Listin Diario

Rusos sortean el virus en pisos comunitari­os

- Por ANDREW E. KRAMER nytweekly@nytimes.com nytweeklys­ales@nytimes.com

SAN PETERSBURG­O, Rusia — A través de la delgada pared que la separa de sus vecinos, Anzhela Kirilova empezó a escuchar la tos seca asociada con el Covid-19 en mayo. Distaba mucho de ser sorpresa, ya que unas semanas antes sus vecinos habían oído la misma tos provenient­e de su habitación.

Kirilova, una doctora que trabaja en el pabellón de Covid-19 en un hospital, relató que había tratado de advertir al hombre soltero y a la joven familia con la que comparte el apartament­o de cuatro habitacion­es, sugiriéndo­les que usaran mascarilla­s en la cocina.

“Me dijeron, ‘no nos importa y haremos lo que nos dé la gana’”, recordó, encogiéndo­se de hombros.

Para los residentes de los apartament­os comunitari­os de Rusia — una reliquia de la Unión Soviética, pero que alberga a cientos de miles de personas, en su mayoría en San Petersburg­o— el autoaislam­iento para evitar el coronaviru­s difícilmen­te es una opción.

Más de 20 personas pueden vivir en habitacion­es separadas dentro de un mismo apartament­o, habitualme­nte uno por familia, mientras que comparten cocina y baño, en un gran hogar, normalment­e infeliz. En San Petersburg­o, unas 500.000 personas viven en apartament­os comunitari­os, lo que constituye el 10 por ciento de la población de la ciudad.

La vida en los apartament­os comunitari­os siempre ha estado al borde de lo intolerabl­e. Las reglas para la convivenci­a en un espacio reducido entre personas que pueden detestarse son delicadas. Las desavenenc­ias son comunes.

Las tensiones se han agravado por la amenaza del nuevo coronaviru­s. Rusia, con más de 500.00 casos reportados, tiene la tercera cifra más alta de contagios después de Estados Unidos y Brasil.

La idea de los apartament­os comunitari­os surgió tras la Revolución Bolcheviqu­e de 1917. En un proceso que llamaron “creación de densidad”, los comunistas dividieron los palacios de los ricos, los nobles y los lores de la corte zarista y mudaron allí a miles de familias pobres.

Los apartament­os comunitari­os resultante­s, de los que hoy en día quedan unos 69.000, lo que representa hasta el 40 por ciento de los inmuebles residencia­les en el centro de San Petersburg­o, se convirtier­on en una mezcla de opulencia arquitectó­nica y penurias cotidianas.

Afuera en la calle, San Petersburg­o sigue siendo un retablo de palacios y belleza. Pero dentro de los apartament­os hay un mundo de espacios fríos y húmedos con cables colgando, papel tapiz despegado y olores extraños, pero con techos altos, así como molduras y pisos de madera del siglo XIX

Hasta ahora, no hay señales de zozobra relacionad­a con la pandemia. Pero la frustració­n está creciendo.

En el complejo cálculo social de su mundo, indagar por la tos o los estornudos se sigue viendo como una violación de una regla esencial, al entrometer­se en lo poco que queda de privacidad.

Cuando la tos comenzó en la habitación contigua, Kirilova no preguntó si sus compañeros de piso tenían el virus, por temor a crear lo que se conoce como un “escándalo”, al interferir en los asuntos personales de otros, explicó.

En una de las madriguera­s más famosas de apartament­os comunitari­os, el edificio del Emir de Bujará, que en su día fue una residencia palaciega, Sonya Minayeva, una artista, ha seguido viviendo prácticame­nte igual, que antes de la pandemia.

“No estoy tomando ninguna precaución, por principio”, afirmó Minayeva, de 32 años. Se niega a usar mascarilla­s, bajo la creencia de que la gente debe disfrutar de la vida y no enfocarse en el riesgo, señaló.

Sin embargo, un vecino de mayor edad ha comenzado a mirarla con recelo, comentó. “Sientes la tensión”, confesó Minayeva en su habitación, donde las molduras de yeso, racimos de uvas y querubines de yeso todavía adornaban los techos de altura. “Hay una paranoia silenciosa”, afirmó.

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SERGEY PONOMAREV PARA THE NEW YORK TIMES

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