conectado del mundo, que tardó en tomar medidas, y con el que mantenemos un intenso y permanente tráfico de intercambio aéreo, es donde podemos encontrar los indicios que explican el porqué y cómo llega hasta aquí el virus a nivel comunitario, sin tener vuelos directos con China, su lugar de origen.
No obstante, transcurridos varios meses desde las oportunas medidas implementadas en marzo, hasta los presentes días de junio en que nos encontramos en la segunda de las 4 fases de desescalada, establecidas por el Gobierno dominicano para retornar a la nueva normalidad (covidianidad), es tiempo para pasar balance, evaluar y reconocer que la República Dominicana ha sabido sortear con pies de plomo esta dura realidad de crisis pandémica, cual si se tratara de un huracán cuyo ojo se ha quedado estacionario sobre nosotros.
Mientras la luz roja de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se mantiene encendida en medio de la más seria emergencia sanitaria internacional desde 1918, que se aproxima ya al medio millón de muertos y más 7.5 millones de contagiados confirmados, en palabras de su director, Tedros Adhanom, este virus del COVID-19 sigue resultando “muy peligroso, y mucho más difícil combatirlo en este mundo tan dividido” y tan escaso de grandes liderazgos internacionales.
Los dominicanos seguiremos sorteando la tormenta del peligro pandémico por más tiempo. Se requiere un buen manejo de la crisis y los hechos hablan más que las palabras. El actual equipo de gobierno ha mantenido la estabilidad, el sistema de salud nunca ha colapsado, tampoco la cadena alimenticia, el nivel de letalidad continúa por debajo del 3%, adaptamos la campaña electoral a la covidianidad y ahora el 5 de julio decidiremos con nuestro voto el rumbo que queremos para la nación; seguir por el camino cierto y probado o cambiar por la ruta de la incertidumbre, la improvisación y el caos, que sería lo más parecido a otra epidemia, pero política, y no menos catastrófica.