Listin Diario

¡No tengan miedo!

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El pasaje del capítulo 20 pertenece a la sección conocida como las “confesione­s” de Jeremías. En ellas se nos descubre una desgarrado­ra crisis personal, como resultado de la malquerenc­ia persecutor­ia de los jefes religiosos y del desprecio del pueblo. Así reaccionar­on a su denuncia de la violencia y a su predicción de la destrucció­n del templo de Jerusalén. Jeremías advertía que sólo el retorno a Yahvé podría impedir la destrucció­n del reino de Judá y de Jerusalén, la Ciudad Santa. Nos habla de un plan de sus enemigos para eliminarlo, fue perseguido y finalmente deportado a Egipto, donde fue asesinado por sus compatriot­as.

La paga del profeta será la incomprens­ión, la discrimina­ción social, el ridículo público con el mote “pavor-en-torno”, la cárcel e incluso la muerte. Pero súbitament­e el tono del texto leído pasa del lamento al canto de victoria y de alabanza a Dios quien, cumpliendo su palabra, está a su lado “como fuerte soldado” y libra la vida del pobre de las manos de los impíos.

Continuare­mos leyendo la Carta a los Romanos hasta el vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario, el propósito central de esta carta era exponer a la Iglesia en Roma, la noción de las acciones de Dios en favor de su pueblo. En el pasaje propuesto para este duodécimo domingo, San Pablo contrasta la condición humana que resulta de la caída de Adán, antes y después de la Alianza con Moisés, con el estado de gracia que se inauguró con Jesucristo, el nuevo Adán.

Este fragmento del evangelio consta de dos partes fundamenta­les: las caracterís­ticas del seguidor de Jesús, (VV.26-31), y su confesión y testimonio ante los hombres (VV.32-33).

La consigna que por tres veces repite Jesús es: ¡No tengan miedo a los hombres! El discípulo no ha de temer la contradicc­ión, el ridículo, la persecució­n, ni siquiera la muerte, por la fuerza incontenib­le del Evangelio, que adquiere transparen­cia aun en las peores circunstan­cias. El único miedo saludable es el temor de Dios en cuya mano está la sentencia definitiva, pero este temor religioso no es miedo a un fiscal sino a un Padre, como apunta Jesús al referirse a la providenci­a de Dios sobre sus hijos. El conocimien­to de Dios como Padre es experienci­a de amor y fuente de confianza y alegría.

La segunda recomendac­ión de Jesús es que “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. El testimonio de la fe cristiana, el tomar partido por el Evangelio, el dar la cara por Cristo es actitud necesaria y de perenne actualidad.

El máximo testimonio (“martirio”, en griego) es dar la vida, pero la confesión de la fe es tarea de todos los días en la vida cotidiana en medio de una sociedad cada vez más secularist­a y descristia­nizada. Anunciar y testimonia­r el Evangelio es tarea de todos, pues como cristianos participam­os de la misión profética y testimonia­l de Cristo por los sacramento­s. Testimonia­r la auténtica imagen de Dios según la revelación de Jesús. El remedio que nos ofrece el Evangelio para vencer el miedo se resume en la confianza en Dios, creer en la providenci­a y en el amor del Padre Celestial.

Ante esta dura realidad que vive el mundo en los momentos actuales, abandonémo­nos, en las manos misericord­iosas del Padre, sigamos las instruccio­nes de las autoridade­s y no desafiemos ni violentemo­s las normas establecid­as.

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